La soberanía del pueblo es una conquista de la democracia.
Gustavo Luis Carrera I LETRAS AL MARGEN
La soberanía era el estatus del soberano, del rey. Pero, el término tiene una connotación subjetiva: «Soy soberano de mi voluntad», dicen los optimistas, recordando el pensamiento de los estoicos. Y sobre todo adquiere una proyección social y política, cuando, después de la Revolución Francesa, se habla de una soberanía popular, asentada en la voluntad de un pueblo. En esta dimensión, que nunca pierde validez y actualidad, es donde nos interesa indagar.
EL PRINCIPIO TEÓRICO. El concepto de soberanía popular surge reivindicando el derecho de una colectividad a decidir, directamente, los asuntos de gran significación política y social. Es decir, que la voluntad expresa de una comunidad debe ser acatada por su sistema de gobierno; es sencillamente la autoridad máxima, lo que en otro tiempo se llamó la auctoritas. De hecho, en nuestros días, se acepta, como principio teórico, el respeto indefectible de la voluntad de un pueblo. Así como un Estado soberano es el que no está bajo el dominio o la tutela de otro Estado, de igual manera, un Estado moderno y liberal debe estar sometido a los principios esenciales de cumplimiento de la decisión popular. En consecuencia, la soberanía se corresponde con autonomía y con el ejercicio de la propiedad absoluta; condición relevante que debe ser resguardada y defendida. La contundencia del concepto de soberanía popular resalta en nuestra Constitución, cuyo artículo 5 reza: «La soberanía reside intransferiblemente en el pueblo, quien la ejerce directamente en la forma prevista en esta Constitución y en la ley, e indirectamente mediante el sufragio, por los órganos que ejercen el Poder Público». Aparte de indeterminaciones y derivaciones que quedan en suspenso, se destaca el hecho de que se reconoce que la soberanía reside en el pueblo. Aunque, de inmediato, surge la visión paradigmática de que esto sólo es válido para los regímenes democráticos. Ya que en las dictaduras, de sistema autocrático y partido único, no hay el más mínimo respeto de la voluntad popular. En consecuencia, observamos que la soberanía del pueblo es una conquista de la democracia.
LA REALIDAD. Surge una pregunta consecuencial: ¿cómo se manifiesta la soberanía popular?, ¿solamente en las elecciones? Y con esto aludimos a un punto crucial. En principio hay formas de consultar la voluntad de un pueblo: encuestas, referendos, votaciones. Pero, ¿adónde conducen estas opciones? Llevan a que el pueblo expresa mayoritariamente una decisión. Pero, resulta que son mecanismos para delegar en candidatos y gobernantes la auténtica decisión final. Tal es el caso de una asamblea constituyente y un congreso que, regidos por intereses partidistas, terminan obedeciendo las consignas políticas grupales o de líderes personalistas que sólo responden a sus intereses subjetivos, No otra cosa es una Asamblea donde no se debate nada, no hay propuestas y contrapropuestas, y todo se es aprobado por una sospechosa unanimidad. Como también es irregular el mandatario que decide gobernar por medio de decretos totalmente improvisados. ¿Fallas del sistema representativo? Sin duda. La consulta al soberano, es así un simple y oprobioso engaño. Se dice que hay cantones en Suiza donde sí se hace, en sintonía permanente con sus pobladores. Pero, en la vasta dimensión de grandes ciudades y de países esto es casi imposible. De tal forma que la realidad niega lo que la teoría afirma.
EL DESIDERÁTUM. El concepto de soberanía es de vieja data en este país. Miranda reivindicaba el reconocimiento mundial de «la soberanía y libertad» de los pueblos de América. Bolívar destacaba que la soberanía nacional ejercía una «voluntad absoluta». Y como hemos señalado, se establece la soberanía popular en nuestra Constitución. Pero los diputados miran hacia su partido y no hacia el pueblo al votar maquinalmente proposiciones no sometidas a un análisis crítico. Y los presidentes sólo consideran su criterio al establecer o romper relaciones con otros países, y al tomar decisiones de gran trascendencia en cambios de las estructuras económicas y políticas. Y los ministros sólo acatan la decisión del presidente. Todo conforma un cuadro de negaciones que echa por tierra el principio etéreo de que la soberanía de un país se gesta y se expresa en el conjunto de sus pobladores. La noción de soberanía agrupa, cohesiona a un pueblo; y en su conformación deben considerarse factores históricos y culturales. La soberanía «de jure» es el derecho, por ley, a ejercer la soberanía. Pero, su ejercicio cabal y auspicioso se dificulta por los obstáculos interpuestos por el sistema representativo y los gobiernos personalistas. Fallas e impedimentos que hacen que, al final, tengamos que reconocer que el principio de que la soberanía reside el pueblo sigue siendo un hermoso y justo desiderátum de la democracia,
VÁLVULA: «En la democracia nadie osa dudar que la soberanía de un país reside en su pueblo. Sólo los regímenes dictatoriales ignoran y desechan tal principio esencial del espíritu liberal moderno. Pero, en la práctica, el interés partidista de los representantes elegidos priva por encima de las aspiraciones populares. Y otro tanto acontece con presidentes personalistas. Todo lo cual conduce a reconocer que la soberanía popular es un principio ideal, por el cual hay que luchar; pero, sin desconocer que habitualmente es una entelequia que los hechos tienden a negar».
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