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La ética devastada: riesgo máximo I Letras Al Margen I Gustavo Luis Carrera

La crisis ética puede originar el desánimo y la confusión en una colectividad.

Gustavo Luis Carrera I LETRAS AL MARGEN 

        Cuando se oye hablar de la ética, se piensa en la moral. Y hay cierta razón en ello. Pero, así como la moral es un código que se aprende, y que está sometido a sanciones legales y de orden público, por su parte, la ética se sitúa en lo más profundo del espíritu humano, en su mayor intimidad. La ética constituye parte sustancial de la personalidad de cada quien, como ser social, en contacto con los demás; pero sobre todo como ser individual, en pacto irrenunciable consigo mismo, como signo de dignidad firmemente preservada.                                

        EL CONCEPTO. Para algunos, la ética es la valoración que se hace de las acciones humanas de acuerdo a principios de lo correcto y lo adecuado. Pero, esta es una visión externa, propia de quien analiza y califica. Creemos que es de evidente mayor importancia la conciencia conductual que el individuo aplica en su comportamiento; nos referimos, claro está, a una convicción propia, a un principio normativo que cada quien practica y  resguarda como elemento sustancial de su pensamiento y de su actitud ante la colectividad, pero en particular con respecto a un profundo convencimiento personal. Los principios éticos se cumplen por convicción, no por temor a una sanción. Dicho de otro modo: la falta de ética es una agresión contra sí mismo, haciendo poner en duda la validez de nuestra  condición humana solidaria. Hasta ese extremo es la ética un factor fundamental en la calificación como persona de todo individuo.     

        LA PRÁCTICA COLECTIVA. En el plano filosófico, la ética ha sido destacada como valor esencial en la conducta personal por Platón y Aristóteles; hasta que es revalorizada modernamente por Kant. Pero, en el orden práctico, a nivel de una comunidad la conducta colectiva influye poderosamente en la perspectiva individual. Al tener que convivir socialmente, cada quien expone su ética a una inevitable confrontación con la concepción y la aplicación de los principios éticos de los demás. Y se producen las discordancias y los contrastes. La falta de ética del que abusa del más débil o del más ignorante; del explotador de los trabajadores; del expoliador que se apoderada de dineros públicos; del especulador que roba descaradamente aumentando los precios sin razón y sin freno; de quien cobra por servicios deficientes; del técnico que inventa fallas en equipos para aumentar la factura; y así sigue la lista de actuaciones antiéticas que no tienen ningún tipo de contención ni castigo. Y esta crisis ética puede originar el desánimo y la confusión en una colectividad.      

La falta de ética es una agresión contra sí mismo, haciendo poner en duda la validez de nuestra condición humana solidaria”

        EL RIESGO INDIVIDUAL. La distorsión de los valores en el grupo social pone en riesgo de anulación a la ética personal, o al menos de situarla al borde de la decepción corruptora. El hábito que se va haciendo inveterado, el convivir a diario con la antiética, puede llevar a la aceptación de tal estado de cosas, a la convicción de que no sólo es imposible cambiar el desajuste, sino de que, además, es más rentable y beneficioso dejar de lado la ética y sumarse a su devastación. De hecho, el irrespeto a la verdad, a la honestidad pública y privada, a la justicia imparcial, a la libertad integral, a la solidaridad existencial, a la fidelidad en la palabra comprometida, a la aceptación de la diversidad ideológica, a la negación de las discriminaciones, son factores de desajuste que conspiran contra la solidez ética del individuo. Es un proceso ascendente de demolición de una conciencia ciudadana basada en el respeto al ser humano y en el necesario espíritu solidario. El riesgo es evidente y está a la vista. Si no hay firmeza y profundidad en la conciencia ética, que orienta la conducta personal, la contaminación de la antiética es una de las peores amenazas destructivas que enfrentamos en la actualidad; sabiendo que una alteración de la conducta de esta magnitud puede convertirse en un hábito, y teniendo el convencimiento de que nada es más difícil que combatir una costumbre arraigada. El riesgo está en ciernes.                                                       

        VÁLVULA: «La ética corresponde a valores fundamentales que forman parte de nuestra personalidad; mientras la moral es un código público, impuesto, que incluye sanciones legales y que puede cambiar según la cultura y el tiempo. La permanencia de la ética como guía de la conducta personal y social es fundamental como rasgo caracterizador de la condición humano. Por eso, la posibilidad de su negación por la repudiable conducta de sectores sociales antiéticos, que contaminan la ética personal de cada uno, es el riesgo máximo que enfrentamos en nuestro tiempo».                                                                                                              glcarrerad@gmail.com

EL AUTOR es doctor en Letras y profesor titular jubilado de la Universidad Central de Venezuela, donde fue director y uno de los fundadores del Instituto de Investigaciones Literarias. Fue rector de la Universidad Nacional Abierta y desde 1998 es Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Entre sus distinciones como narrador, ensayista y crítico literario se destacan los premios del Concurso Anual de Cuentos de El Nacional (1963, 1968 y 1973); Premio Municipal de Prosa (1971) por La novela del petróleo en Venezuela; Premio Municipal de Narrativa (1978 y 1994) por Viaje inverso y Salomón, respectivamente; y Premio de Ensayo de la XI Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (1995) por El signo secreto: para una poética de José Antonio Ramos Sucre. Nació en Cumaná, en 1933.

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