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El sagrado derecho a envejecer  I Letras Al Margen

                                                 

 Gobiernos y políticos se quejan del monto presupuestario destinado a los jubilados, señalándolos como una carga que debe ser aligerada.

Gustavo Luis Carrera   

     ¿Es un derecho lo inevitable? No parece racional pensarlo. Pero, hay mentes torcidas y minusválidas que pretenden obstaculizar el proceso ineludible de vivir dignamente la vejez. Partimos del hecho indefectible de que todos, de modo ineluctable, si la vida se prolonga, llegamos a ser viejos. Esto es indiscutible. Pero, la vejez ha de ser vivida con decoro material sustentable. Y allí todo se convierte en un derecho.   

     EL PASO INEXORABLE DEL TIEMPO. La vejez llega indefectiblemente. La suma de los días transcurridos no cesa. Las hojas del calendario vuelan, como las hojas  que en temporada caen de los árboles mutantes. Así el tiempo nos lleva a deshacernos de sobrantes en el camino de la vida. Perdemos lo que ya no es propicio para nuestra avanzada edad. Las facultades ausentes son sustituidas por otras, no menos aptas para enfrentar los avatares de la existencia. Lo que perdemos en agilidad, lo ganamos en prudencia. Los emprendimientos aventurados son suplantados por el tiento cuidadoso que aconseja la experiencia. La vejez no es una enfermedad; es un estado evolutivo. Es un nuevo orden orgánico que modula una forma de pensar. Atrás quedó la juventud, siempre ágil, siempre bella. Ahora, el comedimiento y la prudencia, unidos al reposado buen gusto, orientan el pensamiento y la conducta. Ser anciano no es una rémora, es un estatus inexorable de un nuevo orden vital, que muchos califican de senectud; pero, que cariñosamente llamamos vejez. En otras culturas se respeta particularmente a los de mayor edad -inclusive la sociedad era guiada por un Consejo de Ancianos-, considerando su bien fundamentada experiencia. En nuestra sociedad ser viejo es un acto heroico, reservado a valientes y tenaces, a quienes el destino les ha permitido llegar a la ancianidad. La contrapartida es el hecho cierto de que la larga experiencia se traduce en conocimiento. Ya lo dice el refrán popular: «Más sabe el diablo por viejo, que por diablo».               

       LA JUBILACIÓN. La suma de muchos años acaba por alejarnos de la belleza y el esplendor de la juventud. Perdemos masa muscular, o lo contrario: se engorda inexplicablemente; proliferan las arrugas; el pelo se encanece, o se cae; el oído y la vista se debilitan; la memoria juega malas pasadas; el equilibrio hesita; es decir, un sinfín de imperativos negativos impuestos por la naturaleza.  De igual manera llega el momento en que ya no corresponde continuar trabajando, cumplidos los años que la ley establece y fatigado el organismo por la tarea incesante de cada día, en un horario obligado y con esfuerzos sostenidos. Y se tiene el derecho a la jubilación o a una pensión. Pero, es un derecho ya pagado, cancelado su monto con antelación. Se ha cotizado, por años, para cubrir la jubilación; o se ha trabajado en favor del bien común, para poder obtener una pensión. Es decir, que en propiedad es un derecho adquirido, y esto en el doble sentido del verbo adquirir. ¿Es que los jóvenes creen que nunca llegarán a viejos y tendrán que solicitar su jubilación? En todo caso, lo manifiesto es que gobiernos y políticos se quejan del monto presupuestario destinado a los jubilados, señalándolos como una carga que debe ser aligerada. No sabemos si esto incluye la liquidación física de los jubilados. Pero, sí el retraso de la edad requerida para jubilarse. Es decir, se convierte en un problema manipulable lo que es, certeramente, un derecho.    

       UN DERECHO COMPARTIDO POR TODOS. Ya lo hemos enfatizado: no hay más remedio, con el paso de los años, que ser viejo. Algunos dicen que cuando tienes que sentarte para ponerte o quitarte los pantalones, estás viejo. Otros, que cuando vas subiendo una escalinata y más te importa ver con cuidado los escalones, que mirar las tentaciones de la hermosa morena que va delante, estás viejo. Inclusive hay cuentos de «viejitos». Como aquel en el que están dos ancianos, nonagenarios, sentados en la Plaza de la Candelaria, y les pasa por delante una bella joven, en plenitud, ostentado su minifalda; uno de los viejitos se queda absorto mirando a la joven; y el otro, el optimista, dice: «¡Quién tuviera ochenta!».

Como quiera que sea, en nuestra sociedad ser viejo es un acto heroico. Y exigir la protección social para tener una vejez digna, con una jubilación o una pensión adecuada, es reclamar un derecho colectivo, compartido por todos los mayores, y que ha de ser demandado por los jóvenes actuales cuando, inexorablemente, lleguen a la conceptuada como tercera edad. El sagrado derecho, inalienable y compartido por todos, a ser viejo, se complementa con el derecho a la correspondiente jubilación o pensión digna de una persona que ha vivido y trabajado para sí y para la comunidad. Desconocer este estatus originario es despótico y antihumano.   

       VÁLVULA: «El paso indetenible y silencioso del tiempo es una condición igualadora en la naturaleza humana. Se envejece porque se vive y se llega hasta la ancianidad. La incomprensión social obliga a reivindicar el derecho originario a ser viejo. Mentes abstrusas e intereses políticos pretenden desconocer la dignidad que debe acompañar a la vejez. ¡Pobre de la sociedad que reniega de sus mayores!».

glcarrerad@gmail.com

EL AUTOR es doctor en Letras y profesor titular jubilado de la Universidad Central de Venezuela. Fue rector de la Universidad Nacional Abierta y desde 1998 es Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Ganador del Concurso Anual de Cuentos de El Nacional (1963, 1968 y 1973); Premio Municipal de Prosa (1971); Premio Municipal de Narrativa (1978 y 1994) y Premio de Ensayo de la XI Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (1995. Nació en Cumaná, en 1933.

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