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El pecado de ser jubilado. Los gobernantes creen que nunca lo serán I Letras Al Margen I Gustavo Luis Carrera

El desquite final de los jubilados, es que todos, absolutamente todos, incluyendo a sus detractores, terminarán luchando por una jubilación -la suya- digna y honorable.

Gustavo Luis Carrera  I  LETRAS AL MARGEN

En anterior oportunidad decíamos que el tiempo sigue un inexorable paso silencioso. Camina con nosotros sin decir nada; pero dando señales de su andar limitante. Vamos sintiendo una carga existencial inevitable. Se llega entonces a la vejez -o sencillamente a la ancianidad- y se recibe la compensación de una jubilación, es decir de una cesantía laboral, de una culminación en el cumplimiento de un oficio o de una profesión. Ese es el esquema elemental de lo que se llama el proceso de la jubilación. Pero, ¿se cumple este sistema normalmente, sin tropiezos y descréditos vergonzantes? Acerquémonos al tema.            

        ¿UN DERECHO O UNA CONCESIÓN? Vayamos, como medida elemental, al diccionario, para ver de qué modo se define la jubilación. Es en términos que se corresponden con esta idea: la jubilación ocurre cuando una persona es retirada del trabajo, por años de servicio, o por otra causa, y recibe una pensión vitalicia. Pero, el concepto del retiro retribuido, de la jubilación pagada, es de muy vieja data: surge en la antigua Roma, donde el soldado con más de veinticinco años de servicio, quedaba cesante, y le daban una parcela de terreno y el monto de doce años de pago. (Retribución, por cierto, que ya quisieran los jubilados actuales en muchos países, incluyendo el nuestro). Los antecedentes son diversos. A fines del siglo XIX se implementa, en Prusia, por primera vez, un seguro social para la vejez. Después de la Primera Guerra Mundial, en 1919, surge la Organización Internacional del Trabajo, que ya considera la reivindicación de un derecho de vejez. En Venezuela surge, en 1944, el Instituto Venezolano del Seguro Social, que incluye protección por vejez.  Y será sólo en 1948, con la Declaración Universal de los Derechos Humanos, cuando la ONU se pronuncie en favor de la jubilación como un derecho inalienable. En todo caso, lo que resalta, de manera incontestable, es que la jubilación, con su consiguiente pensión vitalicia, es un derecho humano, no una concesión, graciosa, implementada a capricho, por los regímenes políticos.       

        LIMITACIONES GUBERNAMENTALES. En la actualidad sobresale, como asunto de trascendencia (amarga trascendencia), la carga económica que significan los jubilados en los presupuestos elaborados a nivel gubernamental. Es un tema que cunde entre países. Ha sido particularmente escandaloso, por ejemplo, el empeño del presidente de Francia de aumentar el número de años que dan derecho a la jubilación, en contra de la voluntad colectivamente mayoritaria del país, con el argumento de que el rubro correspondiente a los gastos por jubilación aumentará de manera exorbitante en los próximos años. Y en cada caso la explicación es la misma: los jubilados son una carga insoportable. Entonces aumentan el límite de edad para la jubilación, o restringen el monto de la pensión, o interponen requisitos particularmente obstaculizantes. Inclusive se olvida que los jubilados comen, como todo ser humano, y en nuestro país el bono de alimentación se concede sólo a los trabajadores activos.  

        EXPERIENCIA CONCLUYENTE. Al jubilado le hacen sentir constantemente que es una carga. Lo pinchan con el alfiler económico, como un insecto que crea suspicacias, generando gastos excesivos, en el cuadro de los coleópteros inútiles. Todo joven desea vivir muchos años; pero, cuando llega a la vejez, se arrepiente, al padecer las carencias que la avanzada edad acarrea; y al ver el exiguo monto de la pensión que le conceden, se escandaliza en medio de la más amarga angustia. Los viejos defienden los derechos de los jubilados, y es natural: los dichos populares lo asientan: «La gente se acuerda de Santa Bárbara cuando truena», y «Nadie escarmienta la víspera». Pero, los gobernantes creen que nunca llegarán a la vejez, y sólo resienten el peso económico de los jubilados, que tienen el mal gusto de seguir viviendo cuando ya no producen nada económicamente útil. No importa que hayan trabajado por largos y rendidores años, ni que hayan aportado prácticamente su vida al desarrollo del país. Todo eso pasa a un segundo plano. Sólo es válido el signo monetario: el jubilado es una carga agobiante para el presupuesto nacional. Este fatídico cuadro está  montado para que el jubilado sienta que comete un pecado al sobrevivir después de lo que de manera sarcástica se llama «vida útil» (y que por cierto abre la perspectiva de que la jubilación sea «vida inútil»). La cruel ironía es que la palabra jubilación viene del latín jubilare, que significa: gritar de alegría, de júbilo. Y la realidad actual es que el jubilado grita, pero de miedo y decepción, al ver el monto de la pensión que le concede, graciosamente, como una dádiva, el sistema de gobierno imperante.

        VÁLVULA: «La idea de llegar a la jubilación ha pasado de ser una señal gratificante a convertirse en una situación pecaminosa: se lesiona el presupuesto nacional y se entra en la condición del cesante, del no productivo. ¿Acaso no llegamos todos a ese estado en la suma de los años? Parece que los gobernantes olvidan que ese es un proceso fatal; y esto en el doble sentido de la palabra: inevitable y desdichado. El desquite final de los jubilados, es que todos, absolutamente todos, incluyendo a sus detractores, terminarán luchando por una jubilación -la suya- digna y honorable».  glcarrerad@gmail.com

EL AUTOR es doctor en Letras y profesor titular jubilado de la Universidad Central de Venezuela, donde fue director y uno de los fundadores del Instituto de Investigaciones Literarias. Fue rector de la Universidad Nacional Abierta y desde 1998 es Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Entre sus distinciones como narrador, ensayista y crítico literario se destacan los premios del Concurso Anual de Cuentos de El Nacional (1963, 1968 y 1973); Premio Municipal de Prosa (1971) por La novela del petróleo en Venezuela; Premio Municipal de Narrativa (1978 y 1994) por Viaje inverso y Salomón, respectivamente; y Premio de Ensayo de la XI Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (1995) por El signo secreto: para una poética de José Antonio Ramos Sucre. Nació en Cumaná, en 1933.

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