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¿Es la historia de la humanidad la historia de las guerras? I Letras Al Margen I Gustavo Luis Carrera

Detrás de cada agresión bélica es posible encontrar que su detonante es el repudio a vecinos que se rechazan por motivos ancestrales

Gustavo Luis Carrera  

                       

             Sin duda los conflictos armados son señales que marcan el desarrollo de las sociedades; resaltan como signos de situaciones extremas que determinan cambios en el curso de la evolución de países, civilizaciones y sistemas ideológicos. De hecho, las guerras dividen los tiempos en el devenir político y social; siendo, por igual, demostración de la barbarie que conspira contra la civilización. Es tal la significación de las explosiones bélicas que uno acaba por preguntarse si la historia es una sucesión de guerras. Seguramente historiadores se han hecho esta pregunta, y la habrán contestado con autoridad profesional. Situémonos frente a ella, y veamos qué consideraciones podemos derivar.

            EL ORÍGEN DE LAS GUERRAS. El conocimiento del punto de partida de las guerras nos lleva a la evidencia de que se originan como manifestación de rechazo, o como expresión de ansias de dominio. Así, diríamos que las guerras derivan de dos poderosas y terribles pasiones humanas: el odio y la ambición. En efecto, detrás de cada agresión bélica es posible encontrar que su detonante es el repudio a vecinos que se rechazan por motivos ancestrales, ya sean raciales, religiosos o políticos; o es, simple y llanamente, la pretensión dominante imperialista, el afán de ampliar el territorio que se detenta, en perjuicio del propio de otro dueño. Esto, en cuanto a las guerras de conquista. Porque, en otro orden de ideas se encontrarían las guerras defensivas y las guerras libertarias. Es decir, las que repelen al invasor y las que aspiran a conquistar la independencia. Entonces, ¿hay guerras malas y guerras buenas? No. Todas son malas, por su secuela de muerte y destrucción. Pero, unas son injustificables, innobles y vergonzantes; mientras otras se explican por estar inspiradas en la defensa propia y en la justicia de alcanzar la igualdad y la autonomía.      

            LA PRIMERA GUERRA. Para algunos historiadores la primera guerra de la cual quedan referencias escritas tuvo lugar hace alrededor de cuarenta y cinco siglos, cuando se enfrentaron las ciudades-estado (ciudades que eran pequeños países) sumerias de Lagash y Umma; una guerra que se desata por la rivalidad en el control de un tentador territorio intermedio de fértiles valles. Si partimos de la tesis de que esta región de la baja Mesopotamia (cuya mayor parte es el actual Iraq), identificada como Sumer, con la  sobresaliente ciudad de Ur, es algo así como la cuna de la civilización, con gran florecimiento entre el VI el I milenio a. C., habremos de convenir en que el cuestionable orgullo de ser las protagonistas de la primera guerra documentada, en el desarrollo urbano de la humanidad, corresponde a las ciudades sumerias de Lagash y Umma. Punto de partida de las que habrían de ser demostraciones clásicas de los conflictos bélicos de la antigüedad: las guerras de las ciudades-estado rivales de Grecia: Atenas y Esparta; y las guerras conquistadoras de Alejandro Magno y del vastísimo imperio romano.     

            LA DESTRUCCIÓN Y SUS SECUELAS. Estado de guerra significa amenaza cierta de destrucción y de muerte. Es mentira que una guerra se circunscribe a sus combatientes; el efecto colateral de aniquilamiento de civiles y de sus viviendas es inevitable. Y esta derivación aniquiladora de personas y de sus pertenencias es lo que menos preocupa a los líderes que inician las guerras para satisfacer sus odios y sus ambiciones, Y no sólo es el daño destructivo inmediato; hay una secuela perniciosa que ha de prolongarse por mucho tiempo. Bastaría con  considerar cuántos años le ha llevado a Europa recuperarse de los destrozos ocasionados por la Segunda Guerra Mundial. Como sucederá con las consecuencias de esta malhadada y traicionera Guerra de Ucrania, por la cual el mundo civilizado se angustia y padece actualmente.              

            ¿HITOS HISTÓRICOS? Los enfrentamientos mortales ocurren con una frecuencia suicidante: es tal el cúmulo de guerras, revoluciones, conflictos bélicos y guerrillas que se suman en un siglo, que no es exagerado hablar de suicidio colectivo. Y no nos referimos a un pasado remoto. Veamos. De recuentos establecidos se desprende el hecho sorprendente de que en el siglo XX  hubo más de cien conflictos bélicos, con todas sus variantes, que van desde dos guerras mundiales hasta guerrillas circunstanciales o interminables. Porque allí sobresalen, naturalmente, por su larga duración y su gran alcance, las guerras mundiales iniciadas en 1914 y en 1939 (con apenas 15 años de separación), la guerra Española, la de Vietnam, la de Indochina, la de Argelia, la de Corea; así como revoluciones trascendentes: la Mexicana, la Rusa, la Cubana; y guerrillas sin término (Colombia) y temporales (Venezuela, Perú, Centroamérica, Bolivia); igualmente, situaciones cruentas de exterminio racial y tribal en África sahariana. Y todos estos hechos, así como decenas más, son señales históricamente detectables: significan cambios, finales y comienzos, crisis, transformaciones, revelaciones de  líderes despóticos y sanguinarios, así como de pueblos heroicos e insumisos; es decir, son hitos históricos. ¿Y es posible que una historia de la humanidad sea la historia de sus guerras? En parte sí. Y de ese modo se percibe cuando manejamos cualquier manual de historia universal. Las guerras dividen el proceso histórico y establecen ciclos y etapas. Pero, generan una visión parcializada, empobrecida, del desarrollo de la civilización, donde la parte civil, artística, científica, doctrinaria, filosófica, literaria, folklórica, tecnológica, de los pueblos y de sus figuras emblemáticas, quedaría fuera. Es decir que la historia bélica de la humanidad sería una historia minusválida y aberrante de la auténtica civilización.                  

       VÁLVULA: «Después de los enfrentamientos tribales, la guerra, propiamente dicha, acompaña el desarrollo humano desde los comienzos de las ciudades-estado, hace más de cuarenta siglos. Su efecto transformador en la geografía poblacional y en los sistemas de pensamiento y de gobierno, sólo se compara con su cruel capacidad destructiva y mortífera. De hecho, podría escribirse una historia a base de las guerras sucesivas. Pero, sería una historia amargamente ominosa y cruelmente inhumana».

glcarrerad@gmail.com

EL AUTOR es doctor en Letras y profesor titular jubilado de la Universidad Central de Venezuela, donde fue director y uno de los fundadores del Instituto de Investigaciones Literarias. Fue rector de la Universidad Nacional Abierta y desde 1998 es Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Entre sus distinciones como narrador, ensayista y crítico literario se destacan los premios del Concurso Anual de Cuentos de El Nacional (1963, 1968 y 1973); Premio Municipal de Prosa (1971) por La novela del petróleo en Venezuela; Premio Municipal de Narrativa (1978 y 1994) por Viaje inverso y Salomón, respectivamente; y Premio de Ensayo de la XI Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (1995) por El signo secreto: para una poética de José Antonio Ramos Sucre. Nació en Cumaná, en 1933.
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