La democracia es el gobierno del pueblo, de la colectividad toda -no sólo de una parte de ella-, de los ciudadanos en ejercicio de un poder que le otorga el sistema republicano; es decir: la soberanía reposa en el pueblo
Gustavo Luis Carrera
¿Cuántas veces a lo largo de la vida no nos domina el desánimo, a causa de la negatividad que priva en circunstancias que nos rodean? ¿Y cuántas veces no nos hemos sobrepuesto al abatimiento, sacando fuerzas espirituales de la creencia cierta en los máximos valores que compartimos? De igual manera, colectivamente, las sociedades padecen crisis situacionales de decaimiento; inclusive de riesgo de pérdida de la fe esencial
LA DESESPERANZA vs LA FE. En la práctica, el fenómeno no solo es explicable, sino además, en cierto modo, inevitable. Cuando se está inmerso en la absoluta decadencia de un país, en el derrumbamiento del poder adquisitivo, en la pobreza real, en la ausencia de perspectivas de mejoramiento, aunque sea relativo y gradual, no es excepcional que cada quien se vaya sumiendo en la desesperanza, en el pesimismo.
Negar esta atroz perspectiva es desconocer la realidad, o tratar de ocultar el sol con un dedo. La falacia de pretender ignorar los hechos cotidianos de una decadencia nacional que nos arrastra a su fosa sin fondo, sería ignorancia supina o perversidad demagógica. La víctima es la fe.
EL PESIMISMO vs LO AFIRMATIVO. Ahora bien, la reacción pesimista -absolutamente explicable, como hemos dicho- se entroniza en el espíritu de las personas y las conduce a una visión desesperanzada, que redunda en contra de la voluntad de lucha. Y en este punto es donde resulta indispensable reafirmar la circunstancia de que una cosa es el desaliento circunstancial, y otra el sumirse en la negatividad paralizante.
Es decir, que como quiera que sea, aun en los peores extremos de la injusticia social, lo que no puede aceptarse es la resignación. El pesimismo tiene hondas raíces y tenaces motivaciones; pero más hondo busca y encuentra la savia que alimenta la positividad la convicción inquebrantable en los valores plenos de sentido afirmativo: la justicia, la equidad social, la honestidad administrativa, la libertad como esencia de la condición humana.
EL ABSOLUTISMO vs LA DEMOCRACIA. Y llegando a los fundamentos de la situación emblemática, sobresale el planteamiento originario: detrás de todo surge un trasunto revelador: todo conduce al punto de partida -y de llegada- del proceso: el enfrentamiento entre el absolutismo y la democracia. La definición es tan elemental como cierta.
El absolutismo es la concentración del poder, de manera absoluta, en una persona, en un partido, en una asociación de beneficiarios; es la negación de la soberanía popular. La democracia es el gobierno del pueblo, de la colectividad toda -no sólo de una parte de ella-, de los ciudadanos en ejercicio de un poder que le otorga el sistema republicano; es decir: la soberanía reposa en el pueblo.
Y esta es la convicción de quienes han vivido en democracia, y por tanto la conocen como experiencia política y social, y deciden no solo restablecerla en sus verdaderas y plenas condiciones, sino salvaguardarla, fortaleciéndola, alimentándola con fe y decisión consciente y vigilancia activa. Así como el desaliento es generado por el absolutismo, el convencimiento democrático es el antidepresivo protector.
VÁLVULA: «Es imposible no verse amenazado por el desaliento al considerar la negatividad de las carencias, de la pobreza y de la reducción de la libertad. Es una reacción humana, que invade el ánimo de cada uno. Pero, surge la fuerza irreductible de la profunda convicción democrática como la vacuna ideológica que priva por encima del desaliento y abre camino a la seguridad de tiempos mejores. Conocer la democracia y valorar sus beneficios, así como tener la seguridad de su establecimiento, son actos de fe salvadora».
EL AUTOR es doctor en Letras y profesor titular jubilado de la Universidad Central de Venezuela, donde fue director y uno de los fundadores del Instituto de Investigaciones Literarias. Fue rector de la Universidad Nacional Abierta y desde 1998 es Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Entre sus distinciones como narrador, ensayista y crítico literario se destacan los premios del Concurso Anual de Cuentos de El Nacional (1963, 1968 y 1973); Premio Municipal de Prosa (1971) por La novela del petróleo en Venezuela; Premio Municipal de Narrativa (1978 y 1994) por Viaje inverso y Salomón, respectivamente; y Premio de Ensayo de la XI Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (1995) por El signo secreto: para una poética de José Antonio Ramos Sucre. Nació en Cumaná, en 1933.