La barbarie extrema es un riesgo que se abre, como un abismo de crueldad ante los dos bandos en conflicto.
Gustavo Luis Carrera I LETRAS AL MARGEN
El vocablo guerra aparece en el diccionario como derivado de werra, término propio del germánico occidental, lengua indoeuropea primitiva. Su sentido original de: pelea, discordia, se proyectó y se hizo más contundente y socializado internacionalmente, hasta significar: «lucha armada entre grupos o países». Con lo cual ya se nos advierte que la guerra no sólo se da entre naciones, sino que puede ser de un grupo frente a otro, dentro del mismo país, significando lo que se llama la guerra civil. Pero, en el uso generalizado su sentido opera más a nivel internacional. En esa dimensión nos situamos en nuestras consideraciones.
RUPTURA DE LA EXISTENCIA EQUILIBRADA. De hecho, se habla de mundo en paz cuando no hay guerras declaradas; pero, esto es una utopía. Ese equilibrio teórico siempre se rompe. Alguna guerra oculta está por ahí; y ni tan oculta como ocurre actualmente con la lucha armada en Siria o con la contienda, sorda pero constante, entre israelíes y palestinos. Y así puede seguir la enumeración. Entonces, esa existencia equilibrada es un enunciado teórico, que recuerda cuando se habla de «normalización » en las cárceles. Solamente que la situación extrema se exacerba y escandaliza cuando ocurren contiendas como esta infausta y cruel guerra que el gobierno de Rusia implantó en Ucrania. Entonces, dejando de lado el gran tema de discusión relativo a la posible existencia de guerras justificadas, como la guerra de independencia o la guerra defensiva ante una invasión imperialista, en la praxis de la retórica cotidiana calificamos de un desafuero retrógrado que en un mundo civilizado ocurran guerras como hechos «normales», que la humanidad debe tolerar, o que, sencillamente, son inevitables.
LOS EXCESOS DE AMBOS BANDOS. Consideración obligada, al hablar de guerra, merece el capítulo de los excesos inauditos, verdaderos signos de barbarie en que caen los ejércitos en pugna. Un ejemplo paradigmático al respecto es el muy citado de la llamada Guerra Española o Guerra Civil Española, y que no sólo fue española, sino internacional, con la participación de la Alemania nazi del lado de los franquistas, y de la Rusia soviética junto a los republicanos. Fueron tantos los extremos de odio y de barbarie a que se llegó, que los franquistas o fascistas, fusilaban a cualquiera acusado de republicano, sin consideración ninguna; y de su parte, los republicanos fusilaban a cualquier persona que dos o tres vecinos señalaban como fascista, llegando al extremo de fusilar sacerdotes porque la Iglesia institucionalmente apoyaba al régimen franquista. Así, de un bando y del otro, se incurría en exabruptos antihumanos, sin dudas ni remordimientos. Y es que cuando se dispara la barbarie de la guerra, no hay límites. Y los excesos pasan a ser una posibilidad abierta a la animalidad establecida como norma. ¿No existe un riesgo semejante en la actual guerra desatada por el régimen ruso en tierra ucraniana? Ambos bandos se miran como enemigos que deben ser aniquilados. Y ambos bandos tienen ante sí el abismo de la barbarie, que es el gran trofeo que la guerra otorga a sus participantes.
En la guerra civil española los franquistas o fascistas, fusilaban a cualquiera acusado de republicano, y de su parte, los republicanos fusilaban a cualquier persona que dos o tres vecinos señalaban como fascista”.
EL REPUDIO CIVILIZADO. En la segunda década del siglo XVI, el humanista y santo inglés Thomas More, más conocido para nosotros, en español, como Tomás Moro o santo Tomás Moro, estigmatizó la guerra en dos reflexiones aleccionadoras: «la guerra es una cosa absolutamente bestial, y ninguna raza animal se libra a ella de manera tan permanente como el hombre»; «nada hay menos glorioso que la gloria concedida por la guerra» (ambos fragmentos se encuentran en su famosa «Utopía»). Allí resaltan dos hechos esenciales: en primer lugar, el humano es el único ser que cultiva y ejecuta la guerra sin motivos vitales y constantemente; a diferencia de los animales, que matan para comer o para defenderse, y ello de manera circunstancial. Y en segundo lugar, la glorificación de la guerra es un acto de menosprecio a la vida y de exaltación de la muerte, que no puede ser más degradante por antihumano. Ambos criterios están en la base del repudio global que recibe la guerra como supuesta forma de dirimir enfrentamientos o de satisfacer ambiciones imperialistas. El recurso de la lucha armada es un instrumento extremo, devastador, que anula la condición humana en tanto es una forma de barbarie que se traduce en la obligación de situar a la persona en el dilema de matar o morir. Es decir, el enfrentamiento de ceder a la disyuntiva de asesinar o de ser asesinado. ¿Es posible mayor negación de la condición humana? ¿Cabe pensar en alguna manera más absoluta de obligar a irrespetar los principios esenciales de la justicia, de la consideración por los semejantes humanos, de la fe espiritual y de la religión que cada uno puede tener? Y en el centro de la angustia, la gran pregunta: ¿será inútil predicar contra la guerra? Quizás. ¿Se trata de una condena inútil? Tal vez. Seguramente siempre habrá guerras. Y de igual modo siempre habrá que condenarlas.
VÁLVULA: «La guerra es un mal inveterado en la civilización humana, como lo son las enfermedades y la pobreza. Y la barbarie extrema es un riesgo que se abre, como un abismo de crueldad ante los dos bandos en conflicto. Parecería que la guerra es una condena social, una fatalidad colectiva. Como también debe ser tenaz e irreductible su condena por todas las mentes que defienden la esencia humana de la colectividad universal.