Es legendaria su historia de amor con la poderosa y muy bella mujer de piel negra, la esplendorosa y no menos conocida Reina de Saba.
Gustavo Luis Carrera I LETRAS AL MARGEN
Ningún rey, ningún sabio de tanto prestigio como Salomón. Y ello no sólo a nivel de tratados y de historia sagrada, sino además, y esto es lo más significativo socialmente, por igual en el ánimo -fantasía y realidad- popular. No necesita presentación ni explicación introductoria: su solo nombre impone respeto y afecto. Hasta sobresale en dichos y sinónimos: «Ser un Salomón» es demostrar inteligencia y sentido de la justicia; «Una solución salomónica» es aquella que establece lo justo y adecuado en favor de las partes; «Hablar como Salomón» es decir lo procedente y sabio. ¡Una admiración enraizada en los pueblos!
EL MÁXIMO REY PACÍFICO. Salomón, hijo de David, el rey guerrero, consolidó y expandió territorialmente Israel durante su reinado, sin hacer una sola guerra. Por ello, en la Biblia se le pondera, en justicia, llamándolo El Pacífico. Condición, por cierto, para mi sorpresa, que ha hecho que israelitas guerreristas minimicen la imagen de Salomón, enalteciendo la de David, «el soberano de las manos ensangrentadas», que simboliza el espíritu bélico que ellos exaltan. Pero, la historia es inapelable: Salomón logró el máximo engrandecimiento de Israel a base de convenios, de pactos, inclusive con recurso del matrimonio, donde se incluye su legendaria historia de amor con la poderosa y muy bella mujer de piel negra, la esplendorosa y no menos conocida Reina de Saba, con quien tuvo un hijo, según señalan algunas crónicas. Salomón, como hombre sabio, aplicó la hábil política de respetar las costumbres y las ceremonias de los pueblos incorporados; astuto procedimiento anexionista que practicaron, después, con tanto éxito, los romanos. Esto le trajo desavenencias con los puristas ortodoxos; pero, fue un signo más de su magnífica sabiduría.
LAS TRES COSAS QUE LO ASOMBRABAN. Al margen de su proverbial condición de sabio insuperable, Salomón tuvo la honestidad, como muestra la Biblia, de señalar las tres cosas que le producían asombro, por su condición misteriosa y aparentemente inexplicable. En Proverbios de Salomón 18-19 quedan registradas. Todas eran razones naturales desconocidas en la época, que aparecían como incógnitas no resueltas. La primera es «cómo planea el águila por el cielo»; es decir: de qué manera un ave tan grande puede emprender el vuelo, contraviniendo las leyes de la física elemental, y dominando luego los espacios aéreos. La segunda revela la extrañeza ante «cómo se desliza la serpiente sobre la roca»; o sea: por vía de qué recurso invisible, sin un punto de apoyo, puede la serpiente moverse, de manera espontánea, sobre una superficie completamente lisa. Y la tercera, y más compleja y recóndita, se expresa de modo admirativo: «cómo navega el barco en el océano»; expresando respetuoso asombro ante el arte infuso del navegante que, sin brújula ni astrolabio, puede surcar el piélago inmenso, bajo la guía protectora de los astros, donde se privilegia la cruz del sur, y en armonía con el fluir de los vientos. ¡Tres cosas asombrosas para el sabio Salomón, que no dejan de ser maravillosas para nosotros, inclusive dentro de las explicaciones científicas y tecnológicas, tres mil años después!
LA CUARTA COSA QUE NO COMPRENDÍA. Pues bien, resulta que las tres cosas se convierten en cuatro, en una peculiar matemática bíblica. Tal como acontece con las tres instancias de la vida, que son cuatro; con las tres cosas que hacen temblar la tierra, que son cuatro; con las tres cosas que caminan con garbo, que son cuatro; con las tres cosas que nunca se sacian, que son cuatro. Así, a las tres cosas que asombran a Salomón, se añade una cuarta que él «no comprende», la más enigmática: cómo nace el amor en una pareja, «cómo ama el hombre a la mujer». Y aquí toca Salomón la que podemos calificar como la piedra filosofal de los sentimientos: ¿cómo se explica el efluvio amoroso? Pregunta que adquiere inusitadas proporciones si la colocamos en el espíritu de quien crónicas legendarias señalan como dado a sumar contactos amorosos -inclusive popularmente se habla de «las mil mujeres de Salomón»- y a utilizar bálsamos seductores. De hecho, el prodigioso rey dice «no comprender» lo que nadie ha podido explicar; con lo cual se nos aparece como más humano y verídico. Como quiera que sea, Salomón destaca particularmente su admiración y desconcierto ante el mayor enigma de las relaciones humanas: ¿de dónde nace la tendencia inexplicable llamada amor?, ¿cómo se forma y se impone el sentimiento afectivo que enceguece y obsesiona a quien lo padece?, ¿cuál es la clave del surgimiento y la evolución imprevisible de la pasión amorosa? Salomón no pudo responder estas inquisitivas y recónditas preguntas. Y después de análisis y teorías de filósofos y científicos, con aplicaciones sicoanalíticas y experimentos conductuales de nuestro tiempo, nosotros tampoco podemos hacerlo. ¿Eternidad del pensamiento salomónico? ¡Es una cualidad más que se agregaría a la munificencia de la significación histórica y emotiva del Magno Rey Salomón!
VÁLVULA: «El máximo símbolo de la sabiduría secular, el nunca suficientemente bien ponderado rey Salomón, presente no sólo en las páginas bíblicas, sino todavía más en el sentir popular, tuvo la honestidad de revelar las tres cosas que lo asombraban, y que el saber de la época no se explicaba. Pero, había una cuarta cosa: eterno misterio, que singulariza la naturaleza humana, y que ni el rey sabio, en su tiempo, ni nosotros en éste, logramos dilucidar: el proceso insondable y esotérico del amor».
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