Gladys Gutiérrez, y Edgar Gavidia, presidenta y primer vicepresidente del TSJ,son expresión del control político sin ambages del dúo Maduro-Flores.
Manuel Isidro Molina
No se les ocurrió sino «más de lo mismo», designar un «nuevo» mamotreto de Tribunal Supremo de Justicia, peor de igual que el anterior, y gravosamente marcado por personajes de la indignidad judicial como Maikel Moreno, Calixto Ortega e Inocencio Figueroa, cada uno con sus conocidísimas particularidades.
Gladys Gutiérrez y Edgar Gavidia -presidenta y primer vicepresidente del TSJ- son expresión del control político sin ambages del dúo Maduro-Flores, que desde Miraflores digitalizó lo que sin sentido alguno del ridículo, desde la tribuna de los oradores de la Asamblea Nacional, describió a contraluz el diputado Giuseppe Alessandrello: «Este es un acto trascendental en la vida política de este país y en toda su institucionalidad… El proceso técnico -jurídico de selección de los magistrados del TSJ fue impecable, transparente y público». ¡Carajo!
El diputado José Gregorio Correa no deslució en su actuación desde la tribuna de oradores: justificó la tramoya hurdida y liberó de responsabilidades a los integrantes del anterior y próximo TSJ, con un argumento pueril y complice: «los grandes problemas de la justicia venezolana no se concentran en el máximo tribunal del país, sino en los tribunales menores donde ‘pequeños jueces abusan del derecho como si fueran los dueños de la justicia. Hay cosas que ocurren que en el TSJ nunca se enteran'». ¡Qué exquisito!
Y el presidente del Parlamento, Jorge Rodríguez, no lo hizo mejor: «Aplaudamos de pie al Comité de Postulaciones Judiciales que de una manera concienzuda, sabia, magnánima dirigió el proceso de evaluación». Realmente, tal exultación fue innecesaria, pésima poesía sobre la estulticia y el descaro.
El bosque de manos hizo lo pactado: los designó en paquete, envueltos y sin esguinces, como lo impuso el acuerdo secreto entre los factores de poder parlamentarios y extraparlamentarios. La plenaria de la AN, vergonzosamente, lo que hizo fue el teatro de que los escogía y designaba. Todos sabían que debían cumplir la tarea de levantar sus manos acríticanente para convalidar la tramoya hurdida tras bastidores.
Diosdado Cabello, jefe parlamentario del PSUV, primer vicepresidente del partido y presidente de la ridícula «Comisión Presidencial para la «revolución judicial» (o algo así), hizo que habló. A su colega y fiel subalterno Pedro Carreño, ni se le vio el celaje: su cínica crítica a la pudrición del TSJ quedó -como sabíamos que quedaría- para los anales de las trapisondas de la politiquería tarifada venezolana del siglo XXI.
¿Cómo se les ocurrió designar ese mamotreto de TSJ? Esa es su responsabilidad histórica. De «revolución judicial», no hubo nada nadita. Lo sabíamos: ¡Ni siquiera gatopardismo! Peor de lo mismo.
Caminan como zombies, impertérritos, absortos, estupidizados… ¡Se profundiza la tragedia histórica!
manuelisidro21@gmail.com