A diferencia de AD y Copei en sus tiempos, el PSUV como partido oficial hegemónico trata a sus adversarios como enemigos del Estado chavista y justifica su aniquilamiento físico
Humberto González Briceño
Existió hace muchos años en Venezuela un régimen que en el consenso académico y político fue etiquetado como Democracia. Se trataba de un sistema que con todas sus fallas más o menos operaba como un estado de derecho con separación de poderes.
A ese sistema nosotros preferimos llamarlo Estado de partidos porque en realidad eran estas estructuras las que retenían el poder en nombre de los ciudadanos. Sin embargo a pesar de que los partidos hegemónicos, Acción Democrática y Copei, parecían tomar turnos alternativamente en el gobierno lo cierto es que ese régimen político establecía todo un sistema de garantías que permitía que un factor distinto a los hegemónicos pudiese eventualmente llegar al poder.
Pero no solo eso. La democracia venezolana y cualquier otra democracia, en la voz de uno de sus más conspicuos defensores como lo fue Carlos Andrés Pérez, contiene una contradicción que la lleva respetar las garantías y los derechos políticos incluso de sus propios enemigos.
Esas garantías son precisamente las que permiten que un enemigo de la democracia como lo fue Hugo Chávez en 1998 tomara legalmente el poder con la agenda y el propósito de destruir al propio sistema que le había tolerado.
Una de las primeras decisiones que toma Chávez luego de ganar en 1998 es transformar a su modesto Movimiento Quinta República en el Partido Unido Socialista de Venezuela. El entonces MVR había cumplido su papel de enmascarar las intenciones de Hugo Chávez como una amplia alianza de fuerzas sociales que luchaban por la refundación de la República.
La estafa de Chávez fue por partida doble, primero al convencer a la mayoría de los venezolanos de ese entonces que la refundación de la República era la cura y la sanación a todos los males de Venezuela. Y lo segundo consistió, como ya era característico de Chávez, en jamás definir los rasgos de ese nuevo régimen político que se ofrecía como panacea a los venezolanos.
Perpetrado el engaño y una vez que Chávez controlaba los hilos del poder el chavismo se quita la máscara y no solo le cambia el nombre a su partido sino que además le establece un programa que es imponer una variedad de socialismo en Venezuela con régimen de partido único y hegemónico.
Pero esta nueva hegemonía nada tenía que ver con la vieja hegemonía clientelar de Acción Democrática y Copei que se alternaban en el poder, se repartían los cargos en forma indistinta e invitaban a sus adversarios a formar parte del convite para de alguna manera incorporarlos al sistema.
El resultado de esa política permisiva que intentaba neutralizar al adversario haciéndolo parte de la estructura del sistema fue precisamente lo opuesto. A posiciones claves del régimen democrático en sus diferentes poderes ejecutivo, legislativo, judicial, electoral y militar entraron operadores que no solo no creían en esa democracia sino que estaban activamente comprometidos con la agenda chavista de su destrucción, desde adentro.
Hoy los antiguos y derrotados operadores políticos de la democracia, en su mayoría refugiados en la MUD, intentan desesperadamente, mediante negociaciones y elecciones, que el régimen chavista les conceda la misma tolerancia que les permitió llegar al poder en 1998. Muchos de ellos, incluyendo figuras nuevas como María Corina Machado, han llegado al extremo de abrazarse a la Constitución chavista de 1999 y sus engañosos mecanismos de garantías para exigir respeto a un estado de derecho que en realidad es inexistente.
El PSUV defiende una presunta revolución como entidad política suprema por encima de la misma república. El Estado nacional venezolano que debería representar con sus instituciones los intereses de la nación se ha degenerado a otra forma política que es el Estado chavista con claros e inequívocos signos de un régimen fascista.
A diferencia de AD y Copei en sus tiempos, el PSUV como partido oficial hegemónico trata a sus adversarios como enemigos del Estado chavista y justifica su aniquilamiento físico. Las carátulas de partidos y candidatos aceptados por el régimen son únicamente aquellos que juegan un papel abiertamente colaboracionista.
Para aquellos partidos como la MUD o para dirigentes como María Corina Machado y Edmundo Gonzalez que aún insisten en enfrentar democráticamente un régimen fascista de partido único el futuro y el de sus banderas es incierto. No pueden, no deben, continuar con este sainete pretendiendo enfrentar un régimen fascista con carritos de plastilina porque, según dicen, se trata de un gobierno autoritario.- @humbertotweets
EL AUTOR es abogado y analista político, con maestría en Negociación y Conflicto en California State University.