Hubo mujeres destacadas en la filosofía antigua -aspecto señalado por Platón, en diálogo con su maestro, Sócrates-; y de lo cual es reconocida representante la matemática y filósofa Hipatia, de Alejandría, en el siglo I d.C
Gustavo Luis Carrera
Desde que el hombre es hombre se planteó la necesidad problemática de entender a otro tipo de ser humano que tenía enfrente: la mujer. A lo largo de los siglos, en sociedades de riguroso predominio masculino, la incógnita se convirtió en asunto socialmente dominante. Ya hemos visto, en anteriores oportunidades, cómo la mujer, por necesidad imperativa, tuvo que desarrollar una astucia superior a la del hombre. Y cómo ha luchado por la defensa de sus derechos. Pero, la cuestión básica, la esencia femenina, sigue siendo un tópico sin conclusiones indiscutibles. Vale aproximarse al tema desde nuevas perspectivas.
DIFERENCIAS DE NATURALEZA. No se dice nada extraño al indicar lo evidente: biológicamente hay una gigantesca diferencia entre el hombre y la mujer. Es una categorización natural, inexorable, fatal. Lo indudable no se debate. Por aptitud muscular, el hombre tiende a tener más fuerza física. Ya en el siglo IV a. C., Jenofonte, escritor y filósofo de la Grecia clásica, discípulo de Sócrates, lo decía: «La naturaleza femenina no es en nada inferior a la del hombre, salvo por su falta de fuerza». Es una realidad evidente. Pero, quizás la mayor particularidad natural de la mujer es la gestación del ser humano, la clave de la existencia de la sociedad. El alumbramiento (nombre emparentado con la luz vital) es la característica más resaltante del poder femenino en el grupo social. Inclusive en pueblos que no condenaban la homosexualidad, como la antigua Grecia, dedicaban un capítulo aparte a preservar la continuidad de la especie, haciendo resaltar la importancia, sine qua non, de la mujer como factor indispensable en la existencia colectiva. Es obvio. Ninguna sociedad, inclusive la más belicosa y de vocación imperialista, como la de los mongoles, dejaba de conceder protección especial a las mujeres. Es decir, que las particularidades naturales del sexo femenino han sido, a la vez, factores de diferenciación básica, de exigencia de una dificultosa comprensión particular, y de preservación de la vida misma.
DIFERENCIAS DE SENSIBILIDAD. Así como el sexo femenino se distingue, de hecho, por sus peculiaridades de naturaleza, de igual manera, son ostensibles sus singularidades anímicas y sentimentales. Resultan proverbiales la capacidad de la mujer para percibir las intenciones no declaradas y las falsedades hipócritas. Es indiscutible su tendencia a la comunicación social (basta con que dos mujeres coincidan una al lado de la otra, para que de inmediato se inicie una conversación; mientras el hombre tiende a ser más reservado o desconfiado). Por razones lógicas, siempre una mujer tendrá mayor compenetración y afinidad con un niño, que la que pueda alcanzar un hombre. Los poetas han cantado a través del tiempo la dulzura y las ternezas de la amada, como cualidades singulares de la feminidad; y en ello no hay error ni exageración: son atributos femeninos por antonomasia. Inclusive hay quien sostenga la idea de que en política y en administración pública mayor perspectiva de cumplimiento y honestidad ofrece la mujer que el hombre (es menos propensa a irregularidades en el comportamiento, y respeta mejor horarios y obligaciones). Pero, sobre todo, y sin discusión, se hace evidente la extrema sensibilidad humana, dada a la comprensión, la solidaridad y la compasión, de la mujer.
¿DÓNDE ESTÁ LA IGUALDAD? Mucho se habla de la «igualdad» de la mujer, y se lucha en nombre de este principio. Pero, hay que sincerarse y no distraer la atención en pretender lo imposible. La «igualdad» absoluta entre hombre y mujeres no puede darse, por razones obvias; tales como las que hemos señalado. Inclusive cuentan el caso de que en un foro sobre la «igualdad» de la mujer, un sutil humorista, heterosexual, sacó un cartel que decía: «¡Viva la diferencia!». Y tenía razón. ¡Basta con pensar en qué aburrido sería todo sin esa diferencia! Pero, vayamos a lo concreto. En realidad donde debe darse -y respetarse- la igualdad es en lo social y en lo económico: libertad de acción pública y reconocimiento de los derechos civiles; así como igualdad con los hombres en los ascensos profesionales y en el salario. Es decir: a igual trabajo, igual remuneración. Sin duda alguna. Y al respecto, tiene particular significado considerar que se trata de un principio expresado hace más de dos mil años, en el siglo IV a. C., por el padre de la filosofía orgánica, Platón, en su diálogo «La República»: «Las aptitudes naturales han sido distribuidas de manera semejante en los seres vivos de los dos sexos; la mujer debe naturalmente formar parte de las mismas actividades que el hombre». Son, quizás, poco conocidas estas consideraciones platónicas. Como casi no se menciona que hubo mujeres destacadas en la filosofía antigua -aspecto señalado por Platón, en diálogo con su maestro, Sócrates-; y de lo cual es reconocida representante la matemática y filosofa Hipatia, de Alejandría, en el siglo I d.C. En suma, cabe destacar que el verdadero y más que justificado reclamo es el de la igualdad en los derechos sociales y económicos; materia donde las exigencia igualitarias tienen sobrada e incuestionable razón. ¿Volveremos sobre el tema de la mujer? Sin duda. Es materia tan inagotable como su ingenio y su ternura.
VÁLVULA: «Las diferencia naturales entre el hombre y la mujer han sido manipuladas perversamente a través de los siglos. Lo importante y decisivo es exigir actualmente el respeto cabal y continuado de la igualdad en los derechos sociales y económicos. En esto no hay la menor duda. Del resto, el tema de la esencia femenina es, en verdad, inagotable, como lo es el arte de ser mujer».
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