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¿Qué es, realmente, la democracia? I Letras Al Margen I Gustavo Luis Carrera

Sin real libertad, sin real igualdad, sin real honestidad, no existe una real democracia. No hay que dejarse engañar por nombres falsos.

Gustavo Luis Carrera   I   LETRAS AL MARGEN          

            Hay conceptos y categorías que parecen estar muy claros, y que creemos tener bien determinados en nuestro criterio. Son algo así como evidencias conceptuales que manejamos, por costumbre, casi automáticamente, hasta devenir en convencimientos establecidos. Uno de ellos, de gran trascendencia, es el relativo a la democracia. ¿Quién no sabe qué es la democracia? Un buen principio de honda sabiduría es poner en duda lo que parece evidente. Preguntémonos, entonces, qué es la real democracia.

      LA APARIENCIA. Hay que comenzar por el principio. La idea moderna de democracia nace con la república. Pero, el sistema republicano no es garantía de democracia. La supuesta separación de poderes públicos puede ser burlada; la existencia de un Congreso o Asamblea puede ser una pantomima; la autonomía del sistema judicial puede ser una farsa; las elecciones pueden ser un grotesco teatro fraudulento; la igualdad ante la ley puede ser la mayor mentira, falsificada a diario; el hecho de que la soberanía está en el pueblo puede convertirse en una cínica declaración de un dictador. Entonces, ¿qué seguridad nos ofrecen los «principios democráticos» en sí mismos? Ninguna. Es posible que sean brutalmente negados en países que se declaran, pomposamente, repúblicas, y hasta se auto denominan «democráticos» o «populares». Es el atrapabobos del juego de las apariencias.

      TRAMPAS Y COMPRA-VENTA. El uso de los términos «democracia» y «democrático-a» ha pasado a representar un eslogan manipulado de manera descarada. La Unión Soviética llamó «democracias populares» a los regímenes dictatoriales que impuso en los diversos países de los cuales se apoderó a raíz de la Segunda Guerra Mundial. Igual denominación siguen usando China y Corea del Norte, siendo gobernadas por regímenes autoritarios, de un solo partido y de mando personalista, de espíritu monárquico. Igualmente se maneja el disfraz democrático. Los presidentes no resisten la tentación de gobernar, a su antojo, por decisión soberana, a través de decretos, por encima de asambleas, constituciones y voluntades populares. Y la trampa de las apariencias se completa con la compra-venta de apoyos y alianzas, de votos y de manifestaciones callejeras. Es decir, todo un montaje, donde participan gobernantes (que manipulan), partidos políticos (que ofrecen respaldo a cambio de ministerios o directamente de beneficios económicos) y grupos de opinión (que obedecen por hábito y por corrupción). ¿Se trata, verdaderamente de democracias?     

LA REAL DEMOCRACIA. En principio, la democracia se funda en el acatamiento de la voluntad de la mayoría; pero, en seguida surge la pregunta: ¿y qué pasa con las minorías? Decía Clement Attlee, primer ministro inglés después de la Segunda Guerra Mundial: «La democracia no es simplemente la ley de la mayoría, es la ley de la mayoría respetando, como debe ser, el derecho de las minorías». Y en efecto, esa es una clave de la democracia: la conciencia de que una colectividad, una nación, es una totalidad que incluye a partidarios y a opositores del régimen de turno. Allí sí opera el principio de la igualdad; nacemos iguales ante Dios y ante la Patria; y todos somos pueblo, y somos nación indivisa. En suma, queda claro que no basta para la existencia de una democracia que haya: la república, las elecciones, un Congreso o Asamblea, la supuesta separación de poderes, un sistema judicial, una defensoría del pueblo, una declaración «en nombre del pueblo», el mantenimiento de supuestos y obsecuentes partidos políticos. Es democracia: la real libertad (de movimiento, de opinión, de emprendimiento); la real igualdad étnica (sin discriminación racial), económica (remuneración justa y realista), social (sin distingos de clase), ante el sistema judicial, sin discriminación de sexo; la real honestidad (en el manejo de los fondos públicos), en el respeto de los derechos personales y ciudadanos, en la consulta efectiva y universal del pueblo ante las decisiones de importancia y sin gobernar por decretos de soberano unipersonal (capricho dictatorial). Sin real libertad, sin real igualdad, sin real honestidad, no existe una real democracia. No hay que dejarse engañar por nombres falsos, escondidas triquiñuelas y grotescas apariencias. La democracia no es una figuración manejable, es una esencia incontrovertible.

      VÁLVULA: «La verdadera democracia trasciende de las apariencias y de los nominalismos. No es cuestión de rótulos manipulables. Ni de disfraces de oportunidad. Todo ciudadano tiene la opción de la duda reivindicadora de la verdad profunda. Nunca será sobrante la pregunta identificadora: ¿qué es, realmente, la democracia? Y la respuesta que demos nos determinará como superficiales de ocasión o como críticos pensantes».

                                                                                                                                                                                                             glcarrerad@gmail.com

EL AUTOR es doctor en Letras y profesor titular jubilado de la Universidad Central de Venezuela, donde fue director y uno de los fundadores del Instituto de Investigaciones Literarias. Fue rector de la Universidad Nacional Abierta y desde 1998 es Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Entre sus distinciones como narrador, ensayista y crítico literario se destacan los premios del Concurso Anual de Cuentos de El Nacional (1963, 1968 y 1973); Premio Municipal de Prosa (1971) por La novela del petróleo en Venezuela; Premio Municipal de Narrativa (1978 y 1994) por Viaje inverso y Salomón, respectivamente; y Premio de Ensayo de la XI Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (1995) por El signo secreto: para una poética de José Antonio Ramos Sucre. Nació en Cumaná, en 1933.
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