El sovietismo de Stalin, en la URSS (desde 1922-24), incluyó fusilamientos innumerables y desapariciones de opositores o su reducción aniquiladora en campos de exterminio.
Gustavo Luis Carrera I LETRAS AL MARGEN
Por fanatismo se entiende la creencia extrema en una idea, una posición, una política. Es la adopción de una forma de pensar y de actuar que no acepta actitudes intermedias, y mucho menos contrarias. De hecho, el fanatismo representa una feroz discriminación de quien no piense igual al patrón que se ha establecido. No es exagerado decir que el fanatismo es la aniquilación de la capacidad de pensar libremente y de discernir; inclusive de aplicar la mayor generadora de conocimiento que poseemos: la duda.
ANTECEDENTES HISTÓRICOS. El fanatismo ha escrito capítulos aberrantes en la historia. Su presencia ha sido constante en la creación de reinos y de imperios. Algunos casos sobresalen, comúnmente, en las referencias acostumbradas. Fanatismo religioso hubo en la Inquisición, tribunal contra la herejía, establecido al término del siglo XII. Terrible instrumento de persecución contra los no cristianos, y hacia la «brujería», que encuentra su máxima expresión en la Inquisición Española, o Santo Oficio, en los siglos XV y XVI, cuando llega a América. Los tribunales inquisitoriales de entonces, condenaban a duros castigos o a la muerte, a no creyentes, a judíos y a quienes suponían que eran brujos o brujas. Murieron numerosas víctimas de esta persecución idólatra. En tiempos más cercanos a nosotros, ejemplos sobresalientes de fanatismo destructivo y asesino, muy conocidos, son los del fascismo, con Mussolini, en Italia (desde desde1925), que desató una frenética persecución de sus oponentes; como el caso de irracionalidad desbordada del nazismo de Hitler, en Alemania (desde 1934), dando lugar a la más feroz cacería de oponentes, con particular énfasis en su odio a los judíos, y provocando el más atroz asesinato masivo; como en el caso del sovietismo de Stalin, en la URSS (desde 1922-24), con fusilamientos innumerables, desapariciones de opositores o su reducción aniquiladora en campos de exterminio, así como la imposición de hambruna en la región de Ucrania. Excesos todos derivados del culto fanático de ideas aberrantes. Obtusa actitud que, lamentablemente, no cesa, y continúa mostrando, actualmente, su vigencia.
FANATISMO-TERRORISMO. La terrible y agresiva discriminación del contrario de parte del fanático, le impide verlo como un natural adversario, como alguien que se rige por otros principios vitales y culturales. Lo considera no sólo su «enemigo», sino además su «agresor». Esta ceguera inhumana que provoca el fanatismo es la que promueven los gobiernos en los pueblos, aplicando una efectiva forma de dominio, como lo demuestran, hasta la saciedad, los ejemplos históricos; así como su evidente capacidad manipuladora en la actualidad. Siempre es lo mismo: el enemigo es el de otra religión, o es el imperialismo, o son los opositores. Pero, las cosas no quedan allí. El fanatismo religioso, cultural o político, tiende a desembocar, infaliblemente, en el terrorismo. Entendiéndose que terrorismo es no solamente recurrir a atentados con explosivos o sabotajes. Son también actos terroristas discriminar primitivamente, en forma despiadada, a la mujer; aplicar la pena de muerte a los disidentes al régimen; castigar de manera bestial a quienes desconocen leyes oficiales; reprimir brutalmente, inclusive, con castigo de muerte, manifestaciones de protesta o repudio al sistema establecido. Precisamente en el nivel de estos sectarismos incontrolable opera lo que comúnmente se califica como «fanatizar a las masas»; donde el verbo fanatizar representa un forma poderosa de preparar el dominio de una colectividad. Mientras, siempre acecha por ahí el extremo del terrorismo exterminador.
DESCENSO A LA BARBARIE. Decíamos que el fanatismo es la intolerancia, la condena del «distinto», la determinación del «contrario», que debe ser eliminado. Se crea la idea del «infiel» religioso, del «enemigo» ideológico», y del «eliminable». Se determina un culpable de los males y de las carencias. Y ese «enemigo» (el impío, el imperialismo, los judíos, los comunistas, los gitanos) ha sido señalado periódicamente a lo largo de la historia. Es el mismo procedimiento, que se repite una y otra vez, hasta los tiempos actuales, donde seguimos viendo que el imperialismo, el infiel y los extremistas sociales son los elementos condenables, que sirven de espantapájaros y de enemigo sustentable como estímulo de una posición fanática. Sin que dejemos de destacar la perspectiva aportada por el siquiatra y sicólogo suizo Carl Gustav Jung, que es por demás interesante. En su inteligente y aguda reflexión, Jung señala que el fanático es víctima de una gran duda, que esconde detrás de una aparentemente firme convicción o idolatría. Esto se vincula con la certeza de que el fanático no puede explicitar su creencia; no puede razonar, ni mucho menos debatir; se basa en un dogma, en un credo de fe absoluta. El hecho cierto es que el fanático rechaza la convivencia ideológica y asume una posición destructiva, aniquiladora, frente a quienes disienten de su posición. Y de allí hay un paso al inhumano descenso a la actitud asesina, terrorista, propia de la barbarie.
VÁLVULA: «Si el fanatismo es la adopción irracional de una idea o de un credo, la historia nos advierte de los excesos cometidos en nombre de un supuesto pensamiento compartido por una colectividad, siendo manipulado por un falso guía. La aberración implícita en el fanático, lo conduce al odio sistemático del contrario; y de allí sólo hay un paso al extremo aniquilador propio de la barbarie». glcarrerad@gmail.com