La Iglesia venezolana está igual que la europea de entreguerra: no pasa de las palabras, porque no hay una fuerza político-social que le sirva de eco.
Jesús Antonio Petit Da Costa
En reunión de los Aliados cuando se acercaba el fin de la Segunda Guerra Mundial, uno de ellos propuso invitar al Papa a participar. La respuesta de Stalin fue cortante preguntando: “cuántas divisiones tiene el Papa?”. Vista la objeción, se descartó la invitación. Pero el Vaticano tomó nota de la debilidad político-social de la Iglesia, como quedó demostrado entre las dos guerras, cuando no pudo enfrentar exitosamente al nazi-fascismo precisamente en las cristianas Italia y Alemania. Hecha la evaluación cambió la estrategia vaticana, bajo la dirección de Pío XII, el pontífice de mayor visión geopolítica hasta la llegada de Juan Pablo II. A partir de entonces, la Iglesia decidió fomentar la constitución de partidos demócratas-cristianos, los cuales aprovecharon la orfandad de partidos democráticos para tomar inmediatamente el poder político en la Europa de post-guerra presentándose como la alternativa ante el avance del comunismo soviético. Adenauer en Alemania, De Gasperi en Italia y Schuman en Francia, los tres demócratas cristianos, echaron desde el poder las bases del Estado de Bienestar y de la Unión Europea, que han sido los fundamentos de la paz, estabilidad y prosperidad de Europa Occidental durante los 75 años siguientes y en la cual siguen jugando papel decisivo los partidos demócratas-cristianos.
Movamos el reflector a la Venezuela. La Iglesia está enfrentando a la tiranía a la cual ha calificado de “comunista, marxista radical” desde los tiempos de los Cardenales Castillo Lara y Velasco y el Arzobispo Padrón. Y siempre ha denunciado la dramática situación que padece el pueblo venezolano bajo el comunismo. Pero la Iglesia venezolana está igual que la europea de entreguerra: no pasa de las palabras, porque no hay una fuerza político-social que le sirva de eco y sobre todo que engrane las palabras de los cristianos a la acción. Y no la hay porque el partido demócrata cristiano que existía como una de las bases de la democracia desapareció. Su lugar lo ocupa un disfraz que Maduro le ha puesto. Significa que la Iglesia venezolana ha perdido el aliado, que coincide con ella en la doctrina pero actúa independientemente, libre de la obediencia de los curas al Vaticano.
Algo peor: para el Papa Francisco, antítesis de Pío XII y Juan Pablo II, el enemigo no es el comunismo sino el capitalismo. Está disparando para atrás, creando confusión y caos en las propias filas. Siento a la Iglesia venezolana maniatada por el Vaticano, lo cual es una desgracia para los venezolanos porque la anula como factor de poder decisivo de verdad en un país de cultura española con no menos de 75% de población católica.