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¡Dios es grande! Sentido de las religiones I Letras Al Margen I Gustavo Luis Carrera

Miguel de Unamuno decía que la filosofía y la religión son enemigos, y que por esa razón se necesitan la una a la otra, buscando significar la complementación de los opuestos.

Gustavo Luis Carrera I LETRAS AL MARGEN                    

            Desde siempre el ser humano se ha negado a aceptar que la vida cesa absolutamente con la muerte. La idea de una trascendencia (un más allá) ha acompañado todos los sistemas de pensamiento dirigidos a valorar si la existencia cesa con el fallecimiento. Y al aceptarse que hay una segunda instancia, donde vive el alma, y no el cuerpo, se estableció la necesidad impositiva de que este nivel ulterior esté regido por una potencia superior, por una divinidad. Así surgen los dioses en las religiones politeístas, y un solo Dios, en las religiones monoteístas. Ahora bien, hay que plantearse, sin prejuicios ni discriminaciones, qué papel desempeñan las religiones en los sistemas culturales

            FUERZA ESPIRITUAL. La fe religiosa no es un refugio, es una fuente de comprensión de la vida y de inspiración de una conducta moralmente digna. Así la ven, y la preservan, los creyentes. Todas las religiones se fundan en una prédica de paz y de justicia. Paz entre los seres humanos; justicia es las relaciones y la conducta en sociedad. Y esta armonía básica se basa en la capacidad de comprender y de perdonar. Es la doctrina esencial. Los no creyentes, los «libre pensadores«, los ateos, no participan de esta doctrina devota; pero, han de considerarla con el debido respeto; la misma consideración que ellos reclaman para su incredulidad. La convicción religiosa sustenta la certidumbre de la existencia del alma después de la muerte física. Por allá lejos está la idea platónica de un mundo aparte, de los «eidos«, de la idea de las cosas, una dimensión que es inmortal. Esa trascendencia a una instancia superior -la gloria- es, para los creyentes, otro poderoso factor de resistencia ante los avatares cotidianos. La fe religiosa es, claramente, una particular fuerza espiritual; estimula la solidaridad entre los humanos y auspicia un equilibrio en las relaciones con la naturaleza. Es decir, constituye una guía de conducta donde lo positivo y benéfico prevalece sobre lo negativo y perjudicial.  

            EXCESOS.  Lamentablemente en ciertas épocas, y en situaciones que todavía subsisten, la fe religiosa ha derivado en fanatismo. El pensamiento fanático se basa en la primitiva creencia de que solamente su fe merece ese nombre, y que las demás son creencias falsas, sin fundamento. Y de allí se ha pasado a la consecuencia demoníaca de declarar la lucha contra «el infiel«, es decir la destrucción de quien no coincide con la doctrina del persecutor. Así actuó la Inquisición en el siglo XV; así actúan los grupos terroristas actuales, que se pretenden seguidores de un credo religioso. Al final, resulta que son excesos inaceptables por su intransigencia mortífera, así como por su estrechez espiritual. De igual manera se comportan quienes desprecian a aquellos que no comparten su doctrina, o a los que no profesan ninguna (los no creyentes, que se sitúan en el ámbito de los preceptos de la ciencia y de la lógica pragmática). Son notables a este respecto los esfuerzos del papa Juan Pablo II por lograr la convivencia respetuosa y leal de todas las doctrina religiosas. De hecho, ningún dogma promueve la discriminación y mucho menos el aniquilamiento de nadie. Han sido malos intérpretes, por ignorancia y sectarismos, quienes han provocado excesos repudiables.   

            TRASCENDENCIA. Por siglos y siglos ha prevalecido la fe religiosa. Ya es tiempo, de que todos, creyentes y no creyentes, meditemos sobre la significación de esta secular trascendencia. La religión es la expresión activa de un mundo espiritual, que permanece, en paralelo, con el mundo material. Decía Miguel de Unamuno que la filosofía y la religión son enemigos, y que por esa razón se necesitan la una a la otra; buscando significar la complementación de los opuestos. En una iconoclasta posición extrema, Carlos Marx decía que la religión es el opio de los pueblos. Pero, seguramente él -que no se caracterizaba por  tener sólidos conocimientos históricos- pensaba en épocas remotas. En la actualidad, junto a grupos religiosos ultra conservadores, predominan los modernos y liberales. A fin de cuentas, surgen las exclamaciones admirativas: ¡Dios es grande!,  ¡Yahvé es grande!, ¡Alá es grande!, ¡Buda es grande!, ¡Visnú es grande! Mientras, pensamos que así como condenamos los excesos intransigentes y terroristas que se cumplen en nombre de una supuesta religión, ha de ser respetada la fe sincera y solidaria de quienes, en concordancia con sus creencias espirituales, promueven, y practican, la paz y la armonía, dentro de elevados principios morales de convivencia humana.        

            VÁLVULA: «La religión ha acompañado todas las culturas, desde tiempos inmemoriales. Es una dimensión espiritual, al lado del mundo material. Creyentes y no creyentes coinciden en ver a la religión como un cauce propicio de lo moral y lo solidario. Los excesos cometidos en su nombre, inclusive terroristas, no alteran el espíritu pacífico y solidario de los credos religiosos».                                                        

glcarrerad@gmail.com

EL AUTOR es doctor en Letras y profesor titular jubilado de la Universidad Central de Venezuela, donde fue director y uno de los fundadores del Instituto de Investigaciones Literarias. Fue rector de la Universidad Nacional Abierta y desde 1998 es Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Entre sus distinciones como narrador, ensayista y crítico literario se destacan los premios del Concurso Anual de Cuentos de El Nacional (1963, 1968 y 1973); Premio Municipal de Prosa (1971) por La novela del petróleo en Venezuela; Premio Municipal de Narrativa (1978 y 1994) por Viaje inverso y Salomón, respectivamente; y Premio de Ensayo de la XI Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (1995) por El signo secreto: para una poética de José Antonio Ramos Sucre. Nació en Cumaná, en 1933.

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