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Más allá de la libertad cultural, ¿existe la barbarie? I Letras Al Margen I Gustavo Luis Carrera

No es posible ser indiferentes ante los actos criminales cometidos en nombre de una fe religiosa, como ocurre en la actualidad.

Gustavo Luis Carrera I LETRAS AL MARGEN              

            De hecho, cada nación conforma una cultura; entendiendo ésta como la suma de lenguaje, usos y costumbres tradicionales; arquetipos ideológicos y religiosos: símbolos históricos, geográficos y artísticos. Es decir, que una cultura es el perfil humano y espiritual de un pueblo. Así, es fuerza aceptar que la caracterización nacional -inclusive coexistiendo varias en un mismo país- individualiza la personalidad común de toda una amplia colectividad, en sus distintos estratos sociales.        

            LIBERTAD CULTURAL. A partir del criterio anteriormente expuesto, así como se reconoce el derecho de existencia de las naciones, hay que aceptar, por igual, la validez sustancial de la cultura que perfila la peculiaridad de cada una de ellas. Esto, que parece natural, con frecuencia se ignora o se menosprecia; y por ello se han desarrollado ímpetus de dominio de un país sobre otro, e inclusive de planes de grandes estructuras imperialistas. Ha sido el resultado de toda una toma de conciencia internacional establecer el justo principio de respeto a la libertad cultural. Un logro efectivo para la convivencia y el entendimiento en el concierto mundial de las naciones. Pero, cabe preguntarse hasta dónde llega esta opción de libre ejercicio de la pauta doctrinaria de una cultura. ¿Es posible aceptar, en nombre de la libertad cultural, el desconocimiento de los derechos humanos elementales? ¿No hay límites, impuestos por la lógica y por la dignidad de las personas? ¿Cabe aceptar que la atrocidad y la anormalidad pueden ser parte de una cultura, y que por eso deben ser admitidas?      

            LA BARBARIE EVIDENTE. Las informaciones que circulan internacionalmente revelan que hay zonas del mundo en las cuales la aplicación de la libertad cultural conduce a despropósitos sencillamente bárbaros. Y hay que usar este calificativo, sin desconocer que cada pueblo tiene su cultura, pero sin olvidar que el límite del libre ejercicio cultural es la línea a partir de la cual se rompen los principios elementales de toda persona. Actualmente ocurren hechos que van contra la lógica, la libertad y el respeto al ser humano. Algunos se amparan en las creencias y las costumbres; otros en una doctrina religiosa. Pero, nada puede justificar el asesinato, la tortura  o la amputación. No es posible ser indiferentes ante el desconocimiento absoluto de los derechos de la mujer en países como Afganistán, donde ocurrió en julio de este año que un padre empobrecido vendió, «legalmente», a su pequeña hija, a un aberrado comprador. No es posible ser indiferentes ante el hecho de que una mujer sea condenada a presidio, con la consecuencia de su muerte, en Irán, por no llevar el velo perfectamente puesto, de acuerdo a las reglas establecidas por un prehistórico tribunal «moral». No es posible ser indiferentes ante la condena, en Irán, a una mujer a ser dilapidada (matada a pedradas) porque su marido la acusó de cometer infidelidad: o que se le corte la mano a un niño porque robó algo en un mercado. Y el colmo: no es posible ser indiferentes ante la ablación (mutilación genital) de las mujeres, que se practica en África, Oriente Medio y Asia; calculándose que más de 200 millones de mujeres de estos países han sufrido la ablación. Como tampoco es posible ser indiferentes ante los actos criminales cometidos en nombre de una fe religiosa, como ocurre en la actualidad. La conclusión es evidente: más allá del pluralismo y de la tolerancia, hay barbarie activa en  el ámbito mundial.

            CIVILIZACIÓN DESAJUSTADA.  ¿Qué se plantea en consecuencia de lo anterior? ¿Qué la idea de una civilización global en el mundo es falsa? Sí; es una absoluta falsedad. Se habla de globalización general; pero, esto sólo se aplica a aspectos económicos, y casi diríamos comerciales (son las pautas que establece el comercio internacional lo único expandido mundialmente). Cuando vemos que grupos extremistas falsean los postulados de su religión, y su espíritu pacificista es trasmutado en belicoso, para «justificar» crímenes terroristas, ¿qué debemos pensar? En que ya no es un problema cultural, sino de mortífero fanatismo. ¿Y cuál es la conclusión? Que la tan proclamada civilización no es un nivel universal; sino, todo lo contario: el conjunto de naciones es una amalgama de desniveles, e inclusive de contradicciones. Países que practican desafueros contra los derechos elementales, no sólo permanecen en organismos internacionales, sino que mantienen pródigas relaciones con los «civilizados». Ya basta de hipocresía y de falsas apariencias; por fuerza, por imperativo de la práctica, hay que aceptar que el concierto mundial de países padece de una civilización desajustada. 

            VÁLVULA: «El respeto a la libertad cultural es un principio universal; pero sus límites son el reconocimiento de los derechos fundamentales de las personas. Más allá de este término, reina la barbarie, tal como se ve en muchos países en la actualidad. Por encima de falsas creencias y de convivencias hipócritas, fuerza es reconocer que la llamada civilización no es un bien común mundial, sino un desajustado esquema retórico».

 glcarrerad@gmail.com

EL AUTOR es doctor en Letras y profesor titular jubilado de la Universidad Central de Venezuela, donde fue director y uno de los fundadores del Instituto de Investigaciones Literarias. Fue rector de la Universidad Nacional Abierta y desde 1998 es Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Entre sus distinciones como narrador, ensayista y crítico literario se destacan los premios del Concurso Anual de Cuentos de El Nacional (1963, 1968 y 1973); Premio Municipal de Prosa (1971) por La novela del petróleo en Venezuela; Premio Municipal de Narrativa (1978 y 1994) por Viaje inverso y Salomón, respectivamente; y Premio de Ensayo de la XI Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (1995) por El signo secreto: para una poética de José Antonio Ramos Sucre. Nació en Cumaná, en 1933.

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