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¿Es la mayoría la representación cabal de un pueblo? I Letras Al Margen I Gustavo Luis Carrera

Hitler y el nazismo llegan fatalmente el poder con el respaldo de una absoluta mayoría de votos. Es el ejemplo más conocido internacionalmente de la equivocación de la mayoría.

Gustavo Luis Carrera I LETRAS AL MARGEN              

        En la práctica, estamos habituados a la democracia mayoritaria. Es decir, que el gobierno se corresponda con la voluntad electoral de una mayoría de la opinión colectiva. Evidentemente, esto con relación a los sistemas democráticos; porque bajo los regímenes dictatoriales no hay verdadera consulta a la población, o se hacen remedos autocráticos de elecciones. Pero, en seguida se nos plantea la pregunta inquisitorial: ¿esa mayoría pasa a tomar el lugar de todo un pueblo? 

        BASAMENTO TEÓRICO. El principio pragmático en que se asienta el ejercicio de la democracia representativa -donde se eligen representantes-, conlleva la norma del acatamiento de la decisión de una mayoría, ya sea en elecciones, referendos o consultas. Los defensores de este procedimiento parten de un principio elemental: no es posible la unanimidad en el grupo social; el patrón más razonable es atender el dictado del sector mayoritario. Es un problema matemático y político: el objetivo es apoyarse en el mayor número de voluntades. Y ya no es que esto suene razonable, es que no hay alternativa. Sobre todo, si se toman en cuenta las dimensiones de las grandes ciudades y de los países, lo que imposibilita la aplicación de la democracia directa, con la consulta real a todos los miembros de la comunidad. Inclusive, para prever excesos impositivos de una sola tendencia, se establecen, en una Asamblea, los principios de mayoría relativa -simplemente por mayor número de votos- y de mayoría absoluta -la mitad más uno o las tres cuartas partes de los votantes-, de acuerdo a la importancia de la decisión a ser tomada. Así, la mayoría se establece a través de un procedimiento, de una técnica; y no dentro de una lógica de respeto a la diversidad de opinión propia de la condición humana. De otra parte, queda flotando en el aire una pregunta consecuencial; ¿y qué pasa con la opinión minoritaria? 

        LAS EQUIVOCACIONES. El acatamiento de la voluntad mayoritaria, como hemos visto, parece el principio más razonable. Y no decimos justo, porque habría mucho que discutir acerca de la real aplicación de la justicia en nuestra sociedad. Pero, acontece que esa mayoría no siempre tiene la razón ni se orienta por lo más correcto y conveniente. O para decirlo de manera más rotunda: la mayoría también se equivoca. Y a veces de manera tan disparatada e irracional, que parece más un suicidio político que otra cosa.   Tal como ocurrió con el ejemplo más conocido internacionalmente: Hitler y el nazismo llegan fatalmente el poder con el respaldo de una absoluta mayoría de votos. Un caso que probablemente fue el que condujo a Georges Bernard Shaw a alertar sobre el riesgo, en el paso de la monarquía a la democracia, de que el poder pudiera cambiar de la decisión de una minoría despótica a la de una mayoría confundida. Y seguramente, en la antigüedad, era la reflexión que llevaba a Platón a afirmar que el mejor gobierno sería el de los sabios, es decir de los filósofos. Y cuando la mayoría se equivoca. Y entonces surge la pregunta definidora ¿fue todo el pueblo el que se equivocó o sólo la mayoría que votó irracionalmente?

        EL JUSTO CRITERIO.  Como quiera que sea, resulta evidente que el gobierno se corresponde con la voluntad de la mayoría; fórmula que parece inevitable. Pero, es imperfecta, porque subdivide, sectorializa un pueblo. Sobre todo tiende a la aplicación automática -no crítica- de un criterio cómodo. Procedimiento que, por cierto, resulta en un mito: esa mayoría nombrará representantes, que, como es sabido, van a obedecer más las órdenes de su partido y de sus altos jerarcas -regidos por intereses personalistas-, que la voluntad mayoritaria, que quedó allá consignada en unas actas de votación, ya sean reales o manipuladas. La minoría  puede tener la razón, aunque carezca del apoyo numérico; y más aún merece atención si de ella va a salir la oposición que políticamente va actuar frente al gobierno de turno. Así, la perspectiva inteligente y auspiciosa es la de entender que hay una minoría, por lo general diversificada en varios grupos, que tentativamente encarna ideas y proyectos positivos en bien del país. De hecho, entonces, el adecuado equilibrio consiste en respetar la mayoría, sin desechar -ni mucho menos menospreciar- a la minoría. Porque, si a ver bien vamos, la mayoría no es el pueblo: es lo que su denominación acredita: la más alta suma de decisiones, pero no es todo el saber de un país. Reflexiones que nos permiten una afirmación consecuencial: el sistema representativo hace que el poder esté en manos de una minoría privilegiada; convirtiendo el gobierno de la mayoría en un mito, en un planteamiento teórico.          

        VÁLVULA: «La práctica conduce al establecimiento del principio del poder correspondiente a la mayoría de la opinión de una colectividad. Esto en las democracias; porque no tiene ningún valor en los sistemas dictatoriales. Pero, sucede que esa mayoría se equivoca en su elección; es decir, que no es garantía de nada. Además la soberbia política conduce a menospreciar, o ignorar, a la minoría. Entonces: ¿puede decirse que la mayoría representa en propiedad a un pueblo?».                   glcarrerad@gmail.com

EL AUTOR es doctor en Letras y profesor titular jubilado de la Universidad Central de Venezuela, donde fue director y uno de los fundadores del Instituto de Investigaciones Literarias. Fue rector de la Universidad Nacional Abierta y desde 1998 es Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Entre sus distinciones como narrador, ensayista y crítico literario se destacan los premios del Concurso Anual de Cuentos de El Nacional (1963, 1968 y 1973); Premio Municipal de Prosa (1971) por La novela del petróleo en Venezuela; Premio Municipal de Narrativa (1978 y 1994) por Viaje inverso y Salomón, respectivamente; y Premio de Ensayo de la XI Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (1995) por El signo secreto: para una poética de José Antonio Ramos Sucre. Nació en Cumaná, en 1933.





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