En los predios del hamponato chavista lo que se pide es sustituir la caricatura de elecciones fraudulentas por un sistema electoral de segundo grado.
Humberto González Briceño
Sin sorpresas ocurrió la juramentación de Nicolás Maduro para el período 2025-2031, luego del asalto a mano armada de las elecciones del pasado 28 de julio de 2024. El nivel de descaro que ha alcanzado el chavismo lo llevó esta vez a juramentar a Maduro con base exclusivamente a la declaración del presidente del CNE y sin mostrar actas electorales. Ni siquiera actas falsificadas las cuales seguramente habrían satisfecho la solicitud de los presidentes de Colombia y Brasil para que el gobierno chavista presentara algo, cualquier cosa, como prueba de su presunto triunfo.
El control militar y policial del Estado chavista es lo que explica que el chavismo haya perpetrado este asalto prácticamente sin ningún tipo de resistencia y contrapeso. Aunque en la víspera de la juramentación de Maduro se especuló sobre la posibilidad de rebeliones internas en la Fuerza Armada con el paso de las horas se verificaba que nunca existieron tales brotes insurreccionales.
La militarización de todo el país en los días previos al 10 de enero desalentó movilizaciones ciudadanas significativas ante el justificado temor a la violencia y represión política por parte de militares y colectivos chavistas.
En el plano internacional, más allá del aumento de la recompensa ofrecida por los Estados Unidos por las cabezas de Nicolás Maduro y Diosdado Cabello a 25 millones de dólares cada uno y las protestas de varios países, tampoco se produjeron acciones significativas conducentes al desplazamiento del régimen chavista
En esas condiciones no era difícil prever que efectivamente Nicolás Maduro seria juramentado como Presidente con el apoyo de las fuerzas armadas chavistas, desafiando el resultado electoral del 28 de julio y con el rechazo del 95% de los venezolanos.
Lo que nos debe preocupar en este momento es hacia dónde se dirige el chavismo ahora que sabe que tiene todo el poder militar para hacer lo que le dé la gana, literalmente, sin ningún tipo de contrapeso institucional. Algunos voceros del régimen ya han mostrado por donde vienen los tiros.
En los predios del hamponato chavista lo que se pide es pisar el acelerador y dejar a un lado el pudor que hasta ahora aconsejaba hacer una caricatura de elecciones fraudulentas para ahora buscar su cancelación definitiva y su sustitución por un sistema electoral basado en delegados seleccionados en elecciones de segundo grado. Esto es lo que hace Cuba sin tener que darle explicaciones a nadie. Y es lo que ahora se propone el Estado chavista con la instalación de su mentado Estado comunal.
Este es el espíritu del anuncio de Nicolás Maduro advirtiendo que el paso siguiente a su juramentación sería una reforma constitucional que buscaría crear los mecanismos para atornillar al chavismo al poder en forma permanente sin necesidad de tener que cumplir con el fastidioso trámite de ir a unas elecciones, aunque tenga el poder para hacer trampa.
Dentro del marco de la legalidad chavista establecida en la Constitución de 1999 y su Estado es imposible detener la instauración del Estado Comunal y la sustitución de las elecciones directas para elegir los poderes públicos. Y esto no sería más que la confirmación histórica de que nunca hubo forma de sacar al chavismo del poder por la vía electoral, aunque en ello se haya desperdiciado ya 25 años o un cuarto de siglo.
En este sentido decimos que el 10 de enero no pasó nada. Esto es, no pasó nada nuevo que ya de antemano no se supiera. El chavismo seguirá en su empeño depredador y destructor de Venezuela a menos que una coalición de fuerzas internas y/o externas lo detenga y lo expulse del poder. Pero esa esa opción aún no parece visible.
EL AUTOR es abogado y analista político, con maestría en Negociación y Conflicto en California State University.