El fascismo chavista del siglo XXI se impuso a fuerza de violentar y reventar las instituciones del Estado venezolano
Humberto González Briceño
El verdadero poder político del Estado chavista no proviene de las elecciones, aunque estas se usen como fachada legitimadora. Durante 25 años, los venezolanos han sido llamados repetidamente a procesos electorales sin que esto haya modificado la estructura de poder fundamental.
Entonces, ¿de dónde emana ese poder? En Venezuela, donde las instituciones estatales han desaparecido hace tiempo, el poder real reside en quienes tienen las armas. Ellos controlan el monopolio de la violencia frente a una población civil desarmada, incapaz de defenderse o de revertir este desequilibrio mediante vías institucionales.
Por ello, las elecciones jamás han una preocupación para el chavismo. Su prioridad radica en mantener la lealtad dentro de las fuerzas armadas, cuya complejidad interna se asemeja a un ecosistema en constante conflicto. Entrecruces de lealtades y agendas crean una red difícil de desenredar, donde todos se identifican como chavistas y bolivarianos, pero luchan entre sí.
Muchos analistas suelen interpretar las acciones del chavismo como torpes o desesperadas. Un ejemplo es la llamada “conspiración del brazalete blanco”, una trama plagada de incoherencias. Testigos cuestionables y mapas obsoletos han sido usados por el fiscal Tarek William Saab para justificar una conspiración con acusados que no se conocen entre sí, carecen de recursos y, en algunos casos, ni siquiera pertenecen ya a las fuerzas armadas.
Algunos celebran estas supuestas torpezas, pero cabe preguntarse si no forman parte de un plan deliberado. Los acusados carecen de capacidad real para ejecutar las acciones que se les atribuyen. Sin embargo, esta estrategia no es nueva. Casos como el del teniente Ronald Ojeda Moreno, asesinado en Chile, muestran cómo el chavismo recurre a métodos extremos para neutralizar cualquier potencial amenaza.
Lo que queda claro es que mientras el régimen promueve la ilusión electoral (¡ahora viene la de las elecciones regionales del 2025!), endurece su campaña de terror dentro de las fuerzas armadas. Con acciones brutales y aparentemente absurdas, envía un mensaje claro a sus oficiales: no hay límites para perseguir, torturar o eliminar a quienes representen una posible amenaza.
Montajes como el del “brazalete blanco” o el llamado “golpe azul” no solo justifican persecuciones internas, sino que refuerzan un clima de desconfianza generalizada entre los oficiales. Este ambiente tenso es clave para prevenir insurrecciones y es una táctica copiada del Estado cubano. Incluso los secuestros de militares en el extranjero demuestran hasta dónde puede llegar el régimen para infundir miedo y desmovilizar conspiraciones reales.
El chavismo concentra todos sus esfuerzos en el ámbito militar porque sabe que ahí radica su origen y su posible fin. La estabilidad del régimen depende de controlar este sector, el único capaz de alterar el rumbo del país. Se podría decir que el fascismo chavista del siglo XXI se impuso a fuerza de violentar y reventar las instituciones del Estado venezolano. El cálculo más probable es que también termine por la fuerza, no por negociaciones ni elecciones.
EL AUTOR es abogado y analista político, con maestría en Negociación y Conflicto en California State University.