Lo ocurrido el 25 de mayo fue un paso fríamente calculado hacia la consolidación del modelo cubano, con su partido único de facto, sus elecciones decorativas y su pueblo secuestrado entre la obediencia o el exilio.
Humberto González Briceño
Durante años se habló de que el chavismo era un ciclo que se agotaría por su propio peso. Que el hambre, la emigración masiva, la corrupción o las sanciones internacionales terminarían por fracturar al régimen. Pero veinte años después, el aparato de poder sigue intacto, y con cada elección controlada, cada opositor inhabilitado y cada negociación fracasada, la realidad se impone: el chavismo no se tambalea. Se afianza.
La razón principal no es un secreto. A diferencia de otros regímenes que caen por divisiones internas o presiones externas, el chavismo ha aprendido a gobernar desde la escasez, a dominar desde la precariedad, a estabilizarse en el colapso. No necesita prosperidad ni legitimidad. Le basta el control. Control del aparato militar, de la justicia, del sistema electoral, de las instituciones. Control del discurso, de las armas y del miedo.
Las sanciones internacionales, lejos de debilitarlo, se han convertido en combustible ideológico. El enemigo externo siempre ha sido más útil que el espejo. Las protestas populares, aunque masivas en el pasado, hoy son sofocadas antes de que prendan. Y la oposición, fragmentada, dividida entre quienes llaman a votar sin condiciones y quienes llaman a no votar sin estrategia, ha sido el mejor aliado involuntario del poder.
El chavismo no imita a La Habana: la está reconstruyendo en Caracas»
Tampoco ha habido una fractura interna significativa. Ni generales reformistas, ni purgas que salgan mal, ni conspiraciones exitosas. El chavismo ha premiado la lealtad y disciplinado la ambición. Las Fuerzas Armadas no son un actor externo al poder: son parte de él. Participan del botín, controlan territorios y economías paralelas, y no tienen incentivo alguno para desmontar el orden que les garantiza impunidad y privilegios.
¿Puede cambiar esta situación? En política nada es eterno, pero algunas estructuras se pudren antes de quebrarse. En el corto plazo, la probabilidad de un cambio real es mínima. En el mediano, dependerá de factores hoy inexistentes: una oposición unificada, una ruptura en el poder, una presión externa con consecuencias reales. Y en el largo plazo, todo dependerá de si el chavismo logra o no trasladar su modelo de dominación a una siguiente generación, si puede o no perpetuar su proyecto sin su círculo original.
Lo ocurrido el 25 de mayo no fue un hecho aislado, ni una simple «irregularidad electoral». Fue otra parada en la ruta. Un paso fríamente calculado hacia la consolidación del modelo cubano, con su partido único de facto, sus elecciones decorativas y su pueblo secuestrado entre la obediencia o el exilio. El chavismo no imita a La Habana: la está reconstruyendo en Caracas.

EL AUTOR es abogado y analista político, con maestría en Negociación y Conflicto en California State University.