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¿Existe, realmente, una opinión pública? #LetrasAlMargen #GustavoLuisCarrera

El escritor español José Luis Sampedro (1917-2013) ha propuesto su aserto: no hay opinión pública, sino opinión mediática. La lógica y la honesta prudencia conducen a este derivativo nuestro: «No hay opinión pública, sino opinión publicada».        

Gustavo Luis Carrera    I LETRAS AL MARGEN                          

            Se supone que socialmente se forma un criterio sobre las cosas compartido por un pronunciado sector de la colectividad. Y en efecto, en principio, visto externamente, es así. Existe una visión de los hechos que se socializa. Pero, hay que preguntarse dónde y cómo se origina esta perspectiva de lo que, comúnmente, se llama la «opinión pública». Inclusive hay que plantearse si ésta existe, en realidad.

            EL «CUARTO PODER».  La aparición de los periódicos modificó el estatus sociopolítico. Surgió una «voz colectiva», que agrupa a sus seguidores. De inmediato fue señalada como una nueva fuerza, de peso específico en el grupo social. Inclusive, desde el siglo XIX se identificó la libertad de opinión como la «libertad de prensa». Sin ir muy lejos, entre nosotros, es evidente la importancia que conceden a la prensa figuras notables como Simón Bolívar y Fermín Toro, para citar dos ejemplos de primera línea. De hecho, la prensa fue consolidando su fuerza, demostrando una insuperable capacidad de difusión y de convocatoria. Con el tiempo, se formó un nuevo poder ante el público, a nivel nacional e internacional, que dio pruebas de una formidable capacidad para orientar -o desorientar- a la colectividad: la corporación informativa representada por la prensa, la radio y la televisión. De allí, que se hable de la existencia de un «cuarto poder», concentrado en los medios informativos, y que se suma a los otros tres poderes públicos establecidos constitucionalmente. Este cuarto poder se ejerce de manera expedita: una vez seleccionada una corriente de opinión, es lanzada a los cuatro vientos informativos, y a poco se tiene creada una «opinión pública». Una frase de nuestro tiempo es: «la información es poder». ¡Y cuánta verdad encierra este aserto!      

            LA MANIPULACIÓN. Ahora bien, de lo anterior se colige lo evidente: la relación del poder informativo con la llamada «opinión pública» es directa; inclusive es derivativa; ésta depende de aquél. En efecto, la llamada opinión pública responde al estímulo insuflado en ella por el cuarto poder. Y esto no debe extrañar en absoluto. La existencia de una opinión pública se advierte por las informaciones que dan los medios. Y éstos, a su vez, se alimentan de las reacciones de la opinión pública. Así se cumple el círculo perfecto de la manipulación informativa: los medios lanzan su versión de los hechos, el público recibe el mensaje y lo asume, presumiendo que es «la verdad»; sobre todo el receptor supone que cuando un medio se atreve a dar una versión de lo sucedido, ésta debe ser el resultado de una investigación, de una indagación esclarecedora. Y no es así, en absoluto. Los medios manipulan los hechos, dando la versión que deciden los dueños de las corporaciones o que responden a intereses económicos o políticos. Y quienes reciben la información, si la aceptan como «la verdad», pasan a engrosar las filas de los desprevenidos receptores que se integran, en una suma mecánica, en lo que comúnmente se llama la «opinión pública». El proceso es simple, y altamente efectivo, tal como lo demuestra la experiencia.   

            UNA ENTELEQUIA. En consecuencia de nuestras consideraciones, hay que hacerse la pregunta: ¿existe, realmente, una opinión pública? Las respuestas posibles son diversas. Pero, ateniéndonos a los hechos señalados, tenemos, si somos sinceros y honestos, que ponerlo en duda. Si la supuesta opinión pública no es libre y endógena, no tiene validez originaria; si para expresarse tiene que recurrir a los medios, que la promueven y la manipulan, no tiene independencia; si para conformarse debe basarse en la solidaridad del rebaño, del grupo, pierde toda su validez como expresión autónoma. Es decir: la opinión pública no existe en puridad conceptual. Desde mediados del siglo XVIII se ha hablado de una opinión pública. Y ya a fines del XIX se expresaron rotundas advertencias, como la Oscar Wilde: «La opinión pública solo existe donde no hay ideas». Todo se agrava con la falta de responsabilidad de la sedicente opinión pública, ya que no tiene personalidad definida. Existe, conceptualmente, un «delito de opinión», pero tiene una referencia personal, individual, no colectiva. El proceso es sencillo y directo: los medios juegan a la eventualidad de un receptor que no razona, que repite la «verdad» pública -y publicada-; que es, por cierto, el mismo criterio que se aplica en la publicidad: la repetición de una propaganda crea un hábito de consumo. De este modo, los medios, revestidos de la supuesta condición de «voz común», pueden fabricar el prestigio de una persona o destruirlo de manera implacable. Si intentamos, libremente, llegar a una conclusión, esta sería la de que la opinión pública no existe como tal. El escritor español José Luis Sampedro ha propuesto su aserto: no hay opinión pública, sino opinión mediática. En cualquier caso, la lógica y la honesta prudencia conducen a este derivativo nuestro: «No hay opinión pública, sino opinión publicada».        

        VÁLVULA: «Por costumbre, se habla de una «opinión pública», de la «opinión de la gente». Pero, esta supuesta idea compartida por un amplio sector no es originada por los propios ciudadanos, sino que emana de los medios de comunicación, que la manejan según su criterio y sus objetivos. Es la única vía para hacerse pública. Así, que a fin de cuentas, no hay una opinión pública expresada libremente, sino una opinión comunicacional, moldeada por la manipulación de los medios de comunicación. No hay que engañarse, sino mirar en profundidad: la «opinión pública» es una entelequia de alto riesgo».

                                                                                                                                                                                                                        gglcarrerad@gmail.com

EL AUTOR es doctor en Letras y profesor titular jubilado de la Universidad Central de Venezuela, donde fue director y uno de los fundadores del Instituto de Investigaciones Literarias. Fue rector de la Universidad Nacional Abierta y desde 1998 es Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Entre sus distinciones como narrador, ensayista y crítico literario se destacan los premios del Concurso Anual de Cuentos de El Nacional (1963, 1968 y 1973); Premio Municipal de Prosa (1971) por La novela del petróleo en Venezuela; Premio Municipal de Narrativa (1978 y 1994) por Viaje inverso y Salomón, respectivamente; y Premio de Ensayo de la XI Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (1995) por El signo secreto: para una poética de José Antonio Ramos Sucre. Nació en Cumaná, en 1933.

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