El diccionario define la decadencia como el debilitamiento y la desintegración de un Estado o de una sociedad. Dejando abierta la causa de tal desajuste. Y sobre todo, quedando libres las condiciones específicas del caso. De entrada, observamos que hay varias clases de derrumbamiento consecuencial.
Gustavo Luis Carrera
DECADENCIA POR EXCESO. De costumbre, se suele citar el desmoronamiento del imperio romano como un ejemplo de decadencia por exceso. Se precisa al respecto, que la vida muelle, entre exquisiteces, refinamientos y excentricidades, terminó por destruir una acción y un espíritu de reafirmación de una personalidad poderosa y dominante, quizás como ninguna otra en la historia. Vendría a ser el caso de la degeneración de un Estado y de una sociedad por exceso de beneficios materiales y por perversión de las costumbres. Y esto es así; aparte de otras consideraciones que puedan hacer los historiadores.
DECADENCIA POR CARENCIA. Si el exceso, degenera y aniquila, la carencia degenera y mata. En efecto, la situación carencial conduce a un Estado y a una sociedad a una descomposición progresiva, que compromete las capacidades y la vida misma. Bien lo sabemos quienes la padecemos. Es la falta de recursos económicos de la generalidad de los venezolanos, la carencia alimentaria y medical, la pavorosa hiperinflación, los sueldos de miseria extrema, la especulación inhumana, la desconfianza del todos contra todos; y ello ante la mirada indiferente o cómplice del gobierno. La decadencia se impone, en el régimen y en la sociedad, como efecto de la carencia y la inseguridad. Todo agravado por el virus.
NUESTRA DECADENCIA. Es necesario tomar conciencia de que el proceso decadente es un fenómeno colectivo, totalizador, que termina por afectar a toda una población. No sólo al aparato gobernante y a sus cooperadores, no sólo a ciertos niveles de beneficiados por el negocio especulativo, no sólo a quienes apoyan con la fuerza bruta la situación, no sólo a todos los sectores implicados directamente en este inhumano estado de cosas y se benefician de él; no, la destrucción social se hace absoluta, y va implicando a toda, absolutamente toda, una población, incluyendo a los sectores que son las víctimas de lo operado por los victimarios. Así, todos nos vemos afectados: decae la vida material, decae la salud, decae la voluntad, decae la esperanza, decae el espíritu rebelde. Las necesidades cotidianas son el imperativo que domina en cada persona: el alimento diario es la preocupación central, las limitaciones en las medicinas -agravadas con la pandemia-, la baja calidad de los productos que con esfuerzo se consiguen, la trampa y el engaño como normas de conducta comercial, la inseguridad pública -también extremada por el virus-, el desánimo que ya atenúa la protesta y el reclamo, la confusión política y social determinada por la falta de orientación precisa. Ese es el cuadro que caracteriza una decadencia total, que nos incluye, forzosamente a todos. Con el peligro máximo: el conformismo.
VÁLVULA: «La decadencia es un derrumbamiento que no sólo afecta al gobierno responsable, sino que se expande, como una contaminación, por toda la sociedad, de manera absoluta, aherrojando y deprimiendo a nuestra colectividad en pleno». (glcarrera@yahoo
(Cumaná, 1933) es Doctor en Letras y profesor titular jubilado de la Universidad Central de Venezuela, donde fue director y uno de los fundadores del Instituto de Investigaciones Literarias. Fue rector de la Universidad Nacional Abierta y desde 1998 es Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Entre sus distinciones como narrador, ensayista y crítico literario se destacan los premios del Concurso Anual de Cuentos de El Nacional (1963, 1968 y 1973); Premio Municipal de Prosa (1971) por La novela del petróleo en Venezuela; Premio Municipal de Narrativa (1978 y 1994) por Viaje inverso y Salomón, respectivamente; y Premio de Ensayo de la XI Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (1995) por El signo secreto: para una poética de José Antonio Ramos Sucre.