Vladimir Putin, dictador ruso con casi veinte y dos años en el poder, padece de la misma y eterna enfermedad de la megalomanía y del complejo del emperador frustrado.
Gustavo Luis Carrera
Ha habido, y hay, inveterados sueños imperialistas en la historia de ciertos pueblos y en la mente de monarcas y gobernantes autocráticos. Los ejemplos históricos a través del tiempo, hasta la actualidad, son tan evidentes como aleccionadores. Es la tendencia expansiva, invasora (anexionista) de países y dominios con ínfulas de grandeza y afán de beneficios económicos. Es la puesta en práctica del logro, o de la recuperación, del «gran país» ansiado. La historia no se cansa de dar ejemplos al respecto, como el más reciente, el que vivimos actualmente con una Rusia indigesta de ambición imperialista.
ZARISMO. El desarrollo imperial de la Rusia original fue obra de los sucesivos zares, o reyes -prácticamente emperadores-, que inician su estirpe a partir del famoso Pedro el Grande, a fines del siglo XVII. Sus sucesores afianzaron y complementaron su imperio: la también destacada Catalina II, en el siglo XVIII, que desarrolló una efectiva política conquistadora, anexándose Bielorrusia, Ucrania occidental y Lituania; y Nicolás I, que adelantó la expansión rusa en el Cáucaso. Éstos, y otros zares, afianzaron el gran imperio ruso, que pervive hasta mediados del siglo XIX. Los acontecimientos políticos y los enfrentamientos armados pusieron un límite al mapa imperial ruso; pero no lo disminuyeron. Así, quedó fijado en la historia el sentido expansionista insaciable de un imperio que iba a marcar, para siempre, lo que se llamó «el alma rusa», es decir, el espíritu dominante grabado en el sentir de un pueblo y en el orgullo altanero de sus gobernantes sucesivos, a través de disímiles situaciones históricas.
SOVIETISMO. El surgimiento de la Unión Soviética, después de la Revolución Rusa de 1917, representó un fenómeno absolutamente contradictorio en cuanto a la supuesta orientación política y las aspiraciones imperiales rusas. De una parte, aparece un régimen que se pretende popular e igualitario; y por la otra se establecen las bases para un asombroso crecimiento del imperio ruso, que se expande hasta un extremo inconcebible en épocas anteriores. La URSS llega a integrar en un mosaico imperialista a más de catorce repúblicas, después de la segunda guerra mundial. Era el establecimiento de un territorio cerrado y controlado por un partido y por un jefe de gobierno, a través de un sistema autocrático y represivo. Los principios enarbolados por la «revolución» fueron hechos añicos, y se instrumentó lo que otros países llamaron «la cortina de hierro». En la práctica, la URSS pasó a ser el más grande imperio del mundo, y quizás el mayor de la historia como ámbito cerrado. (El imperio romano fue más diseminado, e inclusive cambiante)
SUEÑO IMPERIALISTA INVETERADO. Ahora bien, ¿qué demuestra la conducta del autócrata ruso actual, obsedido por revivir «la gran Rusia», la de Pedro el Grande y la de Vissariónovich Dzhugachvili, más conocido como Stalin? Vladimir Putin, dictador ruso, con casi veinte y dos años en el poder, padece de la misma y eterna enfermedad de la megalomanía y del complejo del emperador frustrado. A fin de cuentas, sueña con recuperar las dimensiones del «gran imperio ruso»; verdadera fantasía nacional, aunque no sea reconocida públicamente. Y el procedimiento por él utilizado es el mismo que empleó Hitler para invadir Checoeslovaquia, Polonia y Estados vecinos: invocar la necesidad de proteger sus fronteras y de apoyar a poblaciones germanófilas -que inclusive hablaban alemán- allí asentadas. ¿No es exactamente lo mismo de la actual situación, en que el monarca ruso comienza por «proteger» a ciudadanos prorrusos en Ucrania, y que proclaman su autonomía con respecto al gobierno central del país? ¿No es igual al sistema nazi, como un primer paso para invadir todo el territorio y apoderarse de él? Nadie puede engañarse ante este vil procedimiento; salvo quienes toman partido a favor de la invasión; que en verdad no se engañan, sino que responden a otros intereses. ¿Hasta cuándo habrá que esperar para aprovechar las lecciones que da la historia?
VÁLVULA: «La actual situación, casus belli, provocada por Rusia en Ucrania, se inscribe en el inveterado sueño imperialista zarista-soviético del actual autócrata gobernante en la mal llamada Federación Rusa. Todo responde a una añoranza incontenible: restituir el legendario imperio fundado por los zares y expandido en forma sin precedentes en la historia por el fenecido sistema imperial soviético».
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