Es imprescindible una reorganización del factor militar vía fractura interna y/o una intervención militar desde afuera para sumar a la insurrección civil y lograr la fuerza necesaria que derroque a la tiranía.
Humberto González Briceño
A la mayoría de los venezolanos nos tomó casi dos décadas comprender la trama diabólica entre el régimen chavista y la falsa oposición. Por allá en 1999, en tiempos de Chávez, era casi imposible cuestionar el temprano colaboracionismo de la falsa oposición. Todo intento de crítica era aplastado por los secuaces mediáticos de la falsa oposición como un acto desleal de traición a los intentos de salir del chavismo.
Esta falsa oposición nucleada en torno a los viejos y nuevos partidos políticos se las ha ingeniado durante más de veinte años para ganarse el apoyo y hasta la compasión de los venezolanos. Era difícil cuestionar la actuación de unos políticos que en público vociferaban en contra del régimen pero luego tras bambalinas se hacían parte de todo tipo de negociaciones.
Un momento clave en este proceso fue la traición de Henrique Capriles Radonski cuando rapidito se lo dijo a sus seguidores: No hay ningún triunfo electoral que defender y mejor váyanse a sus casas a bailar. Costaba creer en ese momento que el propio Capriles aceptara el fraude electoral del régimen. Pero eso que hizo Capriles, patrocinado por sus partidos, lo hicieron una y otra vez.
Por su parte los pequeños gangsters de Voluntad Popular, con Leopoldo López a la cabeza, descubrieron otra forma de hacer oposición. Esta consistía en “calentar la calle”, azuzar las protestas para luego sentarse a negociar con el régimen usando como fichas de cambio los muertos, heridos, y detenidos en las protestas. El propio López tuvo una inusual pasantía por la cárcel con tantas o más comodidades que las concedidas a los pranes y que le son negadas a los presos políticos militares. No menos extraña sería la liberación de López presentada como una supuesta fuga bajo un régimen reconocido por no permitirle ver la luz de día a sus verdaderos presos políticos.
Como resultado de la propaganda incesante de la falsa oposición, financiada por el régimen chavista, durante buena parte de estos veinte años muchos venezolanos le abonaban esperanzas a una salida electoral y negociada del régimen chavista. Pues esa fue precisamente la prédica de la falsa oposición, siempre dispuesta a “dar la pelea” pero dentro de las condiciones que le establecía el régimen.
Al día de hoy es tanta la evidencia que se ha acumulado en contra de la falsa oposición que en encuestas como las realizadas por Meganálisis muestran una y otra vez la frustración de los venezolanos con estos dirigentes de papelillo y cotillón electoral. Ya a estas alturas se han esfumado las ilusiones de un liderazgo mesiánico vía Leopoldo López, Capriles Radonski o cualquier otro que venga con el canto de sirena de una salida electoral.
En un inescapable ajuste de cuentas con sus dirigentes políticos los venezolanos, que esperan poco o nada de estos operadores corruptos, han sido testigos del derrumbe de las ilusiones electorales y negociadoras para salir del régimen chavista. Hoy es muy poco lo que se puede ofrecer por esas fórmulas.
Sin embargo, estos tahúres de la política se han visto obligados a reinventarse para seguir en lo mismo y fabricar nuevas ilusiones que intentan alienar a los ciudadanos de su realidad y las posibilidades de salir del régimen chavista por su propia mano.
Ahora les toca el turno a la llamada comunidad internacional y a los organismos relacionados con los derechos humanos. Según esta nueva ilusión algún día la comunidad internacional y estos órganos de la burocracia diplomática podrían mirar a Venezuela con ojos de piedad y por un acto meramente humanitario decidirían ayudar. No está claro de qué tipo de ayuda se espera porque hasta ahora esta se ha limitado a lo estrictamente retórico y protocolar.
Esta nueva ilusión que aboga y espera por inútiles pronunciamientos que no pasan de una simbólica condena al régimen chavista es tan tóxica y nociva como la ilusión electoral y la ilusión negociadora. El efecto que produce este tipo de fantasías es desmovilizar la necesaria energía insurreccional para derrocar al régimen chavista mientras se espera por soluciones o salidas que otros estarían preparando para nosotros.
Por supuesto que la resistencia física de millones de venezolanos ha sido debilitada por las precarias condiciones materiales que hay que enfrentar para sobrevivir el día a día. Es imprescindible una reorganización del factor militar vía fractura interna y/o una intervención militar desde afuera para sumar a la insurrección civil y lograr la fuerza necesaria que derroque a la tiranía. Pero esta intervención militar internacional no sería en la forma de ayuda de una comunidad internacional difusa y etérea sino la actuación militante de países específicos tales como los Estados Unidos, Colombia y Brasil que decidan actuar en Venezuela porque conviene a sus intereses como estados. La liberación nacional sería un efecto colateral deseado y aplaudido por millones de venezolanos.
El derrumbe de las ilusiones electorales, negociadoras y de solidaridad internacional debe dar paso a un enfoque más realista y racional de la política en Venezuela y menos, o para nada, metafísico y voluntarista. Nos tomó dos décadas de lucha y sufrimiento salir de unas ilusiones. ¿Cuánto nos tomará salir de estas otras?.