El ataque homofóbico contra un preso político, es sola una muestra de la barbarie que se vive en la Venezuela de hoy.
Santiago Alcalá
Se ha visto de todo en la llamada “revolución” bolivariana. Desde una enfermera presidencial convertida en una de las mujeres más ricas del país, hasta un escolta del “comandante eterno” preso en Estados Unidos por lavar más de dos mil millones de dólares.
Desde un “prócer” insepulto del régimen que se mantiene vivo tomando, con sumo placer, sangre humana, hasta un exconductor de autobús, de nacionalidad colombiana, convertido en el primer jefe de Estado venezolano con orden de captura en el exterior por narcotráfico, con una recompensa de quince millones de dólares para quienes colaboren en su detención.
Lo que no se había visto es que un refinado cronista social haya sido acusado de ser “el jefe armado y logístico de una peligrosa célula terrorista”.
Tampoco se había visto el despiadado ataque homofóbico contra un preso político, ajusticiado moralmente, en vivo y directo y sin derecho a la defensa, como el protagonizado por el “psiquiatra de la revolución”, Jorge Rodríguez Gómez, quien en un nuevo evento de su particular venganza personal, acumuló contra su víctima todo lo peor de un régimen en estado descomposición.
Este exministro de comunicación y actual candidato a diputado de la farsa del 6-D, no solo incurrió en peculado de uso al montar su siniestro espectáculo en una instalación del Estado, como es el Teresa Carreño, con transmisión en cadena por los medios estatales (peculado de uso), sino que además tuvo acceso y reveló información confidencial contenida en un expediente judicial.
La maldad sin límite de Rodríguez esta vez llegó más allá. Le tocó dirigir personalmente la coacción contra el detenido para arrancar una “confesión”, con obvios vicios de consentimiento.
Bajo los efectos de la escopolamina (burrundanga), el psiquiatra Rodríguez logró doblegar a su víctima para hacerlo “confesar”, con libreto, telepromter y edición, la comisión del delito de aprovechamiento de bienes del Estado, situación que de inmediato desmintió la Fundación Simón Bolívar, de Citgo, institución que se rige por las estrictas normas del ordenamiento jurídico de Estados Unidos.
Carreño no es la primera víctima de este psiquiatra torturador, ya antes ocurrió con otros presos políticos, como fue el caso del diputado Juan Requesens, según consta en numerosas denuncias consignadas ante organismos de defensa de los derechos humanos.