A comienzos del Siglo XX se establece el llamado «verso libre» o «verso blanco», que sin rima y sin medida forzosa, evoca la dimensión poética a base de sugerencias significantes y proyecciones metafóricas.
Gustavo Luis Carrera
De origen, el lenguaje surge por una necesidad de comunicación. En un principio, para expresar instintos y reacciones de orden primario (hambre, sed, abrigo, miedo, sexo, rabia); y luego, acciones imprescindibles (caza, encender el fuego, huir, protegerse). Posteriormente, el campo de los requerimientos comunicativos sensibles (contar) y sentimentales (amor), abren el camino hacia las exigencias intelectuales y espirituales en general. La palabra escrita se convierte en el territorio comunicativo, profundo y emotivo. La literatura impone sus reglas y sus objetivos. La poesía sienta su campo específico de representación indirecta, metafórica, esencialmente simbólica.
SIMBOLOGÍA COMUNICATIVA. Muy pronto se advirtió que la palabra puede tener más de un significado; que su poder expresivo es plurivalente. Si digo «casa», significo una construcción que sirve de vivienda; pero, también sugiero: protección, refugio, hogar, intimidad; y otros sentidos proyectados. Si digo «mar», expreso la vastedad de las aguas salinas; pero, también dejo entrever: inmensidad, misterio, lejanía; y diversas opciones interpretativas. No en otra dimensión se proyecta la simbología comunicativa, que es alma y esencia de la poesía. Desde los tiempos más remotos existe la poesía. Y no está demás preguntarse ¿por qué? Resulta evidente que los recitadores (poesía oral) y los escritores (poesía escrita) optaron por el lenguaje de los símbolos para significar más de lo que las palabras significan en su inmediatez semántica, en su sentido evidente. Así, el símbolo es un referente de la búsqueda de una proyección inusitada, mágica, seductora, del lenguaje que enriquece su capacidad comunicativa abriendo camino a la imaginación y a las rememoraciones y los ensueños.
Si el habla común se sustenta en el sentido directo, la poesía se funda en la expresión sugerente del símbolo»
REGLAS Y MEDIDAS. Desde el comienzo, la poesía fue sometida al imperio de reglas exigentes y perentorias. Inclusive se impuso el criterio de igualar dificultad con calidad. Es lo que se llamó «el arte de lo difícil». Así surgió la rima como un requisito eufónico, que resultaba agradable al oído, nemotécnico, que facilitaba recordar el texto, y exigente, que obligaba forzosamente a una tarea ardua. Y se establecieron las medidas: los versos, que componen un poema, debían ser de un número determinado de sílabas, con reglas para contarlas; y de su parte, los versos, o líneas, se sumaban componiendo estrofas, o estancias, que podían estructurarse de los modos más diversos y rebuscados. Así, se desarrolló en lengua española el verso octosílabo como el más característico; modelo que predomina en la poesía oral popular. No se concebía un poema que no fuera medido y rimado. Hasta que, a comienzos del siglo XX, todo un movimiento de ruptura con aquella tradición, establece el llamado «verso libre» o «verso blanco», que sin rima y sin medida forzosa, evoca la dimensión poética a base de sugerencias significantes y proyecciones metafóricas; aceptando formas específicas de ritmo interior. De hecho, el verso conserva su disposición fragmentaria, en líneas sucesivas, de segmentos expresivos; siempre fundado en el símbolo.
SUTILEZA EXPRESIVA. A fin de cuentas, si tuviéramos que precisar el basamento fundacional de la poesía tendríamos que convenir en que es la búsqueda apasionada de la sutileza expresiva. En efecto, al lenguaje poético, tal como hemos señalado, no le basta con el sentido inmanente de las palabras. Su búsqueda significante, su indagación comunicativa, coincide con los postulados del mundo metafórico; o sea, decir más de lo que la palabra encierra y trasmite. La sugerencia es el fundamento de este lenguaje indirecto, que inclusive puede llegar a ser críptico; y que prefiere arriesgarse a la incomunicación relativa que a permanecer en la inmediatez del decir común. La búsqueda incesante, sin término y sin fronteras, más allá del lenguaje usual, llegando a sus extramuros, y hasta tocando las puertas de la incomprensión inmediata del lector, caracteriza la pasión empecinada del buceo poético en el mar del idioma y de sus profundidades ignotas y sus doradas arenas míticas. A fin de cuentas, la proposición poética es un reto simbólico de alto riesgo.
VÁLVULA: «La expresión poética se ubica en la cúspide de un proceso que parte de las necesidades comunicativas primigenias; prosigue en la manifestación de los sentimientos a través de la palabra dicha y escrita; y culmina en el surgimiento de la literatura. En esta institución social literaria, la poesía, ya sometida al rigor de la rima y de la medida, o ya de condición libre y espontánea, ha instituido su esencia simbólica como fundamento sutil de una comunicación telesígnica, es decir, de significado más allá de la palabra misma. Si el habla común se sustenta en el sentido directo, la poesía se funda en la expresión sugerente del símbolo».
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