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La MUD desestima el factor militar

Mientras la dirigencia opositora no entienda que se enfrenta a un régimen armado, no político, seguirá dando bandazos.

Humberto González Briceño

En Venezuela, la política se discute como si aún operara en condiciones normales. Como si el régimen chavista fuera apenas una dictadura de discursos altisonantes, y no un aparato autoritario con columna vertebral militar. Como si bastaran votos, denuncias o apoyos internacionales para desplazar del poder a una estructura que no se sostiene por simpatías populares —hace rato extraviadas— ni por legitimidad institucional —jamás existente—, sino por algo mucho más elemental y decisivo: las armas.

El chavismo sigue en el poder porque controla, sin fisuras, a las Fuerzas Armadas Nacionales Bolivarianas (FANB). Así de simple. Y así de inaceptable para buena parte de la dirigencia opositora, que prefiere aferrarse a relatos más digeribles, aunque completamente errados. Que el régimen sobrevive gracias al respaldo de China, Rusia e Irán, repite Julio Borges —todavía— en podcasts de plataformas afines. Que si la comunidad internacional aprieta, que si se agudiza la crisis económica, que si se habilita a un candidato “moderado”… Todo, menos mirar de frente lo obvio: el poder real en Venezuela está en manos de los militares.

Y no de unos militares institucionales, como todavía creen —o fingen creer— algunos analistas de la MUD y sus epígonos. No hay “ala profesional” ni “sector constitucionalista” esperando su momento para rescatar la democracia. No hay fuerza interna dispuesta a protagonizar un quiebre como el de 1958. Lo que hay es una estructura armada al servicio del régimen, ideológicamente colonizada, económicamente beneficiada y, sobre todo, políticamente comprometida con la supervivencia del chavismo.

Esto no es exclusivo de Venezuela. Es el mismo modelo cubano, el mismo nicaragüense: un poder político sostenido por la fidelidad selectiva de las Fuerzas Armadas. No hay margen para neutralidad. Quien duda, es purgado. Quien aspira, es degradado. Quien molesta, es encarcelado. Así se garantizan lealtades. No por convencimiento ideológico, sino por preservación de privilegios y miedo a las consecuencias. Los militares que quedan no son institucionales: son parte integral del régimen. Son el régimen.

Pensar, como algunos aún hacen, que un “cambio político” es posible con el acompañamiento de las FANB, es alimentar una ilusión peligrosa. No porque sea ingenua —que lo es—, sino porque desactiva toda estrategia seria. Si se cree que es posible convencer a los militares para que acompañen una transición, entonces se apostará a la moderación, al diálogo, a las promesas de amnistía. Es decir, a la nada.

¿Puede haber fracturas internas? ¿Conspiraciones, descontentos, divisiones? Claro. Todo régimen autoritario convive con ellas. Pero convertir esa posibilidad remota en eje estratégico es un disparate. Las purgas internas, como en Cuba y Nicaragua, no son excepción sino método. El chavismo ha aprendido que su supervivencia depende de mantener a raya cualquier desviación en el seno militar. Lo hace con vigilancia, prebendas y represión selectiva. Y le ha funcionado.

Mientras tanto, la oposición sigue tratando de pescar aliados entre oficiales comprometidos hasta la médula, como si todavía fueran comandantes de la República y no operadores de un régimen. Y cada vez que se les cierra una puerta, improvisan otra. Llaman a votar, luego a no votar. Piden sanciones, luego las rechazan. Apoyan a un líder, luego lo desechan. Pero jamás ajustan el diagnóstico principal: que el enemigo tiene fusiles, no argumentos.

No habrá salida real de la crisis venezolana sin enfrentar la estructura militar del chavismo. No habrá transición sin quebrar el vínculo entre el régimen y sus bayonetas. Y ese quiebre no ocurrirá desde dentro, por razones morales o institucionales, sino desde fuera, por presión, por aislamiento, por cerco efectivo. Es una dialéctica tan inevitable como difícil de aceptar.

Mientras la dirigencia opositora no entienda que se enfrenta a un régimen armado, no político, seguirá dando bandazos. Seguirá hablando de elecciones sin condiciones, de pactos imposibles, de apoyos que no existen. Seguirá perdiendo tiempo, legitimidad y país. Y el chavismo, mientras tanto, seguirá firme. No porque sea fuerte, sino porque tiene quien lo defienda con balas.-

@humbertotweets

EL AUTOR es abogado y analista político, con maestría en Negociación y Conflicto en California State University.

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