Los usos y las costumbres son parte sustancial del concepto de nación. Más que la geografía -que se reduce a un mapa-, son los hábitos de comportamiento y de pensamiento los que configuran la esencia del rostro cultural de un territorio y de sus pobladores, cohesionados en una identidad nacional. Pero, hay usos impuestos y costumbre arraigadas.
Gustavo Luis Carrera
TOCQUEVILLE. El vizconde Alexis de Tocqueville, de profundo pensamiento liberal, viajó de su Francia natal a Estados Unidos, en 1831, y se admiró de encontrar allí que la libertad era un concepto enraizado; siendo una de las que él llamaba las «costumbres del corazón». Había sido enviado por el gobierno francés a estudiar el sistema penitenciario
norteamericano; pero, de su viaje nació un libro que tuvo gran repercusión: «La democracia en América» (1835, 1840). Es decir, que de un motivo puntual pasó en sus consideraciones a una visión global de un aspecto trascendente de la cultura americana.
LAS «COSTUMBRES DEL CORAZÓN». La tradición, en su vasto poder conductual, es la suma de costumbres profundizadas. Y allí radica la enorme diferencia entre el uso impuesto por las necesidades ocasionales y los gobiernos de turno, y las costumbres enraizadas de tal manera que forman parte del individuo, de su etopeya, que resulta de la libre adopción personal. Es lo que Tocqueville llamó «costumbres del corazón», es decir de la profundidad del ser, de algo que le es consustancial con su personalidad. Y fue lo que le asombró ver en función en Estados Unidos, con respecto a la noción de libertad, que ya no era una reivindicación, sino un ejercicio cotidiano.
LA DEMOCRACIA ES UNA «COSTUMBRE DEL CORAZÓN». Hay esencias ciudadanas, que valen como identificación del grupo social. Son los principios de conducta y de pensamiento ejercitados públicamente, por parte de un grupo colectivamente caracterizado. Su vigencia se hace total, sumándose a la personalidad que, en lo más hondo, caracteriza a cada uno. Así ha ocurrido con la experiencia democrática en nuestro país. Su vigencia pasó a formar parte del sentir profundo de una colectividad, haciéndose una «costumbre del corazón». Por más que haya empeño en borrar esa huella reivindicadora de derechos esenciales, por más que se hagan esfuerzos por hacer olvidar lo que reposa en la identidad básica de los ciudadanos, nunca se disolverá esta firme condición nacional. La democracia es un desiderátum, es cierto; pero, la seguridad de su existencia viene de una experiencia concreta, de un logro real, siempre a flor de la memoria de cada ciudadano. Por ello, como haber definitorio de una conciencia colectiva, nunca habrá de ser desplazada por cuanto intento de anulación se haga. La tendencia a la igualdad es espontánea; con la ética de las ideas se aprende a ser demócrata, dentro del espíritu de solidaridad y de respeto por los semejantes. Una vez arraigada, la democracia es virtud ciudadana indeclinable.
VÁLVULA: «Alexis de Tocqueville descubrió, en 1831, que en los Estados Unidos el concepto de libertad estaba tan arraigado, que era una «costumbre del corazón». Ahora, en nuestro tiempo, afirmamos que el pueblo venezolano, en su integridad total, ha hecho de la democracia una irrenunciable «costumbre del corazón». glcarrera@yahoo.com