El petróleo ha dejado de ser el más vital de los productos de exportación para el comercio mundial
Domingo Alberto Rangel
A pesar de las inmensas dificultades que se viven, jamás vistas por los venezolanos, este año nuevo tuvo similitudes con todos los anteriores. Esto desde que el petróleo hizo de nuestro país un Edén donde recalaban gentes venidas desde una Europa destrozada que era entonces la parte más adelantada del mundo.
Cierto que no todos los compatriotas comieron hallacas, pan de jamón o el plato navideño que le permitió a los propietarios de restaurantes, hasta años recientes, captar buena parte de las divisas originadas en la renta petrolera que produce o producía el Estado. Divisas religiosamente exportadas a España, Portugal o Miami, ciudad que para los consumistas hace las veces de la Meca para todo musulmán que se respete.
No obstante, hubo celebraciones menos ostentosas pero al estilo nuestro. Se comió poco y suficiente aunque la “espaguetada” muchas veces suplió al pernil y el cocuy al escocés o la champaña, y en otras ocasiones la cena fue más frugal y tempranera. Poca música a pesar de los esfuerzos por parte de las emisoras de radio en alegrar con gaitas y parrandas navideñas, después que el organismo regulador exigió sacar los reguetones “porque crean un clima pesimista”.
Digamos que merced a las políticas económicas, a que el petróleo ha dejado de ser el más vital de los productos de exportación para el comercio mundial. Los chinos anuncian nuevas centrales nucleares de fusión para resolver sus problemas de crecimiento a la par que el primer avión eléctrico acaba de superar las pruebas iniciales.
También estuvieron a merced de las sanciones de Mister Trump pedidas por el interinato que busca eternizarse. Nuestras navidades fueron parcas como las muestras de perfume que daban para enganchar a clientes dubitativos.
Sin embargo, hubo esperanzas, sobre todo en la gente jovencita que no añora lo que nunca vivió pero que piensa también que todo se debe mejorar y pronto.
Y aquí cabe una reflexión porque los viejos “baby boomers” no tenemos derecho a complicar las cosas más de lo que ya están.
Si se promete al estilo demagogo “que todo se puede resolver rápido”, endeudando nuevamente la Nación que junto a las inmensas comisiones es la parte oculta, estarán mintiendo.
Recuperarnos podemos pero tardará al menos una generación. Pasar del petroestado al ciudadano que produce más de lo que consume, que es el desiderátum.
Es que ni somos ricos, ni hay colas de inversionistas extranjeros, ni nos van a prestar lo que los sinvergüenzas calculan, y solo en agricultura tropical, turismo, petroquímica, y diseño tenemos grandes ventajas. A eso sin menoscabo de lo que la gente decida, cabe dedicarse a guisa de transición, pero del socialismo al capitalismo.
No del autoritarismo a la democracia, no hay otra.
@DomingoAlbertoR
EL AUTOR es ingeniero civil, consultor, asesor y dirigente político. Premio Nacional de Periodismo 2019, mención Opinión.