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La CIJ se prepara para arrancarle el Esequibo a Venezuela

Lo que ha hecho el chavismo con Venezuela es regalar lo propio, traicionar lo histórico y, encima, exigir aplausos por su falso «patriotismo».

Humberto González Briceño

Como un eco lejano de lo que ya todos sospechábamos, la reciente decisión unánime de la Corte Internacional de Justicia (CIJ) de prohibir a Venezuela cualquier acto que altere el status quo en el Esequibo —incluidas las elecciones del 25 de mayo para autoridades del fantasmagórico “Estado Esequibo”— no hace sino confirmar lo que se cocina a fuego lento en La Haya: una sentencia adversa, envuelta en ropaje jurídico, pero cocinada con ingredientes netamente geopolíticos.

Conviene recordar, con el dedo índice extendido, que el verdadero viraje de la posición venezolana no vino por presión extranjera ni por malabares de Georgetown, sino por una de las tantas imprudencias del difunto Hugo Chávez. Fue él quien, con su habitual tono mesiánico y su desconocimiento olímpico del derecho internacional, propuso al entonces presidente de Guyana, Bharrat Jagdeo, que ambos países explotaran “juntos” los recursos del Esequibo. Aquella frase, dicha como quien ofrece un café, fue el disparo de salida para que Guyana comenzara a trazar su ruta diplomática: primero se fue al Consejo de Seguridad de la ONU, luego a la Secretaría General y finalmente consiguió lo impensable: que la ONU, rompiendo con su propio papel de “buenos oficios”, remitiera el caso a la CIJ.

¿Y Venezuela? Callada. Sumisa. En manos de una casta de pseudorevolucionarios desinteresados en la soberanía pero obsesionados con la dominación interna. El chavismo jamás se tomó en serio la defensa del Esequibo. Porque no se defiende una patria que ya no se siente propia.

Venezuela posee títulos históricos y jurídicos incontestables: desde el uti possidetis iuris hasta las pruebas cartográficas que desmontan la farsa del Laudo Arbitral de 1899. Pero todo eso resulta irrelevante cuando el tribunal se sienta sobre la lógica de la conveniencia. En sus decisiones preliminares, la CIJ ha dado señales claras de por dónde irá la cosa: más que hacer justicia, quiere cerrar el expediente, complacer a las potencias interesadas en el petróleo offshore guyanés y enviar un mensaje “civilizatorio” a los países que aún creen en la fuerza de los títulos coloniales.

La última decisión, tomada por unanimidad, habla por sí sola. No es solo una medida cautelar; es una advertencia disfrazada de prudencia jurídica. Y lo que anticipa es un despojo con apariencia de fallo justo.

Mientras tanto, el régimen organiza elecciones en un “estado” que no controla y no puede visitar. Una jugada de propaganda interna, sí, pero también un desafío directo al tribunal. ¿Bravuconada o estrategia? Más bien lo primero. Porque el chavismo, experto en sofocar manifestaciones pacíficas y reprimir a civiles, ha mostrado nula disposición de enfrentar al enemigo real: un país que le disputa más de 150 mil kilómetros cuadrados.

Más temprano que tarde —y esa hora se acerca— el régimen tendrá que decidir si sus tanques son para intimidar estudiantes en Caracas o para proteger las fronteras nacionales. La disyuntiva no es menor. Porque cuando llegue la sentencia —y todo indica que será contraria— la historia no acusará solo al tribunal parcial, sino al poder que prefirió dominar a su pueblo antes que defender su territorio.

Lo del Esequibo no es solo una pérdida territorial. Es una metáfora perfecta de lo que ha hecho el chavismo con Venezuela: regalar lo propio, traicionar lo histórico y, encima, exigir aplausos por su falso «patriotismo»

@humbertotweets 

EL AUTOR es abogado y analista político, con maestría en Negociación y Conflicto en California State University.

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