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¡Hágase la luz! #LetrasAlMargen #GustavoLuisCarrera

Advenida la democracia en la historia de los tiempos modernos, surgió con ella una luz ideológica y vivencial irrenunciable, semejante a la que dio origen a la vida universal. Viene, entonces, el tiempo de resguardar las convicciones profundas: la democracia es una meta indeclinable

Gustavo Luis Carrera

Al abrir la Biblia, en el Libro del Génesis, todo comienza de este modo: «Dios, en un principio, creó los cielos y la tierra. La tierra era un caos total, las tinieblas cubrían el abismo; y el Espíritu de Dios iba y venía sobre la superficie de las aguas. Y Dios dijo: «¡Hágase la luz!» («¡Fiat lux!»). Y la luz se hizo. Dios consideró que la luz era buena, y la separó de las tinieblas». Así se iluminan, también, el pensamiento y la conciencia.

LA DESORIENTACIÓN. En tiempos de confusión no es de extrañar que se llegue al extremo de la real desorientación. El caos, la oscuridad, la negación de los valores, terminan por sumir en las tinieblas del desconcierto a un pueblo en su totalidad. El esfuerzo por irradiar claridad en el seno de la penumbra puede resultar vano; y sea entonces subsecuente la desesperación que mimetiza el pesimismo. No es nada fácil enfrentar las carencias materiales y civiles, la perdida de los derechos fundamentales, y seguir conservando el oriente positivo de la fe esperanzadora en tiempos mejores, de auténtica reivindicación y logro de los derechos preteridos, de los valores conculcados. Sobre todo ante el extremo de haberse impuesto una fuerza totalitaria que parece eternizarse. Es el caos del que habla la Biblia; hasta que llega su término clarificador.

LA LUZ DEMOCRÁTICA. ¿Hay una esperanza? Sí. Y la historia la exalta: la democracia, el establecimiento de una justa justicia y de una verdadera verdad. Y ambas redundancias buscan destacar dos valores esenciales, sin los cuales no hay sistema social y político valedero. Con la mentira y la injusticia -o la verdad a medias y la justicia aparente- solo se construye la autocracia, el despotismo.

¿No da la historia, a diario, ejemplos de esta plena certidumbre, padeciéndola los pueblos en carne propia? Advenida la democracia en la historia de los tiempos modernos, surgió con ella una luz ideológica y vivencial irrenunciable, semejante a la que dio origen a la vida universal. Viene, entonces, el tiempo de resguardar las convicciones profundas: la democracia es una meta indeclinable. 

DEL PRESENTE HACIA EL FUTURO. La oscuridad puede conducir a la pérdida de la fe. El presente carencial, grotesco, cruel, y además rayano en el ridículo, puede motivar una explicable desmoralización. Pero, llega el momento de mirar hacia adelante, con un pie en el presente y el otro en el mañana, y decir «¡Hágase la luz de la democracia!»; sabiendo que la historia está del lado del progreso, de la civilización y la justicia. Y ello, frente al atraso, la barbarie y la injusticia. ¿Es cuestión de fe? En parte sí: cuando se tiene conciencia de lo valedero y de lo ajustado a derecho, de lo propio de una sociedad asentada en el respeto de la satisfacción de las necesidades esenciales de un pueblo en su totalidad, sin discriminaciones ni favoritismos demagógicos, el resultado es una convicción imponderable. Es una luz interior. Es la salvaguarda de un principio irrenunciable. Dar a luz es parir. Ver la luz es nacer. Dar luz es esclarecer. Creer en la democracia, de la cual ya se tiene experiencia histórica, es la luz de un bien ideológico que hay que mantener a buen resguardo del presente hacia el futuro.

VÁLVULA: «La luz es el origen bíblico de la vida en los cielos y en la tierra. «¡Fiat lux!» fueron las palabras milagrosas que iluminaron el universo. Ahora sabemos que ¡hágase la luz de la democracia y nunca se apague!, es la consigna de los pueblos ideológicamente liberados. La convicción democrática es origen y objetivo: de ella nace la sociedad moderna y su preservación es compromiso fundamental. Así, la democracia es luz y fe irrenunciables».

glcarrera@yahoo.com

EL AUTOR es doctor en Letras y profesor titular jubilado de la Universidad Central de Venezuela, donde fue director y uno de los fundadores del Instituto de Investigaciones Literarias. Fue rector de la Universidad Nacional Abierta y desde 1998 es Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Entre sus distinciones como narrador, ensayista y crítico literario se destacan los premios del Concurso Anual de Cuentos de El Nacional (1963, 1968 y 1973); Premio Municipal de Prosa (1971) por La novela del petróleo en Venezuela; Premio Municipal de Narrativa (1978 y 1994) por Viaje inverso y Salomón, respectivamente; y Premio de Ensayo de la XI Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (1995) por El signo secreto: para una poética de José Antonio Ramos Sucre. Nació en Cumaná, en 1933.

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