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Petro entre Maduro y Trump

El asalto a mano armada a plena luz del día de las elecciones del pasado 28 de julio  fue un evento que se podía fácilmente anticipar por el poder militar que el chavismo ha concentrado en estos 25 años sin ningún tipo de contrapeso.

Humberto González Briceño

Es cierto que hasta ahora el chavismo se había limitado a un ejercicio de fraude electoral que de alguna manera trataba de salvar las formas. Gobiernos aliados del chavismo y sus operadores de la izquierda mundial siempre supieron que el chavismo apelaba al fraude para ganar elecciones pero las falsas apariencias les otorgaban la oportunidad de cohonestar el crimen.

Sin embargo, lo del 28 de julio alcanzó otro nivel de descaro. Sin presentar actas el chavismo se proclama ganador por fuerza de la violencia en un robo electoral a mano armada ante los ojos atónitos de propios y extraños. Lo que sorprende no es que el chavismo una vez más se haya robado las elecciones sino la forma descarada como esta vez lo hizo.

La oposición que encabeza María Corina Machado está frente a un dilema frente al 28 de julio. Sí admite que fue sorprendida por el robo de las elecciones tendrá entonces que igualmente admitir su pretenciosa fantasía de esperar que el chavismo reconocería el resultado y entregaría el poder. Si por el contrario, dicen que sí sabían lo que el chavismo intentaba perpetrar entonces habrá que responsabilizar a estos opositores de llevar a la gente bajo engaño a unas elecciones que ya se sabía el chavismo de una u otra forma se robaría.

Los aliados internacionales del chavismo tales como Brasil y Colombia también encuentran problemático reconocer sin mayores reparos el robo electoral del 28 de julio. Estos gobiernos, el de Brasil el de Colombia, operan en Estados donde existen pesos y contrapesos institucionales que garantizan el traspaso pacifico del poder. Además las coaliciones políticas que respaldan tanto a Lula como a Petro  no quieren ser asociadas con la delincuencia electoral chavista por el daño electoral que esa vinculación podría producir en sus respectivos países en futuras elecciones.

Estas consideraciones han obligado tanto a Lula como a Petro a crear espacios metafóricos que les permitan continuar apoyando a Nicolás Maduro sin que ese apoyo tenga un costo político en sus países o incluso un rechazo por parte de otros países. La solución a este dilema fue ofrecida pragmáticamente por el gobierno demócrata de Joe Biden quien comenzó a ensayar la tesis de desconocer el robo electoral del 28 de julio reconociendo al gobierno realmente existente en Venezuela que es el que encabeza Nicolás Maduro, por lo menos hasta el 10 de enero.

Inmediatamente Brasil y Colombia, cada uno por su lado hicieron suya esa tesis que de alguna manera permitía complacer a ambos bandos. Sin embargo, en las semanas siguientes y luego del triunfo de Donald Trump el gobierno de Biden con la soltura de quien se sabe libre de ataduras comenzó a tomar decisiones más que para favorecer a la política exterior norteamericana con el objetivo de entregarle una papa caliente al nuevo gobierno de Trump. Una de esas medidas fue precisamente reconocer a Edmundo Gonzalez como el ganador de las elecciones del 28J lo cual deja a los Estados Unidos en la contradictoria posición de no reconocer el resultado oficial del 28 de julio y al mismo tiempo tener como presidentes de Venezuela tanto a Nicolás Maduro como a Edmundo Gonzalez.

            Los chavistas que entienden que la política exterior norteamericana entra en una nueva etapa el próximo 20 de enero han preferido esperar para reaccionar. Gustavo Petro por su parte quien preside un gobierno que requiere de los servicios mediadores del chavismo con el ELN ha tenido que encontrar fórmulas más creativas para seguir apoyando a Maduro sin que esto se vea como un apoyo.

            El canciller de Colombia ha dicho que aún no está decidido si Petro asistirá o no a la toma de posesión de Maduro el 10 de enero. Pero al mismo tiempo ha confirmado que el embajador de Colombia en Venezuela si asistirá a la juramentación de Maduro lo cual, según el Canciller, no es un reconocimiento a ese gobierno. ¿Si la asistencia del embajador de Colombia a la toma de posesión de Nicolás Maduro no es un expreso reconocimiento a ese estado entonces qué es? Porque con toda certeza un desconocimiento no es.

            El problema para el gobierno de Petro no es tan solo que depende de Venezuela la mediación con el ELN sino además el hecho concreto real y no protestado por el gobierno izquierdista de Petro de alojar las bases militares de los Estados Unidos en territorio colombiano.

            La incertidumbre de los posibles desarrollos de la política exterior de Trump hacia las Américas y específicamente hacia Colombia obliga a Colombia a tratar de conservar la mayor prudencia. Aunque en el ejercicio de esa prudencia se vea forzada a hacerle concesiones a los gobiernos de Trump y el de Maduro al mismo tiempo como lo es reconocer al régimen venezolano sin admitir que efectivamente se trata de un reconocimiento luego del robo de las elecciones el 28 de julio.

@humbertotweets

EL AUTOR es abogado y analista político, con maestría en Negociación y Conflicto en California State University.

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