, , ,

Profundas tradiciones populares: San Juan y San Pedro I Letras Al Margen I Gustavo Luis Carrera

El reino del tambor es en honor del santo: en toda la dimensión barloventeña.

Gustavo Luis Carrera  I LETRAS AL MARGEN                 

       El pueblo atesora tradiciones particulares, propias, fuera del calendario oficial;  inclusive maneja a su manera las fechas religiosas. El requisito para este culto colectivo es evidente: se trata de usanzas arraigadas en un profundo sentir de toda una comunidad. No responden a una ley ni  a una ordenanza pública. Es un uso, una costumbre, que sólo se rige por la voluntad de sus cultores. Entre estas tradiciones de particular fuerza y personalidad destacan, sin duda, en el mes de junio venezolano, los Tambores de San Juan y la Parranda de San Pedro.        

         FOLKLORE, TRADICIÓN, ETOPEYA COLECTIVA.  El vasto mundo del saber popular, de los usos y las costumbres de un pueblo, así como de su arte y su literatura, se corresponde con su folklore (palabra que nos viene del inglés, donde significa, justamente, saber del pueblo). Este acervo folklórico es practicado y conservado con emocionado entusiasmo por toda una colectividad, ya sea a nivel local, regional o nacional. Particularmente integradoras y visibles son las manifestaciones tradicionales de calle, que incorporan a un vasto número de participantes y de público. Son la muestra externalizada de una convicción, de un culto interior, que cada uno lleva por herencia cultural. Cuando se habla de etopeya en literatura, se hace referencia a las características y la idiosincrasia de un personaje; en el caso del folklore, podríamos decir que se trata de una etopeya colectiva. Y dentro de ese inagotable y ferviente caudal de profundas tradiciones populares sobresalen en este país, en el propicio mes de junio, los Tambores de San Juan y la Parranda de San Pedro.    

       LOS TAMBORES DE SAN JUAN. Quien en Venezuela dice San Juan, dice tambores. Y ello por una razón muy sencilla: todo el culto sanjuanero se hace patente en los tambores, sobre todo la mina, la curbeta, el redondo (el «culepuya»), el cumaco, la tamborita. Y esto vive en el orgullo de toda una vastísima comunidad de sangre negra (hay que decirlo con justa estimación, sin el pobre eufemismo de «afrodescendiente», que es una forma de autodiscriminación, que resulta la más lamentable de las discriminaciones). Decíamos que esa recia y creadora población sanjuanera, que abarca diversas zonas del país, haciéndose particularmente intensa y activa en la costa norte y zonas interioranas, desde Barlovento hasta Yaracuy, venera a un prestigioso santo, que en algunos casos es San Juan Bautista, y en otros San Juan Congo y Sanjuanito. Por detrás del sentido de exaltación de la figura de San Juan, del 24 de junio, resalta la coincidencia con el Solsticio de Verano y el tiempo propicio para la siembra. Se trata de una tradición que está presente en muchas zonas del mundo, y que en Europa tiene especial vigor, con ritos celebratorios, que incluyen los «fuegos de San Juan». Pero, para nosotros es el reino del tambor, en honor del santo: en toda la dimensión barloventeña, donde se  destaca Curiepe, y en la costa del Litoral, donde sobresale Naiguatá. Pero, es imposible nombrar aquí cada uno de los múltiples territorios del tambor sanjuanero. Apenas quieren nuestras palabras unirse devotamente a tan extraordinaria tradición.  

      LA PARRANDA DE SAN PEDRO. La historia local destaca que una esclava negra de la zona de Guatire y Guarenas (unidas por muchos conceptos; siendo ambas  «sampedreñas»), en agradecimiento a un milagro que le concedió San Pedro, decidió hacer, de por vida, en honor del santo, en su día, lo mejor que ella sabía: bailar. Y hacerlo con su niña, que había sido salvada por la intervención milagrosa del santo, en sus brazos. Su marido y varios vecinos decidieron acompañarla. Y así, según cuenta la narración, nació la inigualable y estimulante Parranda de San Pedro, cada 29 de junio. Los músicos, los cantores y los bailadores visten de levita y pumpá, con un pañuelo amarillo al cuello y el rostro untado de betún muy negro. Con ellos van los «tucusitos», dos niños que bailan, exhibiendo su curiosa vestimenta de dos colores: amarillo y rojo (los propios de los liberales y los conservadores de aquellos tiempos decimonónicos; para respetar la ideología de los propios participantes). Junto a los cantores va María Ignacia, que así se llamaba la inspiradora de la tradición, y que ahora es representada por un sampedreño, vestido de mujer, con crinejas muy largas y una muñeca de trapo en los brazos; todo como recuerdo de la historia sucedida. Entre los cantores nadie puede olvidar al extraordinario Justo «Pico» Tovar, y entre los animadores de la festividad, al siempre dispuesto «Rojitas». En un momento dado, entran a bailar  los «cotizudos», que amarran cueros a las alpargatas y hacen un fabuloso zapateo, en un ritmo envolvente sin igual. [No puedo dejar de mencionar que hace muchos años, mi esposa y yo, le grabamos a Justo Tovar, en medio de sus cantos, un romance español del siglo XVI, completo en su conservación oral, de boca a oído, y como una muestra de la diversa riqueza histórica y estética que encierra esta tradición].

       VÁLVULA: «En la vasta dimensión de las costumbres que resguarda el espíritu de nuestro pueblo, el mes de junio es propicio para hacer resaltar dos festividades ligadas, la una a San Juan, y la otra a San Pedro. Pero, más allá de la estimulante veneración religiosa, sobresale el vigor incontestable con el cual las tradiciones populares, ya arraigadas en la almas, se expanden hacia todos quienes a ellas se acercan con ánimo propicio y con una sensibilidad humana tan profunda como los de las festividades tradicionales».

  glcarrerad@gmail.com   

EL AUTOR es doctor en Letras y profesor titular jubilado de la Universidad Central de Venezuela, donde fue director y uno de los fundadores del Instituto de Investigaciones Literarias. Fue rector de la Universidad Nacional Abierta y desde 1998 es Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Entre sus distinciones como narrador, ensayista y crítico literario se destacan los premios del Concurso Anual de Cuentos de El Nacional (1963, 1968 y 1973); Premio Municipal de Prosa (1971) por La novela del petróleo en Venezuela; Premio Municipal de Narrativa (1978 y 1994) por Viaje inverso y Salomón, respectivamente; y Premio de Ensayo de la XI Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (1995) por El signo secreto: para una poética de José Antonio Ramos Sucre. Nació en Cumaná, en 1933.

https://www.larazon.net/category/carrera