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Nivel político y educativo: verdadero signo de civilización I Letras Al Margen I Gustavo Luis Carrera

Rómulo Gallegos (1884-1969) orientó toda su obra literaria a presentar la lucha de la civilización contra la barbarie.

Gustavo Luis Carrera  I  LETRAS AL MARGEN                  

         La relectura de artículos de Rómulo Gallegos, publicados, en 1909, en «La Alborada», nos condujo a detenidas reflexiones sobre el acontecer nacional. En efecto, en diez breves textos, aparecidos en esta prestigiosa revista caraqueña entre enero y mayo del año citado, el futuro gran novelista, con penetrante visión analítica, recorre el ámbito de la situación nacional ante los riesgos de la deformación de la problemática política y el atraso en el plano educativo. La vigencia de los señalamientos del eminente escritor es por demás resaltante con relación a nuestra actual situación crítica. Puntualicemos las similitudes.

El riesgo latente del caudillismo y el personalismo político son amenazas constantes en nuestra dimensión inmediata”

         DERECHOS POLÍTICOS.       La consulta de la voluntad mayoritaria de un pueblo no puede ser desconocida por el gobernante de turno. El riesgo latente del caudillismo y el personalismo político son amenazas constantes en nuestra dimensión inmediata. «Hombres ha habido y no principios, desde el alba de la República hasta nuestros brumosos tiempos: he aquí la causa de nuestros males. A cada esperanza ha sucedido un fracaso y un caudillo más en cada fracaso y un principio menos en la conciencia social», asienta Gallegos en aguda visión crítica; mientas establecemos paralelismos. Entre tanto los derechos políticos de un pueblo son marginados bajo la funesta sombra de la ausencia de la autonomía de los poderes públicos, cuya soberanía debe colocarse en el elevado lugar que le corresponde. Y para alcanzar una justa capacidad representativa, tendría que darse una relación directa del pueblo con sus representantes. Para lograrlo, dice Gallegos: «sería necesario que el pueblo escogiera los hombres que han de representarlo en el Legislativo, libremente y entre los que no tienen parte en la política militante del momento y sean capaces de triunfar de todas las insinuaciones para el cumplimiento del deber, y será necesario escoger los jueces de entre los íntegros. Para que estos poderes, el Legislativo y el Judicial, conserven su soberanía sobre el Ejecutivo, será necesario que el pueblo no delegue la suya incondicionalmente en las manos de un solo hombre». Mensaje más abierto, en el tiempo, es imposible,    

       DESARROLLO EDUCATIVO.  La educación es a un tiempo un derecho y un deber. Es el derecho a una mente libre, por el saber, y el deber de proteger la propia ciudadanía. Para Gallegos la educación pública debe ser formativa culturalmente, laica y afirmativa de valores ciudadanos. Es decir, la ruta propicia para la consolidación del enrumbamiento civilizatorio de un pueblo. Ahora bien, puntualiza en profundidad su activa y propicia concepción del sistema educativo espiritualmente creador: «Un error demasiado generalizado en Venezuela -aunque en él no ha habido pecado de iniciativa, porque es el mismo que priva en casi todos los pueblos de origen latino- es el confundir la educación con la instrucción propiamente dicha. Ésta obra sobre la inteligencia y produce la cultura; aquélla sobre el carácter, y forma al hombre; pero de tal modo han sido confundidas estas dos funciones, que bien podemos decir que entre nosotros, si apenas se instruye, no se educa en absoluto». De hecho, se nos está alertando para no caer en el error de confundir instrucción (conocimientos aprendidos) con educación (formación para la vida). ¿Habrán meditado sobre estas augustas verdades nuestras autoridades educativas?       

       ALCANCE DE LA CIVILIZACIÓN.  Los niveles de desarrollo de un país se muestran en la conciencia política y en el aval educativo.Son los índices reales de la llamada civilización. (Y aquí cabe traer a colación que Rómulo Gallegos orienta toda su obra literaria a presentar la lucha de la Civilización contra la Barbarie). Señala Gallegos: «la paradoja política de nuestra República: liberalismo en la ley, autocracia en su aplicación; y de aquí que haya sido siempre cuestión de azar obtener un gobierno capaz de orientar por rumbos de patriotismo una labor cuya iniciativa ha estado reservada a un hombre solo». De igual manera la sólida base de un espíritu ciudadano, consciente de sus deberes y vigilante de sus derechos, se funda en el grado de educación alcanzado. Ilustración que será la salvaguarda del estatus civilizatorio implementado. Y para ello, así como un replanteamiento de la conciencia política es indispensable, también se requiere una nueva estrategia educativa. Al respecto, es enfático Gallegos: «Será necesario invertir los términos, pensar más en educar que en instruir, restar inteligencia al lauro, para sumar voluntades a la Nación; y para esto trocar los modelos, reformar los códigos y torcer los rumbos. Distanciarnos del modelo de educación que rige». (Visión activa y reformadora que, por cierto, coincide con el prestigioso antecedente de la prédica educativa de Simón Rodríguez). Al final, sobresale el hecho cierto de que el novelista explayó en artículos su fe democrática y su convicción educativa, consumando el envío de un mensaje civilizador que nosotros ahora, a la distancia, pero en sintonía con él, recibimos como enseñanza irrevocable.    

        VÁLVULA: «Bajo la égida de un gran escritor, Rómulo Gallegos, hemos recorrido rutas que necesariamente condicionan el alcance de un próvido nivel de sociedad civilizada. Lo que nos falta avanzar para llegar a esa augusta meta, depende del grado de compromiso con su país y con su tiempo de cada uno de nosotros. El maestro novelista nos dejó su legado como una llama olímpica que nosotros tomamos en relevo».

 glcarrerad@gmail.com

EL AUTOR es doctor en Letras y profesor titular jubilado de la Universidad Central de Venezuela, donde fue director y uno de los fundadores del Instituto de Investigaciones Literarias. Fue rector de la Universidad Nacional Abierta y desde 1998 es Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Entre sus distinciones como narrador, ensayista y crítico literario se destacan los premios del Concurso Anual de Cuentos de El Nacional (1963, 1968 y 1973); Premio Municipal de Prosa (1971) por La novela del petróleo en Venezuela; Premio Municipal de Narrativa (1978 y 1994) por Viaje inverso y Salomón, respectivamente; y Premio de Ensayo de la XI Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (1995) por El signo secreto: para una poética de José Antonio Ramos Sucre. Nació en Cumaná, en 1933.

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