Las ventajas del pasado son evidentes. Había la posibilidad de salir de vacaciones, aunque fuera modestamente. Hasta cabía cubrir compras moderadas en Navidad.
Gustavo Luis Carrera I LETRAS AL MARGEN
La vida transcurre a tres tiempos: un pasado, que es lo sucedido; un presente, que se corresponde con lo que está sucediendo; y un futuro, que se proyecta sobre lo que sucederá. Sin embargo, para algunos, el presente no existe: el mismo instante en que ocurren los hechos, ya pertenece al pasado. ¿Cuánto duraría, entonces, el presente: un minuto, o segundos? En todo caso, si el presente es, de inmediato, pasado, y el futuro es incierto (no se sabe qué sucederá), lo único evidente, innegable, estatuido, es el pasado. Y el pasado pertenece a la memoria. Es decir, que la vida es recuerdo. Y si seguimos la deducción, llegaremos a la conclusión que la vida es recuento de lo vivido. Es decir, que es un sueño evocador. Pero, en vez de continuar por este camino deductivo, hagamos referencia al sentido de esa gran porción de nuestra existencia que es el pasado, y a su valoración vital.
LA VISIÓN ATENUADA DEL PASADO. Cuando evocamos lo acontecido, nuestra rememoración tiende a ser selectiva: privilegiamos los momentos y las relaciones felices; dejando de lado, al menos de momento, lo funesto. Es una tendencia natural, a la vez protectora y afirmativa: protege del pesimismo y afirma la seguridad personal. Igualmente, en el arca de los recuerdos ocupan sitio privilegiado esos momentos felices y esas personas bienhechoras que nos sirvieron de amparo y de estímulo; cuando no es el caso de nuestros seres queridos que aún viven o que ya han partido. Por ello, se tiende a ver el pasado con una atenuada perspectiva crítica, más orientada hacia la benevolencia. Es una arraigada (y explicable) propensión humana, a todas luces explicable. Ya en siglo XV el notable poeta español Jorge Manrique, lo deja dicho en las coplas de pie forzado que escribe con motivo de la muerte de su padre: «cómo a nuestro parecer / cualquiera tiempo pasado fue mejor». De hecho, es una consideración benevolente que tiene raíces muy antiguas, clásicas, inclusive literarias (tal la señalada). Y como en toda tradición, que supera el cedazo que aplica el paso del tiempo, algo de cierto ha de haber en ella.
REALIDAD INCONTROVERTIBLE. Yendo a lo material, a lo cotidiano, en referencia al poder adquisitivo, fuerza es reconocer que no hay punto de comparación entre las posibilidades que el pasado concedía y las limitaciones que el presente impone. Basta con comparar lo que podía hacerse y que ahora es imposible. Por mi experiencia personal -y la de amigos y conocidos-, sé que con el sueldo de una pareja de profesionales o de técnicos, así como de trabajadores especializados, cabía enfrentar los gastos de la casa, incluyendo el alquiler. Igualmente, cubrir lo necesario para el transporte y algunos medicamentos; y otro tanto en lo referente a los útiles escolares de los niños. Era posible comprar a crédito, o solicitar un préstamo en la Caja de Ahorros correspondiente. Había la posibilidad de salir de vacaciones, aunque fuera modestamente. Hasta cabía cubrir compras moderadas en Navidad. Sin olvidar que en el caso de profesores universitarios era bien posible comprar algunos libros indispensables profesionalmente; y hasta tomarse una copa de vino en las tardes, los fines de semana, leyendo o escribiendo. Inclusive la diferencia es notable en el caso de cualquier trabajador o trabajadora, a nivel de obrero o empleado. Podría seguirse la lista de lo que se podía; y que ahora no cabe ni pensarlo. (Resulta cruel comparar lo que antes era posible, y que ya no lo es en absoluto). De la misma manera, en ese pasado nos habíamos acostumbrado a sentirnos miembros de un país unido, donde había adversarios ideológicos, y no enemigos; donde se percibía la existencia de un territorio total, no dividido en campos de odio. ¿Podrá negarse que ese pasado era mejor?
EL SENTIDO COMPENSATORIO CLAVE. El sentido profundo de la exaltación del pasado también incluye una sensación de experiencia vivida, de superación de obstáculos; y ello infunde ánimos para seguir adelante. En consecuencia, el pasado es equilibrio del presente y aliciente del futuro.Vale decir que lo ya transcurrido no puede ser alterado, y que reposa como nuestro pequeño libro de existencia cumplida; trayectoria donde fuimos a la vez actores y autores. Como quiera que sea, aun sin omitir que en el pasado había carencias y ocurrían pérdidas fatales, haciendo resaltar la partida de seres queridos; sin olvidar que se tiende a cubrir el pasado de un manto nostálgico que deja de lado lo negativo; inclusive así, lo que se podía hacer (y ya no) tiene un efecto compensatorio sobre lo que dejó de existir. Esa perspectiva positiva, de compensación, es la gran diferencia. A fin de cuentas hay una manera práctica de dilucidar la incógnita: lo negativo ya pasó, quedó atrás; y lo positivo se recuerda y se añora. Según este deslinde, «cualquiera tiempo pasado fue mejor».
VÁLVULA: «Hay dichos y sentencias comunes que encierran grandes verdades, aunque su validez sea, como todas las cosas, relativa. Una afirmación que ha perdurado a través de los siglos asienta que «cualquiera tiempo pasado fue mejor». Y lo cierto es que ante la rigurosa estrechez económica que se vive y la polarización sectaria de la sociedad, las ventajas del pasado son evidentes. Y siempre se privilegia el recuerdo de lo positivo. De donde resulta que la conclusión inmediata conduce a coincidir con el aserto que glorifica el pasado como un tiempo más fecundo y auspicioso».
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