Como lo asienta el novelista inglés Robert Louis Stevenson: «La política es quizás es el único oficio para el cual se considera que ninguna preparación es necesaria».
Gustavo Luis Carrera I LETRAS AL MARGEN
La política es el arte de decir lo que no se cree, y de creer lo que no se dice. Este sería el resumen de la visión de los cínicos de la antigua Grecia. Pero, es asunto más enrevesado y elusivo de lo que pueda pensarse. Hay que tomar en cuenta que, como algunos opinan, la política es un mal inevitable. Mientras otros consideran que la política es algo demasiado serio para dejarlo en manos de los políticos. En todo caso, nuestro planteamiento dialéctico va hacia el juego de las apariencias, las ilusiones y los desengaños que caracterizan el malabarismo -léase atrapaincautos- de la política.
MEMORIA / OLVIDO. Así como la mente del intelectual es imaginativa, la del político es fáctica. La de aquél transita en el ámbito de las ideas; la de éste, en el de los hechos. El político vive entre alianzas y pactos para hacer la guerra y hacer la paz. Su dominio es lo inmanente, lo inmediato. La memoria de un político en materia de alianzas y rivalidades es corta: lo vemos unido a quien fue hasta ayer su oponente, o enfrentado a quien fue hasta ayer su acompañante. Sus aliados son ocasionales, sin valoraciones éticas. Lo mismo sucede con el origen de los fondos que contribuyen en su campaña; lanzado en un proceso electoral, el candidato, en su afán competitivo, no discrimina aportes económicos de fuentes ilegales y corruptas. ¡Cuántos ejemplos no saltan a diario a la luz pública de la mala memoria de los políticos, convertidos en gobernantes, con respecto a la condición hamponil de algunos de sus donantes! De hecho, en el vaivén de la memoria y el olvido la «moral» del político no distingue demasiado entre lo ético y lo corrupto.
La memoria de un político en materia de alianzas y rivalidades es corta: lo vemos unido a quien fue hasta ayer su oponente, o enfrentado a quien fue hasta ayer su acompañante”
VERDAD / MENTIRA. La mentira es la contraluz de lo verdadero; si es iluminada y maquillada debidamente, se invierte su signo negativo. Una mentira repetida muchas veces se hace verdad, como afirmaba Goebbels, ministro de información y propaganda de Hitler. Esto lo sabe el político, y particularmente cuando se convierte en gobernante. Son comunes los ejemplos de quienes hablan de crear un «gran país», o de estar en «el mar de la felicidad»; y ello mientras el pueblo se debate para sobrevivir, en medio de carencias esenciales. ¿Fariseísmo? Quizás. Pero, pienso que es un acto irreflexivo, propio del cinismo personalista. Además, no existe una deontología política, una pauta o código ético de los políticos. Son numerosas las expresiones que caracterizan el fondo aventurero que los define. El escritor norteamericano del siglo XIX Henry David Thoreau lo precisa enfáticamente: «¿No aprenderán nunca los hombres que la política no es la moral, sino que ella se ocupa solamente de lo que es oportuno?». Aquí oportunidad equivale a conveniencia propia. Sobresale, en suma, el hecho de que la política fabrica una verdad aleatoria, que es como una lotería, pero una lotería trucada, atrapabobos.
EL ARTE DE LA DEMAGOGIA. «Nadie ofrece más que un candidato en campaña electoral», asienta un escarmentado dicho popular. Se prometen imposibles, disfrazados de lo alcanzable. A conciencia se engaña. Los pueblos desprevenidos son fáciles de caer en la trampa. ¿Existen políticos honestos, que juegan limpio y tienen objetivos plausibles? Sin duda. Sólo que son como la pieza que falta en el rompe cabezas: difíciles de hallar. Pero, es que desplegar la demagogia no exige gran talento; basta con la astucia y el irrespeto a los valores esenciales. Además, como lo asienta el novelista inglés del siglo XIX Robert Louis Stevenson: «La política es quizás es el único oficio para el cual se considera que ninguna preparación es necesaria». ¿No se ve constantemente el ejemplo de asomados repentinos que se lanzan al ruedo de la política y hasta fundan partidos? ¿No hay políticos profesionales, que nunca han trabajado propiamente, ni manual ni intelectualmente, y que viven de no se sabe qué? El fin de un buen gobierno no es el de ofrecer la felicidad, lo cual es descarada demagogia, sino el de conceder a los conciudadanos la oportunidad de trabajar para acercarse a una digna estabilidad económica y anímica. Pero, el político en plan de gobernante cede a la eficacia de la demagogia, que es el arte de, burla burlando, ofrecer lo desmedido, lo inalcanzable, disfrazando todo en una retórica populista: la revolución, la igualdad, el bienestar. Inclusive se promete democracia, aunque después el mando se ejerza despóticamente. ¿No está llena la historia de ejemplos aleccionadores al respecto? Todo conduce a conclusiones lógicas, para evitar terribles decepciones. ¿Es la política un trampantojo? ¿Es que sería posible dudarlo?
VÁLVULA: «Algunos dicen que la política es el arte de gobernar para sí mismo, haciendo creer que se gobierna para los demás. Esta visión, propia de la decepción, puede sonar exagerada, pero la práctica no deja de fundamentarla. En todo caso, lo evidente es que el juego de malabares de la política es, frecuentemente, una artimaña, un atrapabobos, a través del recurso demagógico y de la manipuladora fabricación de una realidad ficticia».
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