Ante un oficialismo integrado como una unidad -inclusive con fisuras-, se yergue una oposición atomizada (sí, este es el término adecuado), con proliferación de candidaturas y antagonismos personales y grupales
Gustavo Luis Carrera
No es lo mismo enfrentar un gran problema, que buscar resolver una serie de pequeños problemas. El ingente esfuerzo que exige el gran problema se diluye ante los pequeños. Esto lo advirtieron, sin tardanza, acuciosos militares y astutos políticos. Y entendieron que el secreto estaba en dividir la fuerza opuesta en fragmentos manejables.
ESTRATEGIA: LA DIVISÓN DEL CONTRARIO. Ahora, ¿cómo lograr la división del contrario? La respuesta es múltiple: en primer lugar, fomentando las diferencias grupales o sectoriales ya existentes; y luego, estimulando rivalidades entre ellos, y auspiciando acuerdos y compromisos de uno o más sectores con el gobierno o poder central. Es una tarea subrepticia, y hasta infame, que siempre da los resultados perseguidos. Mecanismo que ha sido advertido históricamente desde tiempos remotos. Sun Tzu (o Sun Zi), es un mítico personaje militar y estratega de la antigua China, tenido como autor de «El arte de la guerra»; texto donde este hipotético personaje -cuya existencia se discute- afirma, aproximadamente, la idea de que si utilizas al enemigo para derrotar al enemigo, enemistando a los grupos que lo integran entre sí, habrás triunfado, sin más esfuerzo. Esto es lo que se concluye de la máxima establecida en este prontuario, que se considera el tratado de estrategia más antiguo que se conoce. Y es el principio táctico elemental que se recoge en la famosa frase atribuida a Julio César: «Divide y vencerás» («divide et vinces» o «divide et impera»). Máxima que este extraordinario militar y político, que llena notables páginas de la historia romana, supo llevar a la práctica con éxito relevante.
EJEMPLOS HISTÓRICOS. Justamente, un resaltante ejemplo de la aplicación productiva de este principio estratégico lo ofrece la política anexionista del imperio romano: antes de invadir territorios que aspiraban dominar, procedían a conocer la situación de rivalidades entre tribus y grupos étnicos o religiosos del lugar, para pactar con uno o más de ellos y llevarlos como aliados en su conquista de toda la zona; concediendo algún beneficio o privilegio a los colaboradores. Idéntica vía de dominio, en el siglo XIX, fue ejercida por los ingleses en la India, hasta construir un imperio tan extenso como el romano de la antigüedad. El procedimiento fue el mismo que pusieron en práctica los romanos: aprovecharon las divisiones y los odios internos (como el existente entre hindúes y pakistaníes), para hacer alianzas y dominarlos a todos, adueñándose de un territorio de extraordinaria vastedad. Un ejemplo aleccionador en América es el protagonizado por Hernán Cortes, en el territorio que habría de ser México, al conquistar el gran imperio azteca, aprovechando el apoyo de los tlaxcaltecas, enemigos de los nahuas, sus dominadores despóticos tradicionales. No se requiere gran astucia para implementar este plan macabro; es cuestión de saber aprovechar la información y la oportunidad.
ACTUALIDAD NACIONAL. Sin mucho esfuerzo, se detecta la implementación que se hace actualmente en este país de la astuta consigna de «divide y vencerás». Hay un oficialismo, que inclusive con sus divisiones y rivalidades internas, conserva su condición unitaria. ¿Y qué se muestra enfrente? Como todos saben, una multiplicidad sorprendente de oposiciones. Es una nebulosa política que empaña la visión de los grupos de opinión activa.
Desatados los egos de los dirigentes; sobrevenidas las aspiraciones de los candidatos espontáneos, sin hacer primarias; desmarcados los territorios partidistas; estimuladas las rivalidades ya existentes; satanizados los de opinión divergente a la propia; dogmatizadas las posiciones políticas hasta hacerlas intransigentes (sobre todo con los propios semejantes de la oposición, que en principio debían ser sus compañeros, por coincidencia profunda de aspiraciones de un cambio); son las características de todo un cuadro devastador y suicida, que cumple, perfectamente, con el cometido: mostrar una profunda división o atomización de lo que globalmente se llama, en cualquier país, la oposición. Ahora bien, ¿por qué ocurre esto?; y sobre todo ¿quién origina este panorama suicida? Pues, sucede por obra del responsable natural -astuto, cazurro-, que comúnmente se denomina el oficialismo. A fin de cuentas, es simple el proceso: se aprovechan las rivalidades de los grupos oponentes y se estimula su multiplicación, así como se alienta todavía una mayor fragmentación; mientras se practican jugadas de acercamiento y hasta de aparente protección con grupos que el oficialismo considera más afines con él. Vale decir la aplicación efectiva del secular principio de «divide y vencerás». ¿No ven la trampa las víctimas de este juego macabro? Es difícil no captar que la falta de unidad es el camino más directo al suicidio social y político.
(Acerca de la desunión y la proliferación de candidaturas, el reciente caso de Perú en elecciones presidencias es, sin duda, aleccionador). Así, nos encontramos actualmente, en la realidad nacional, con que ante un candidato del oficialismo surgen dos, tres, cuatro y más, de la oposición; en consecuencia: ¿quién tiene la opción del triunfo? ¿Hay que poseer la inteligencia de Einstein o la sabia agudeza de Simón Bolívar para entender esto? No lo creo. Porque el oficialismo, que no se distingue por su capacidad intelectual, ya está aplicando el astuto lema. Y las víctimas de la oposición parecen optar solamente por el suicidio representado por la división. La advertencia es manifiesta. A cada quien su responsabilidad histórica.
VÁLVULA: «El secular lema estratégico de «divide y vencerás», afirmado y ratificado a través de la historia, desde la mayor antigüedad hasta hoy, encuentra particular evidencia en nuestra situación actual. Ante un oficialismo integrado como una unidad -inclusive con fisuras-, se yergue una oposición atomizada (sí, este es el término adecuado), con proliferación de candidaturas y antagonismos personales y grupales. ¿Es tan difícil entender que la división, estimulada astutamente por el oficialismo, es el camino a una ineludible derrota? No es posible ignorar la acción responsable que impone la necesidad ineludible de lograr la unidad».
EL AUTOR es doctor en Letras y profesor titular jubilado de la Universidad Central de Venezuela, donde fue director y uno de los fundadores del Instituto de Investigaciones Literarias. Fue rector de la Universidad Nacional Abierta y desde 1998 es Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Entre sus distinciones como narrador, ensayista y crítico literario se destacan los premios del Concurso Anual de Cuentos de El Nacional (1963, 1968 y 1973); Premio Municipal de Prosa (1971) por La novela del petróleo en Venezuela; Premio Municipal de Narrativa (1978 y 1994) por Viaje inverso y Salomón, respectivamente; y Premio de Ensayo de la XI Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (1995) por El signo secreto: para una poética de José Antonio Ramos Sucre. Nació en Cumaná, en 1933.