Después de Tareck El Aissami, Cabello es el último que queda en esa lista. Cada día más disminuido. Está preavisado.
Humberto González Briceño
No podemos llamarnos a engaño. En las entrañas del régimen chavista no se libra ninguna batalla épica contra la corrupción administrativa y el narcolavado, precisamente porque el Estado chavista es una estructura que necesita del saqueo y del lavado de dólares para sobrevivir.
Entonces ¿A qué viene toda esta trama de denuncias y encarcelamientos de otrora súper poderosos operadores del régimen que hoy son acusados nada más y nada menos que de corrupción? La respuesta está en las luchas intestinas que desde hace años se libran en el régimen chavista que nada tienen que ver con lo ideológico o lo moral. Son guerras entre mafias que se disputan el control del régimen y se trata de episodios que algunas veces adquieren las características de ajustes de cuentas entre pranes inconformes con el reparto del botín.
Lo primero que hay que hacer es mantener la perspectiva del análisis sin perder de vista los aspectos fundamentales en la naturaleza del régimen chavista que se mantiene en el poder con prácticas gansteriles y criminales. Siguiendo esta línea es esencial recordar que el papel de Tareck El Aissami al frente del Ministerio del Petróleo fue precisamente orquestar múltiples operaciones irregulares para burlar el bloqueo económico al petróleo venezolano y lograr los recursos que le han permitido al régimen seguir operando.
Estas operaciones aunque ejecutadas por empresas y órganos del gobierno de Nicolás Maduro no podrían ser reflejadas en los libros de contabilidad como transacciones ordinarias sino más bien registradas con papel y lápiz tal como los malandros llevan las ventas de sus caletas.
Pero la gestión irregular e informal de más de tres mil millones de dólares no solo plantean niveles de complejidad que desbordan el lápiz, el papel y hasta el espacio destinado a su depósito. Son operaciones que por la prisa, la urgencia y la ausencia de controles incentivan a todos los intervinientes a quedarse con una tajada por los servicios prestados convencidos que no podrían recibir menos de cien años de perdón por hacer exactamente lo que todos hacen en el régimen chavista.
Y es que lo que Tareck El Aissami y su clan venían haciendo desde hace años es exactamente lo mismo que han hecho Nicolás Maduro, Cilia Flores, Jorge Rodríguez, Delcy Rodríguez, Vladimir Padrino López, Diosdado Cabello y muchos otros altos jerarcas del régimen. Todos han usufructuado el poder en beneficio personal, de sus familias y relacionados.
El régimen chavista se mantiene en el poder con prácticas gansteriles y criminales”
El descabezamiento de El Aissami y su grupo es una jugada preventiva de Nicolás Maduro y el clan de los hermanos Rodríguez, ayudados esta vez por Diosdado Cabello, para neutralizar a un poderoso operador con pretensiones de convertirse en el nuevo jefe del Estado chavista.
Los hechos de corrupción en PDVSA y en la Superintendencia de Criptomonedas que se le atribuyen a El Aissami y su clan fueron perpetrados siguiendo instrucciones del alto gobierno. En la pragmática chavista no hay problema en que El Aissami y sus compinches se hayan quedado con más de tres mil millones de dólares (¿Quién le lleva la cuenta a Nicolás y Cilia de lo que han saqueado?). El problema real y lo que preocupa al régimen chavista es que pensaba hacer El Aissami con todo ese dinero.
Es posible que estemos frente a un nuevo intento frustrado de defenestrar política y militarmente a Nicolás Maduro orquestado por operadores del régimen del grupo de Tareck El Aissami. En los mentideros chavistas se dice que El Aissami habría estado a unas semanas o días de asestar un golpe mortal contra Maduro, pero que este fue oportunamente abortado por los siempre eficientes servicios de inteligencia cubanos que siguen protegiendo a su ficha más preciada en Venezuela. No debe extrañar que a estas detenciones se sumen las de otros militares activos del grupo de Tareck El Aissami, encabezando la lista Nestor Reverol.
Lo que el G2 tiene reservado para El Aissami es lo mismo que recibió el general Raúl Baduel en tiempo de Chávez o Rafael Ramírez, Luisa Ortega Díaz y Miguel Rodríguez Torres entre otros, en tiempos de Maduro. Aunque todos ellos le sirvieron con lealtad perruna al régimen en algún momento se descuadraron por tratar de hacer jugada adelantada.
El Aissami habría estado a unas semanas o días de asestar un golpe mortal contra Maduro, que fue oportunamente abortado”
El tratamiento que prescribe el manual del G2 es una especie de espesa salsa a la cubana que contiene como primera medida el desprestigio y el linchamiento moral al acusar al antiguo operador de delitos de corrupción y traición a la patria. Esta campaña pavimenta el camino para el irreversible linchamiento físico como resultado plenamente justificado y aplaudido por las ya condicionadas clientelas gubernamentales.
Así fue como Fidel y Raúl Castro se quitaron de encima el peligro que representaba para ellos el general cubano Arnaldo Ochoa quien fue sentenciado y degradado precisamente por servirle al régimen cubano en operaciones encubiertas de narcotráfico. Algo muy parecido de lo que hoy el régimen chavista acusa a Tareck El Aissami y su grupo.
Si El Aissami tiene suerte y es habilidoso en negociar su rendición es posible que lo manden para el purgatorio, una especie de cuarentena o jugar banca por tiempo indefinido, donde terminan los operadores chavistas que se han ido descuadrando y no han querido o podido salir de Venezuela. Allí están hoy Elías Jaua, Iris Varela y Pedro Carreño entre otros. Diosdado Cabello sigue suelto pero cada día más disminuido. Está preavisado porque sabe que después de Tareck El Aissami él es el último que queda en esa lista.