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Con el derrumbe de la URSS en 1991, el comunismo pasó a ser un postulado hipotético, negado históricamente, superado por el fallo de la praxis económica y política
Gustavo Luis Carrera
Si algo caracterizó en lo político y en lo económico el siglo XX fue la contraposición entre comunismo y capitalismo. Todos los aspectos de la vida material y conceptual estuvieron marcados por este dilema. Las relaciones internacionales, la diplomacia, las artes, la literatura, la competencia espacial; todo pareció gravitar en torno a tal contraposición, que inclusive gestó una denominada «guerra fría». En medio de la confusión, surgió el llamado de atención de un eminente papa, Juan Pablo II: «El fracaso del comunismo no es el triunfo del capitalismo». ¿Qué hay detrás de este aserto?
COMUNISMO HIPOTÉTICO. Los principios básicos del comunismo surgen como una extrapolación de los postulados del socialismo utópico del siglo XIX. A partir de la Revolución Rusa (1917), bajo la orientación de Lenin, se establecen los primeros postulados comunistas: eliminación de la propiedad privada, pasando todo al dominio del Estado, y la imposición del gobierno de los «sóviets» (comunas), en régimen de autoridad compartida.
Estos preceptos primarios se extreman y se transforman bajo el mando de Stalin, instaurándose una dictadura férrea y sangrienta. Los principales objetivos fueron quedando como principios teóricos, jamás llevados a la práctica. Algunos sonaban contradictorios: la dictadura del proletariado; otros jamás pasaron del plano quimérico: eliminación de las clases sociales; supresión del dinero; satisfacción de los requerimientos de cada quien según su actividad, y luego de acuerdo a sus necesidades; colectivismo frente al individualismo.
Los principios básicos fueron negados, traicionados; y los objetivos caracterizadores nunca alcanzados. Se habló de un sector privilegiado, los obreros; mientras la clase media salía sobrando. Con el derrumbe de la URSS en 1991, el comunismo pasó a ser un postulado hipotético, negado históricamente, superado por el fallo de la praxis económica y política.
CAPITALISMO INCONTROLADO. A fines del siglo XVIII y comienzos del XIX empiezan las primeras señales de lo que podría llamarse el capitalismo moderno: acumulación de capitales en manos privadas y principio de una producción en grandes proporciones. Pero, será con la Revolución Industrial, en el seno del siglo XIX, y luego con el gran impulso productor en serie, ya en el XX, cuando el capitalismo no sólo predomina, sino que se consolida en un progreso permanente.
El resultado sería un sistema expansivo, dominante, que pretende imponer reglas extremas: imperio de la absoluta libertad de las empresas; rechazo a todo control del Estado; bajar costos de producción e incrementar las ganancias, aun a costa de pagar pobres salarios; aceptación de la existencia de monopolios y de cadenas comerciales, que anulan a los pequeños propietarios.
El desarrollo del capitalismo incontrolado -que algunos llaman «capitalismo salvaje»; aunque este es un calificativo hiperbólico-, puede conducir a míseros sueldos, especulación y paralización del desarrollo colectivo de la sociedad; al juego macabro de esperar que el nivel de los precios al consumidor lo establezcan la oferta y la demanda, falaz principio que termina en acuerdos secretos en favor de aumentar los beneficios económicos de los productores.
Es un proceso que seguramente no se ha impuesto abiertamente y de modo absoluto en ningún país; pero, no deja de ser una amenaza. El capitalismo incontrolado significaría preservar los privilegios de los poderosos económicamente. Y la clase media se haría invisible.
EL SINE QUA NON DEMOCRÁTICO. En realidad, en el terreno de los hechos históricamente considerados, el comunismo, junto al socialismo extremista, de una parte, y el capitalismo incontrolado, de la otra, son sistemas inaplicables, espurios, deshumanizados. Mi padre me decía que el socialismo y el comunismo fracasarían porque el ser humano no puede vivir sin libertad y sin propiedad privada. Y yo le discutía, aduciendo que valía la pena hacer la prueba del socialismo. Y la Unión Soviética hizo la prueba durante 74 años; y la han hecho: Corea de Norte a lo largo de 73, China por 72, Cuba durante 62; y ahora nosotros, en Venezuela, por más de 22 años.
El resultado de todos los ensayos es el mismo: total fracaso en mejorar las condiciones de vida de la población. Inclusive, donde no impera una feroz dictadura, con un partido único, hay decadencia generalizada, con hambre y míseros salarios. Es a todas luces necesario reconocer que los postulados extremos de un comunismo hipotético y de un capitalismo incontrolado adolecen de una falla determinante: son antidemocráticos. Y la democracia es el sine qua non de un equilibrio social duradero, generador de progreso y bienestar.
VÁLVULA: «El benemérito papa Juan Pablo II tuvo un inspirado pensamiento realista y actuante, al señalar que el fracaso del derrotado comunismo no significaba, simplemente, automáticamente, el triunfo del capitalismo en sí. Sin la presencia de las libertades democráticas esenciales e irrenunciables, ambos sistemas son minusválidos, inhumanos».
EL AUTOR es doctor en Letras y profesor titular jubilado de la Universidad Central de Venezuela, donde fue director y uno de los fundadores del Instituto de Investigaciones Literarias. Fue rector de la Universidad Nacional Abierta y desde 1998 es Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Entre sus distinciones como narrador, ensayista y crítico literario se destacan los premios del Concurso Anual de Cuentos de El Nacional (1963, 1968 y 1973); Premio Municipal de Prosa (1971) por La novela del petróleo en Venezuela; Premio Municipal de Narrativa (1978 y 1994) por Viaje inverso y Salomón, respectivamente; y Premio de Ensayo de la XI Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (1995) por El signo secreto: para una poética de José Antonio Ramos Sucre. Nació en Cumaná, en 1933.
