Me río de quienes no leen a Vargas Llosa. Nojoda, te pierdes Conversación en la Catedral, la mejor novela política escrita en Iberoamérica. Se pierde La guerra del fin del mundo o la Historia de Mayta o Lituma en los Andes. O la jodedera de Pantaleón y las visitadoras.
Julián Rivas
Hace pocos días caminaba por el Pasaje Zingg y vi uno de esos libros que cuando los encuentro digo, me lo llevo. Era Memorias de Adriano. El libro es de Marguerite Yourcenar. Extraordinarias ventas. Pero nosotros tenemos un placer mayor al leer Memorias de Adriano en castellano o español. Fue traducido por Julio Cortázar. No pasaron cinco minutos de la adquisición del libro cuando subiendo a la esquina de Las Gradillas me encontré al paisano de Cariaco, vendedor de libros, culto por demás, autodidacta. Vio el libro en mi mano y a la manera de «revisión ideológica», prácticamente me lo quitó de las manos. De inmediato supe que no lo conocía.
Le dije, paisano, ¿usted no conoce Memorias de Adriano? Donde lo vea se lo lleva. Le diré una vaina: ¡no se muera sin leer este libro! Digo esto porque para mucha gente, sobre todo en el campo de la política, Memorias de Adriano es su libro de cabecera. Gobernantes y grandes líderes de la política así lo han admitido. Adriano se basa en los recuerdos, de sus viajes, describe geografías y ciudades; de sus amores y afectos, describe caracteres y conductas. Hay un pasaje de cuando todavía no era emperador: vi alejarse la vasta muchedumbre de los altos funcionarios, los ambiciosos y los inútiles. Eso se da en todo espacio de la política o la vida social. Es como la pasión de mandar que a propósito del Conde Duque de Olivares, Gregorio Marañón, un siquiatra, nos dice que está en todos lados. Uno no puede tirar la primera piedra. Pero en cierto sentido y con satisfacción, puedo decir que en lo personal me vacuné muy temprano contra esa estupidez izquierdosa (no izquierdista) de negarse a leer libros por razones ideológicas que son torcidas.
Los libros eran muy baratos en el viejo túnel de la avenida Bolívar, donde estaba una librería muy concurrida por gente de la ultraizquierda»
Me río de quienes no leen a Vargas Llosa. Nojoda, te pierdes Conversación en la Catedral, la mejor novela política escrita en Iberoamérica. Se pierde La guerra del fin del mundo o la Historia de Mayta o Lituma en los Andes. O la jodedera de Pantaleón y las visitadoras. Leo con interés a Octavio Paz y Borges, todo. Para muchos los más grandes pensadores de la región. Leo a Kissinger. Por sus acciones y por leerlo, uno de mis perros se llama Kissinger. Les decía que entré en política muy temprano. El primer libro que me dieron a leer en el círculo de estudios de mi Comité fue Fundamentos del leninisno, de Stalin. Con los meses me convencí de que habían otros autores y me aparecí con un libro de Lefebvre, Lógica Formal, lógica dialéctica. Tenía catorce años. El responsable del Comité lo escrutó y me dijo: lea los clásicos, camarada. Guardé silencio, pero lo mandé para el carajo. Desde entonces, no creo en dogmatismos. Me curé muy temprano. No se puede tener gríngolas ideológicas. Mi satisfacción en más de cuatro décadas ha sido mayor, al leer en Henry Lefevbre la mejor y nada dogmática definición del marxismo: Aproximación sucesiva a la realidad. Eso está en una interesante exposición conceptual del marxismo, el libro El marxismo, de Lefebvre. Mire, el poder o lo que se cree que es el poder o los poderes, propio o compartido, obnubila al más pintado. Hay quienes sostienen que si la Unión Soviética le hubiera parado a las ideas de Ernest Mandel, Paul Swezzi y Paul Baran, Gunnar Myrdal y tantos otros, como Ludovico o hasta Posadas, quizás hubiera evitado el derrumbe.
Los libros eran muy baratos en el viejo túnel de la avenida Bolívar, donde estaba una librería muy concurrida por gente de la ultraizquierda. Tan asiduos que todos los días la Disip apostaba funcionarios en sus cercanías para ver quién caía por la librería Julio González. Muchos fueron detenidos en el túnel. Así y todo fue una bella época esos años de 1976-1977 en adelante. De verdad me da mucha pena con quienes no saben interpretar la realidad. Y sobre todo con quienes han demostrado ser muérganos. Muérgano es ignorante, pero con una característica, creen que se las saben todas y siempre tienen razón. Son inútiles. Continuará…