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Prioridad: convivir con la naturaleza I Letras Al Margen I Gustavo Luis Carrera

¿Favorecemos, con nuestra conducta, la desaparición del género humano o su permanencia?

Gustavo Luis Carrera  I LETRAS AL MARGEN                   

            Nunca se habrá repetido suficientemente que la relación del ser humano con su entorno físico ambiental es asunto decisivo para su presente y su futuro. En muchas partes del mundo se alzan voces de advertencia sobre el peligro catastrófico que significan el descuido y la agresión ante el ambiente natural. Pero, los intereses políticos, y sobre todo económicos, se imponen, hasta el extremo de hacer prevalecer una actitud suicida que ignora estos avisos.   

            ¿HAY UN ORDEN NATURAL? La respuesta afirmativa es la más espontánea. Y ello por una razón muy sencilla: cuando aparece el ser humano, ya la naturaleza estaba ahí, y había fundado su equilibrio. Esta visión advierte que la naturaleza establece sus leyes y sus patrones de convivencia. Y que es el ser humano el que rompe, arbitrariamente, ese estado de cosas. La naturaleza ordena la existencia y el desarrollo de sus elementos: sitúa las especies y coloca los depredadores, fija los tiempos de las cosechas, alterna los valles y las montañas, dispone los climas, decide las catástrofes; en fin, hay lo que se llama un orden natural. Aunque, todo se altera, porque, de pronto, aparece un actor que pretende someter la naturaleza a su arbitrio: el ser humano. Y este recién llegado tiene necesidades básicas que está obligado a satisfacer para subsistir: debe sembrar y cazar para alimentarse, precisa de buscar elementos naturales para fabricar su vivienda, requiere cavar para dotarse de agua o para defenderse; o sea una cadena de exigencias que de alguna manera alteran ese orden natural. Entonces, la conclusión consecuente es inevitable: lo que procede es plantearse una relación positiva entre ambos intereses.

            RUPTURA DEL EQUILIBRIO. Señales de la ruptura del equilibrio natural taracean la historia, desde, como se dice, que el mundo es mundo. Una de las primeras manifestaciones depredadoras del ser humano fue la deforestación.  La necesidad de madera para hacer fuego y defenderse del frío, y luego para construir embarcaciones, marca todo un muy vasto período. (Inclusive se ha planteado que esa es la explicación de la ausencia de árboles que predomina en las históricas islas griegas). La contaminación ambiental ya se advierte en la Inglaterra del siglo XIII, por efecto del uso del carbón. Situación que se dispara a niveles insospechados como consecuencia de la Revolución Industrial, con el surgimiento de grandes fábricas, en la segunda mitad del siglo XVIII y sobre todo en el XIX. Actualmente el proceso de deterioro del ambiente natural ha llegado a límites de un gigantesco peligro. La deforestación, la contaminación del aire, la caza indiscriminada, la pesca de arrastre, la contaminación hídrica (de ríos  y de mares), la contaminación de la tierra (por el uso de sustancias químicas), los incendios provocados, las plantas y las armas atómicas; total: una lista interminable de modos y maneras de labrarse las peores condiciones de vida y la perspectiva cercana de la muerte. Ya no sólo hay que hablar de ruptura del equilibrio, sino de estar en trance de situarse a las puertas de auspiciar el riesgo de la aniquilación colectiva.         

            EL FUTURO ES NUESTRA RESPONSABILIDAD. ¿Apocalipsis o supervivencia? A estos extremos ha llegado la desafiante pregunta de los tiempos que vivimos. ¿Favorecemos, con nuestra conducta, la desaparición del género humano o su permanencia? Y en el caso de la subsistencia hay, que plantearse en qué condiciones -positivas o degenerativas- se produciría. Este es un tema tan repetido que se supone compartido por la generalidad de las personas; y seguramente es así. Pero, a nivel de los dirigentes políticos, y sobre todo económicos, del mundo, se desconoce, y en consecuencia se agrede ferozmente el entorno ambiental; y todo, como hemos dicho, en obtusa actitud suicida (aunque, alguien observaría de inmediato que lo grave es que ellos no se suicidan solos, sino que llevan a países enteros a su fin, e inclusive al orbe completo). El concepto de descontaminar y de actuar en forma preventiva contra la contaminación ya data de hace más de medio siglo; pero, mucho le ha costado encontrar eco en la instancia decisiva internacional. De lo que hagamos hoy en defensa del entorno ambiental, dependen nuestras  actuales condiciones de vida, y las propias de las venideras generaciones, Al final prevalece el aserto ineludible: si hay una ostensible prioridad para el ser humano es la de convivir positivamente con la naturaleza. De ello dependen tanto su presente como su futuro.  

      VÁLVULA: «El equilibrio natural del ambiente no sólo se rompe con la acción destructiva de los intereses económicos, sino que se revierte como descompensación destructiva y letal, que amenaza a toda la especie humana. La contaminación ambiental es el desastre aniquilador que sólo puede enfrentarse aprendiendo a convivir de manera positiva y respetuosa con la madre naturaleza».  

                                                                                                                glcarrerad@gmail.com

EL AUTOR es doctor en Letras y profesor titular jubilado de la Universidad Central de Venezuela, donde fue director y uno de los fundadores del Instituto de Investigaciones Literarias. Fue rector de la Universidad Nacional Abierta y desde 1998 es Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Entre sus distinciones como narrador, ensayista y crítico literario se destacan los premios del Concurso Anual de Cuentos de El Nacional (1963, 1968 y 1973); Premio Municipal de Prosa (1971) por La novela del petróleo en Venezuela; Premio Municipal de Narrativa (1978 y 1994) por Viaje inverso y Salomón, respectivamente; y Premio de Ensayo de la XI Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (1995) por El signo secreto: para una poética de José Antonio Ramos Sucre. Nació en Cumaná, en 1933.

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