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Piedra de toque de la democracia I Letras Al Margen I Gustavo Luis Carrera

Se ha hecho un lugar común que los países sometidos a regímenes dictatoriales se autodenominen «repúblicas» (piénsese en Corea del Norte, en Cuba, en China), despojando el calificativo de su supuesto sentido real. En la gráfica los presidentes de Cuba, Miguel Diaz-Canel y de China, Xi Jinping.

Gustavo Luis Carrera I  LETRAS AL MARGEN                   

        Hay muchas maneras de definir la democracia. Una, muy sencilla, es contraponerla a su opuesto: la dictadura, la tiranía. El sistema democrático se basa en la proclamación del pueblo como el depositario de la soberanía. Es decir, que ya el orden y la legalidad -los derechos básicos- no dependen de la decisión arbitraria de una persona, de un mandatario de turno, como sucede en el régimen dictatorial; sino que se corresponden con la voluntad de un pueblo, expresada por un mecanismo electoral de auténtica condición libre y universal. Pero, es posible destacar la clave de la democracia desde diferentes perspectivas realistas y funcionales. Veamos la que consideramos fundamental.

       ¿REPÚBLICA = DEMOCRACIA? La República surge como una insurgencia contra el poder omnímodo del rey, del monarca, que inclusive estaba imbuido de la bendición divina. La moderna república nace, cortando cabezas monárquicas, y luego revolucionarias, en la Francia de fines del siglo XVIII. En medio del terror y de la más absoluta confusión general de la Revolución Francesa, se funda el sistema republicano. Volverá la monarquía  al poder; pero, ya había quedado la siembra republicana. Mientras otros territorios conservan radicalmente la monarquía, como acontece con Inglaterra. Pero, lo cierto es que se da entrada a una nueva concepción política y administrativa, llamada la República. Y en seguida surge la pregunta fundamental: ¿república = democracia? Comienzan aquí las relatividades Según los criterios comunes, la república se caracteriza por la separación de los poderes y por la elección de los gobernantes. Pero, ambos aspectos pueden escamotearse y ser fingidos, haciendo aparecer como supuesto sistema republicano lo que oculta una tiranía. Además. Ya se ha hecho un lugar común que los países sometidos a regímenes dictatoriales se autodenominen «repúblicas» (piénsese en Corea del Norte, en Cuba, en China), despojando el calificativo de su supuesto sentido real. En conclusión: la existencia de una «república» no garantiza que se trate de una «democracia».

       LA CONSTITUCIÓN.  Así como se supone que un sistema democrático ha de ser republicano, se da por sentado que la existencia de una Constitución es fundamento de una     democracia. En primer lugar, habría que considerar la validez de los principios contenidos en la Carta Magna en favor de la totalidad de un pueblo, para poder evaluar su índice de coincidencia con los principios democráticos. Y de otra parte, conviene no olvidar que puede haber -como las ha habido, y las sigue habiendo- monarquías constitucionales, donde la autoridad del monarca está limitada por el articulado de una Constitución. Esto, sin contar con que el gobernante electo a través de un proceso legal, por medio de manipuladas leyes habilitantes -con la complicidad de un Parlamento-, o de decretos presidenciales, puede mandar, pasando por encima de la Constitución. De hecho, la Carta Magna vale en la medida en que sea valorada y respetada por una comunidad; totalidad donde se incluye, en primer lugar, a quien gobierna, por ser depositario de una confianza y una responsabilidad colectivas, que comprometen el destino de un país, de un pueblo. Como quiera que sea, nuestra conclusión al respecto es que la existencia de una Constitución no es, por sí misma, garantía de la implantación de una democracia.   

       LA REAL DEMOCRACIA. La libertad es un bien esencial en la caracterización de un sistema democrático. Pero, ¿qué significa la libertad? Es la facultad de poder asumir el libre movimiento y el libre decir; o sea, ser dueño de su devenir, de su proceso vital, y de otra parte, poder expresarse públicamente sin cortapisas ni persecuciones. Pero, esta libertad esencial presupone la existencia de la que consideramos la piedra de toque de la democracia: la igualdad. Ahora bien, ¿qué es la igualdad? Una primera aproximación nos permite decir que la igualdad es el equilibrio en el acceso a los derechos sociales; es la ausencia de discriminaciones; es el establecimiento del voto libre, directo y universal; es el respeto a la persona humana, sin distingos sociales, económicos, étnicos, religiosos, ideológicos. La democracia integral es la de la participación de toda la población, en consulta abierta y plena. Perspectiva que bien se puede alcanzar, con auténtico propósito inclusivo, a través del internet, del teléfono y de centros habilitados para quienes no tengan acceso a eso medios electrónicos. Será la manera de convertir la democracia representativa en democracia directa. (En anterior oportunidad hablamos de la Pantocracia, como un concepto total, incluyente, universal, de una auténtica democracia). Lo que subrayamos, especialmente, es que sin igualdad no hay sistema democrático posible. Sabemos que la naturaleza nos hace a todos iguales como personas dignas del absoluto respeto humano. Los creyentes están convencidos de que Dios hace iguales a todos. Entonces, la desigualdad la impone la sociedad. La manipulan los políticos, los gobernantes, los aristócratas, los discriminadores, los explotadores. Pero, nada modifica la realidad: sin igualdad no hay democracia. Inclusive es sabido que puede haber escamoteo de la igualdad. Regímenes comunistas, que tergiversan tesis socialistas, llegan al extremo de hacer creer que la igualdad está en ser iguales en la carencia y la pobreza. Sin olvidar la sátira de George Orwell, en su «Rebelión en la granja», cuando los cochinos, que hacen una especie de revolución para apoderarse del lugar y tomar el puesto de los propietarios, quedan al amparo de un lema acomodaticio: «todos los animales son iguales; pero, unos son más iguales que otros». Aun conscientes del riesgo de las falsas igualdades, insistimos en nuestro aserto: sin igualdad, que equivale a decir igualdad de oportunidades, no igualdad de limosnas, sino de acceso  a las posibilidades de vida decente y de desarrollo laboral y profesional, no hay, ni podrá haber, democracia. Así como para los joyeros hay un jaspe que es la piedra de toque que permite identificar el oro, la piedra de toque de la democracia es la igualdad.         

       VÁLVULA: «Cabe decir que la democracia exige la existencia de un sistema republicano, regido por una Constitución, la autonomía de los poderes públicos, la alternancia en el gobierno a través de elecciones libres y universales, así como el respeto a las libertades esenciales personales y de expresión. Pero, todo ello debe fundarse en el estricto cumplimiento del principio básico de la igualdad de oportunidades dentro del grupo social y económico, y frente a las leyes y los derechos ciudadanos. Sobresale el hecho de que la igualdad de todos es la piedra de toque, el signo decisivo de la verdadera democracia».                                                                                                                                                                                              glcarrerad@gmail.com

EL AUTOR es doctor en Letras y profesor titular jubilado de la Universidad Central de Venezuela, donde fue director y uno de los fundadores del Instituto de Investigaciones Literarias. Fue rector de la Universidad Nacional Abierta y desde 1998 es Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Entre sus distinciones como narrador, ensayista y crítico literario se destacan los premios del Concurso Anual de Cuentos de El Nacional (1963, 1968 y 1973); Premio Municipal de Prosa (1971) por La novela del petróleo en Venezuela; Premio Municipal de Narrativa (1978 y 1994) por Viaje inverso y Salomón, respectivamente; y Premio de Ensayo de la XI Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (1995) por El signo secreto: para una poética de José Antonio Ramos Sucre. Nació en Cumaná, en 1933.

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