Oscar Battaglini
Como es sabido el fenómeno de las ententes políticas y militares ha sido una constante en la historia de nuestro tiempo. Una de las más notables fue la constituida en el curso de la Segunda Guerra Mundial por la Alemania nazi, la Italia fascista y el Japòn militarista.
En la actualidad, sobre todo después de la caída del Muro de Berlín, se ha venido constituyendo una suerte de entente política (tácita o sobreentendida) en la que, de una forma u otra, aparecen articuladas y actuando en connivencia los gobiernos de Rusia, China, Bielorrusia, Irán, Siria, Turquía, Cuba, Nicaragua y Venezuela.
Como sabemos, todos estos países están sometidos al yugo de gobiernos despóticos que durante décadas han privado a sus ciudadanos de los más elementales derechos democráticos, y practican entre ellos y sin ningún rubor, la llamada “solidaridad automática”. Esto puede observarse muy claramente en los casos de las actuales relaciones entre Putin y Lukashenco, entre Díaz Canel y Maduro, y más recientemente en las congratulaciones prodigadas de manera unánime por Putin, Díaz Canel y Maduro a Daniel Ortega, por su “rutilante victoria” en las dizque “elecciones presidenciales” realizadas con él y su mujer solos, ya que los candidatos de la oposición habían sido todos encarcelados o empujados al exilio, para de esa manera, impedirles participar en unas elecciones competidas.
Como puede verse se trata de una modalidad brutal para perpetuarse en el poder, que ya no recurre a las prácticas tradicionales del fraude electoral para la consumación de ese propósito; tal y como sigue ocurriendo en Rusia, Bielorrusia, Irán, Turquía, Siria y Venezuela, sino que, mediante el uso de la fuerza represiva (militar-policial)se le impone a la sociedad, en este caso a la sociedad nicaragüense, una situación de hecho hasta la consumación de los tiempos.
Por otra parte, sorprende que el grueso de la Comunidad Internacional se ha pronunciado categóricamente condenando ese hecho Que haya gobiernos como los de México, Honduras y Bolivia, que ante una resolución de la OEA condenando lo ocurrido en Nicaragua, decidieron abstenerse escudados tras la invocación farisaica del principio de no injerencia en los asuntos internos de otros Estados. Se cumple así aquello de que este tipo de aberraciones políticas no suceden sin la complacencia (complicidad) de terceros de mala fe, que con esa actitud contribuyen a que se mantengan gobiernos forajidos como el de Lukashenco en Bielorrusia, el cual ya tiene casi tres (3) décadas continuas en el poder; el de Putin en Rusia con más de dos (2) décadas corridas en el poder; el régimen dinástico de Cuba con más de seis décadas (6) décadas continuadas en el poder; la dictadura de Daniel Ortega con aproximadamente tres (3) décadas en el poder, y la dictadura madurista con más de dos (2) décadas corridas en el poder. En China esa situación ya trasciende las siete décadas, en las que un partido único de naturaleza fascista ha monopolizado el poder de manera totalitaria en una sociedad que ha evolucionado de los estadios más primitivos de la escala civilizatoria, a lo que el Papa Juan Pablo II calificara en su momento de capitalismo salvaje, el cual ha reforzado su condición fascista del tipo emanado (segregado) del esquema político- burocrático stalinista. Cabe señalar que esta condición es la misma que, en menor o mayor medida ha regido hasta ahora en la relación sociedad civil–Estado, en cada una de las sociedades mencionadas.
En Rusia, a la dictadura totalitaria de un partido político único, le sucedió en el poder un régimen político autocrático, policial e igualmente totalitario, bajo el control omnímodo de un gánster (Putin) y de una mafia, surgidos ambos de las filas de la KGB stalinista (de la Gestapo stalinista) que desde hace más de 20 años -como ya se dijo- conservan un férreo dominio del aparato del Estado y del conjunto de la sociedad rusa. Durante ese tiempo son muy pocos o nulos los cambios que pueden registrarse en la estructura y la dinámica general de esta sociedad que, en lo fundamental mantiene su precariedad económica-productiva, hecho que la condenó a ser una economía dependiente de la producción de petróleo y de armas de guerra para la exportación, cosa que no ha cambiado en absoluto; lo que hace que la fragilidad estructural, que fue una de las causas estructurales de su derrumbe como “superpotencia” no sólo permanece sino que se ha acentuado, de ahí que su aparente poderío en el plano de la política internacional no pase de ser una mera, pura o simple ficción. Sin embargo a pesar de esas limitaciones que siguen gravitando sobre el cuerpo y la dinámica de esa sociedad, tanto Rusia como China -particularmente esta última por su carácter imperialista-, aparecen situados como los países ejes de la entente que conforman con el reto de países mencionados, incluyendo posiblemente a Afganistán después de la retirada de los Estados Unidos. Ese papel -es preciso señalarlo- lo cumplen estos dos países sin tener en cuenta ninguna consideración ética acerca de las consecuencias de la más diversa índole, que su comportamiento político puede producirles incluso a ellos mismos, y sin parar mientes en los daños irreparables o de larga duración que tal comportamiento le acarrea a las sociedades y al conjunto de los ciudadanos de los países víctimas. Se trata en este caso, de un saldo trágico que habrá que cargarle tanto a los Estados y gobiernos forajidos integrantes de la entente en referencia, como a los Estados totalitarios que dentro de ella cumplen o desempeñan el papel de Estados ejes de la misma. Esto, dicho de otra forma, significa que en algún momento –bien sea en instancias jurisdiccionales, nacionales o internacionales., habrá que reclamar justicia y sanciones ejemplares en contra de los responsables de los crímenes de lesa humanidad, tal como ocurre actualmente con la burocracia madurista en la Corte Penal Internacional.
En particular ese proceso debe llevarse a cabo contra Putin y su mafia gobernante; contra Lukashenco y su burocracia en el poder, quien, al tiempo que ha arreciado la violación masiva de los derechos humanos y cometido crímenes de lesa humanidad, ha sido calificado como el último dictador de Europa; contra Bachar al Assad, quien con su afán monárquico y genocida ha desatado una guerra civil y una diáspora gigantesca que ha cobrado millones de vidas y desplazado de su tierra y de sus hogares a millones de sirios; contra Erdogan, quien ha conculcado todos los derechos democráticos de la sociedad turca y mantiene encarcelados a millones de disidentes de su régimen de terror; contra la burocracia cubana, la cual no sólo ha destruido las estructuras societales de la sociedad cubana y empobrecido al extremo a la inmensa mayoría de sus ciudadanos sino que ha conculcado todos sus derechos políticos y convertido a la isla en una cárcel gigantesca; contra Daniel Ortega por haber reinstaurado en Nicaragua el régimen de terror somocista, conculcado todos los derechos democráticos de sus ciudadanos y convertido al país en una dictadura nepótica e igualmente en una cárcel descomunal.