Al igual que en Venezuela, en Cuba las fuerzas militares están al servicio de la camarilla gobernante para linchar a la población civil desarmada
Humberto González Briceño
Nuevamente estalla una ola de protestas y acciones pre-insurreccionales en Cuba que ponen en riesgo la estabilidad del régimen castro comunista. Es inevitable para quienes tratamos de explicar la crisis venezolana establecer comparaciones y paralelismos entre lo que ocurre en ambos países. Se trata de dos estados de naturaleza esencialmente criminal soportados por las fuerzas militares y articulados por numerosas mafias que conforman la burocracia estatal.
Al igual que en Venezuela, en Cuba las fuerzas militares están al servicio de la camarilla gobernante para linchar a la población civil desarmada. En los dos países la incontenible protesta popular es romanizada e idealizada como un brote que en forma milagrosa y espontánea podría cambiar abruptamente el estado de cosas. Los cubanos ya tienen 62 años con esa historia y los venezolanos ya vamos para 20.
Al alentar la protesta popular como la forma legítima para lograr el cambio político, tanto en Venezuela como en Cuba, parece olvidarse que en ambos países la lucha es definitivamente desigual. No hay simetría. No hay garantías ni políticas ni de ninguna naturaleza para canalizar la protesta y el descontento. Solo hay represión y tortura por parte de un estado policial cuya única finalidad es aplastar la disidencia y la oposición.
Cada vez que han ocurrido estas protestas, tanto en Venezuela como en Cuba, se producen movimientos diplomáticos que tras protocolares y retóricas declaraciones de solidaridad solo pretenden enmascarar la ausencia de voluntad política para intervenir en esos países y corregir el desbalance existente entre el estado criminal policial y la población civil desarmada. Resulta fácil y hasta conveniente invocar la tesis de la soberanía de los pueblos para argumentar que los problemas de Venezuela y Cuba deben resolverlos sus propios ciudadanos. Pero esto oculta el desbalance en una ecuación donde si se mantienen las proporciones el resultado seguirá siendo el mismo.
Si alguna razón necesita los Estados Unidos para intervenir en el derrocamiento de los regímenes de Venezuela y Cuba es la salvaguarda de su propia estabilidad y hegemonía en la región.«
La solidaridad de los protocolos diplomáticos con la lucha de los pueblos de Venezuela y Cuba es tan inútil como la propuesta de una intervención militar por parte de una comunidad internacional difusa e inexistente como cuerpo orgánico. Desde el punto de vista de la geopolítica y de la dialéctica de imperios le corresponde específicamente a los Estados Unidos evaluar si debe o no intervenir en forma directa con otros aliados en la región en la defensa de sus propios intereses o para corregir el desbalance que existe entre las fuerzas que controlan a esos estados criminales y el resto de la población que carece de las armas y las garantías para defender sus derechos.
No es una discusión sobre si los Estados Unidos son o no el policía del mundo y que en nombre de su supremacía militar e imperial se asigne el derecho de poner orden en el resto de los países. Se trata de una serie de crisis políticas, sociales y militares que se han desencadenado a lo largo de Hispanoamérica promovidas y financiadas por el estado venezolano y el estado cubano y que amenazan con desafiar la estabilidad misma del sistema norteamericano y por ende su influencia en la región.
El nexo entre los regímenes de Venezuela y Cuba con las acciones desestabilizadoras en la región es evidente y ha sido suficientemente documentado y denunciado. Ambos gobiernos usan operadores propios y locales para avanzar su estrategia de debilitar a los países aliados de los Estados Unidos y hasta otros que juegan a una neutralidad aparente. Si a estas alturas la elite política gobernante en los Estados Unidos, demócratas y republicanos, no ha entendido que debe dejar a un lado su obsesión con el medio oriente y ocuparse de su entorno en Sudamérica entonces estos políticos y diplomáticos norteamericanos no entienden nada de geopolítica. La proliferación de regímenes hostiles a los EEUU y a la libertad tales como Venezuela, Cuba y Nicaragua en Sudamérica debería preocupar al departamento de estado norteamericano
Sería una idea romántica pensar que los Estados Unidos van a intervenir en el derrocamiento de los estados venezolano y cubano solo por amor a la libertad y solidaridad con los ciudadanos de esos países. Pero eso nunca ha ocurrido, ni ocurrirá. Los estados no tienen amigos sino intereses. Y menos aún atienden a sentimientos metafísicos como la solidaridad. Si alguna razón necesita los Estados Unidos para intervenir en el derrocamiento de los regímenes de Venezuela y Cuba es la salvaguarda de su propia estabilidad y hegemonía en la región. Y la presente coyuntura presenta una oportunidad única. No importa que lo haga por razones egoístas o por puro pragmatismo. El beneficio colateral de esa acción sería tan grande que los ciudadanos de esos países no tendríamos reparo en agradecerlo como una acto de solidaridad, aunque en el fondo no lo sea.-