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¿Vivimos bajo el dominio de los medios de comunicación? I Letras Al Margen I Gustavo Luis Carrera

Algunos opinan que se ha impuesto, modernamente, una mediocracia, es decir, el gobierno de los medios de comunicación”

Gustavo Luis Carrera                                    

           El desarrollo tecnológico impone nuevas realidades. Así como la invención de la imprenta con caracteres móviles (la tipografía) modificó las mentes a mediados del siglo XV, a la sombra del señor Gutenberg, de igual manera fue acondicionando la trasmisión de la información el advenimiento sucesivo de la radio y de la televisión. Entre el periódico, la programación radial y los noticieros televisados formaron un aparato comunicativo de un poder gigantesco. Y ello hasta el extremo de que algunos hablen del establecimiento de una sociedad mediática. ¿Hasta qué punto es esto cierto?

          ¿LA VERDAD ES VISUAL? La prensa ilustrada con fotografías y la televisión han terminado por imponer el supuesto principio santotomasiano de ver para creer. La mecánica es simple: «lo sé porque lo vi», «lo que resalta ante mis ojos tiene que ser verdad», «me baso en lo que vi, para opinar así»; es decir, que todo se funda en un natural instinto humano. Circunstancia que conocen muy bien publicistas y comunicólogos, sabiendo que por la vía visual pueden manipular a consumidores y a opinadores. Y el público, ingenuamente olvida que las fotos pueden ser trucadas y que el montaje cinematográfico es capaz de sembrar un punto de vista y motivar una opinión. Así, la veracidad visual en el campo comunicacional se hace tan relativa que más parece un mito que otra cosa. Pero, se sigue utilizando ese poder, con la seguridad de que actúa con gran capacidad de convencimiento sobre una buena parte de la población, e inclusive siembra fundamentos de opinión en el conjunto de una colectividad.   

           MEDIOCRACIA. Algunos opinan, extremando los criterios, que se ha impuesto, modernamente, una mediocracia; es decir, el gobierno de los medios de comunicación. Y es innegable que estamos, a diario, sometidos al influjo calculado y persistente de la propaganda comercial de la mayor variedad de productos; a la limitada selección de opciones en la prensa, la radio o la televisión, que, forzosamente, obedecen a los intereses de sus dueños y sus realizadores; al bombardeo cotidiano de puntos de vista, de opiniones y de enfoques sociales y políticos de programaciones orientadas por intereses de grupos y poderes establecidos. Los medios de comunicación, y en particular los periódicos, tienen la capacidad de convertir a un acusado en culpable, o de fabricar el buen nombre y el prestigio de un protegido o amigo. Es la ruleta de la información manipulada. ¿Y cómo escapar de este asedio? No es fácil, de modo alguno. Por el contrario, somos insensiblemente penetrados por este acoso comunicacional, obligándonos a una respuesta, ya sea favorable o contraria. Y lo que resalta, sin duda, es la circunstancia de que no podemos ser indiferentes a un asalto conductual e ideológico de esta magnitud. Entonces, si no estamos bajo el poder de los medios, sí nos encontramos bajo permanente amenaza de su asalto dominante.

           HEGEMONÍA COMUNICACIONAL. Intentemos ver con claridad el trasfondo del caso, yendo a sus raíces y a sus objetivos. Todo nace de la comprobación práctica de la función social y política de los medios. Tomemos un caso concreto. En 1808 aparece La Gazeta de Caracas (que después será La Gaceta de Caracas), el primer periódico venezolano; y su orientación, difundida para influir públicamente, cambiará según las sucesivas posiciones, realista o independentista, del sistema dominante en el momento. Y en 1818, ordenada por Bolívar, comienza, en Angostura, la publicación del Correo del Orinoco, periódico que se convierte en el gran difusor del pensamiento independentista. Y así será por siempre: el objetivo ideológico es determinante en el espíritu de un medio de comunicación. Siguiendo en el ámbito periodístico, el hecho indudable de que la prensa estimula la llamada opinión pública, hace que tanto los gobiernos como los partidos políticos se esfuercen por tener presencia significativa y modelizadora en periódicos y revistas. Y luego, la aparición de grandes diarios y de trusts periodísticos puso un poder particular en manos de sus dueños y de sus servidores. Todo lo cual opera por igual con respecto a la radio y a la televisión. Pero, esto no fue suficiente. Y se planteó, en consecuencia, la necesidad de lograr una hegemonía comunicacional. ¿Qué significa, cabalmente, hegemonía? Usamos este término en su sentido abarcante de dominio total, de preponderancia avasallante. Y de eso se trata; es la búsqueda del  absoluto control de la información. El fundamento de esta tenebrosa pretensión es, por demás, evidente: si se logra dominar el proceso informativo de una colectividad, se adviene a la condición de ser su dueño. ¿Todo parece una especulación propia de una hipótesis imaginativa? No. Es una realidad. La libertad de expresión se reconoce, en 1948, en la ONU, como parte de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Igualmente, la libertad de expresión y de prensa se establece en el artículo 57 de la Constitución vigente en este país. Pero, esto tiene sin cuidado a los promotores de la hegemonía comunicacional. Ellos mantienen firmes sus pretensiones. Mientras tenemos enfrente la respuesta obvia a la pregunta revulsiva de: ¿vivimos bajo el dominio de los medios de comunicación?

         VÁLVULA: «La visualización de la verdad es un mito con el que juegan la prensa y la televisión. El poder manipulador de los medios de comunicación es un hecho evidente, que tienta a publicistas y políticos. La aspiración de lograr la hegemonía comunicacional se corresponde con el propósito de dominar, de manera absoluta, totalizante, a una colectividad. Este asecho determina la prevención indispensable ante un peligro más que manifiesto».        

glcarrerad@gmail.com

EL AUTOR es doctor en Letras y profesor titular jubilado de la Universidad Central de Venezuela, donde fue director y uno de los fundadores del Instituto de Investigaciones Literarias. Fue rector de la Universidad Nacional Abierta y desde 1998 es Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Entre sus distinciones como narrador, ensayista y crítico literario se destacan los premios del Concurso Anual de Cuentos de El Nacional (1963, 1968 y 1973); Premio Municipal de Prosa (1971) por La novela del petróleo en Venezuela; Premio Municipal de Narrativa (1978 y 1994) por Viaje inverso y Salomón, respectivamente; y Premio de Ensayo de la XI Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (1995) por El signo secreto: para una poética de José Antonio Ramos Sucre. Nació en Cumaná, en 1933.

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