El endurecimiento no es señal de vigor, sino de decadencia. Se radicaliza porque no tiene margen, ni ideas, ni respaldo real.
Humberto González Briceño
En Venezuela, la paradoja dejó de ser una figura retórica para convertirse en doctrina de Estado. Nunca un poder político-militar había sido tan sólido en las formas y, a la vez, tan inútil en los fines. El régimen chavista, ilegítimo por diseño y por ejecución, se mantiene no por legitimidad de origen ni de ejercicio, sino por el monopolio de las armas. Sobrevive gracias a la obediencia forzada, no por adhesión popular. Y sin embargo, lo más inquietante no es su fortaleza represiva, sino su esterilidad operativa.
El chavismo se ha atrincherado en una lógica de supervivencia donde cada medida, cada discurso, cada gesto, busca blindar su permanencia, no resolver los problemas que arrastra o que ha creado. Estamos ante un poder endurecido por el miedo, incapaz de gobernar, pero dispuesto a todo para evitar su disolución. Un régimen que no gobierna: administra ruinas.
Venezuela vive una espiral de radicalización que no anuncia reformas ni relanzamientos, sino pánico. Las detenciones arbitrarias, la militarización de la vida civil, la criminalización de la disidencia, son síntomas de un poder que se sabe exhausto, pero que apuesta a la represión como recurso último. Su fortaleza radica en la violencia potencial; su debilidad, en todo lo demás.
La estructura militar que lo sostiene, lejos de ser monolítica, es una constelación de cotos privados, lealtades compradas, rivalidades internas y negocios compartidos. No hay ideología ni honor ni misión institucional: hay un sistema de incentivos donde se premia la complicidad y se castiga la integridad. Un aparato armado que defiende el poder no por convicción sino por conveniencia.
Pero las armas no generan electricidad, ni agua, ni comida. No detienen la inflación, no controlan la migración, no reactivan la economía. El chavismo, aferrado a una maquinaria coercitiva, ha renunciado a toda pretensión de eficacia. El país se le escapa entre los dedos, pero se consuela exhibiendo músculo militar. El precio de esa autodefensa permanente es una nación colapsada: sin servicios, sin instituciones, sin futuro.
El endurecimiento no es señal de vigor, sino de decadencia. Se radicaliza porque no tiene margen, ni ideas, ni respaldo real. El disfraz de poder lo sostiene aún, pero ya es evidente que debajo no hay cuerpo, solo la costura mal remendada de una ficción que nadie cree. Ni siquiera sus propios actores.
Y mientras tanto, la sociedad civil flota en un limbo de frustración crónica, sobrevivencia sin horizonte, y rabia contenida. El chavismo no ofrece salida: administra el encierro. En su versión actual, no es un régimen que gobierne, sino una jaula con escenografía electoral. Fuertes, sí. Pero estériles. Como un muro que ya no protege a nadie, solo encierra.

EL AUTOR es abogado y analista político, con maestría en Negociación y Conflicto en California State University.