En Venezuela se ha afirmado y, con razón, que el único sector que puede romper el hilo constitucional mediante actos de fuerza es la Fuerza Armada
Absalón Méndez Cegarra
El señor Presidente de la República, siguiendo fielmente las enseñanzas de sus progenitores políticos, vive obsesionado con los golpes de Estado y, se entiende, plenamente, pues su origen político y su situación de poder actual encuentran razón de ser en un proceso conspirativo de largos años y en la ruptura de la institucionalidad constitucional, mediante golpes de Estado, frustrados, en una primera etapa; pero, luego, legitimados por el voto popular.
La última generación de golpistas se encuentra en el poder actualmente y, de existir alguna conspiración contra el poder constituido, la misma se desarrolla al interior del gobierno, pues, pensamos, que, fuera del gobierno, no existen condiciones objetivas para propiciar un golpe de Estado, sería como salir de lo malo conocido para ir hacia lo malo desconocido. En el gobierno se encuentran las fuerzas que pueden generar un cambio situacional. En Venezuela se ha afirmado y, con razón, que el único sector que puede romper el hilo constitucional mediante actos de fuerza, es aquel al cual la sociedad le ha confiado la seguridad nacional, entregado las armas y atribuido el monopolio de la violencia, es decir, los miembros de las Fuerzas Armadas y, ellos, o, al menos sus cabezas visibles, se encuentran muy bien, disfrutando de las mieles del poder, inclusive, en algunos casos, de manera indirecta, no visible, tras bastidores, con presencia indiscutible que podría decirse, exagerando un tanto, que estamos en presencia de un poder bicéfalo o, para decirlo de otro modo, un poder civil totalmente invisible , subordinado, sometido y, un poder militar en pleno ejercicio al mando del Estado y del gobierno; por consiguiente, si se piensa en golpes de Estado, es para eliminar de plano el disfraz y mostrar el verdadero rostro del pode en el país.
El Jefe del Estado, cada vez que el pueblo venezolano es sometido por la barbarie, la violencia, la inflación, la corrupción, es decir, por las acciones y medidas gubernamentales, etc, a situaciones sumamente criticas como las que vivimos actualmente, acude al manido expediente del golpe de Estado o magnicidio, y, acto seguido, a inculpar a personas honorables de su autoría para enjuiciarlas y someterlas al escarnio público y, lo grave, es, que, aun tenemos personas en Venezuela y el exterior que se lo creen y compran la especie. El verdadero golpe de Estado, el único, es el que ha propiciado el gobierno nacional desde hace 16 años contra la sociedad nacional, su aparato productivo, sus riquezas naturales, la agricultura, la ganadería, la producción petrolera, la extracción minera, el sector manufacturero, de servicios, la educación, la salud, la seguridad vial, la seguridad ciudadana, la nacionalidad, sus valores y principios, en fin, contra el bienestar del pueblo, un pueblo adormecido por la demagogia populista al que se le ha introyectado que trabajar para obtener sus medios de vida, mejorar la calidad de vida, tener paz y tranquilidad y progresar, es malo. Este golpe de Estado ha sido coronado en los últimos días con unas medidas económicas inexistentes, pues no aparecen por ninguna parte, salvo la que se ha materializado, simple y llanamente, en una devaluación brutal que ha empobrecido todo lo existente y condenado a la miseria a millones de venezolanos. Este, sí, ha sido un golpe de Estado auténtico, efectivo, triunfante, victorioso, con razón la propaganda gubernamental navideña: “Un 2015 victorioso”. Sus autores están a la vista y todo el mundo los conoce; pero, la impunidad existente o, mejor, la pasividad reinante, permite que no se determine su responsabilidad y resulten castigados.
Si se pudiese construir un indicador para medir la brutalidad, incapacidad y mediocridad de un gobierno, por ejemplo, el venezolano, una de sus variables a considerar, sin duda alguna, sería el comportamiento errático en materia de política monetaria y cambiaria.
Venezuela, nunca antes, había tenido un gobierno tan bruto y torpe para manejar algo como la administración de divisas, después de establecer un control de cambio, remedio que ha resultado peor que la enfermedad.
El gobierno se encuentra como la persona que cae en una ciénaga e intenta salir por sus propios medios. Cada esfuerzo que hace significa un hundimiento mayor, proporcional al esfuerzo realizado para salir.
Es posible, y, así, lo afirman destacados economistas y analistas políticos, que la economía del país se encontrase en muy malas condiciones a la llegada de Chávez al poder; pero, lo ocurrido posteriormente, no tiene parangón en la historia venezolana. Chávez, con un discurso total y absolutamente mentiroso, demagógico, emprendió un proceso de destrucción nacional para lo cual contó, paradójicamente, con una inmensa fortuna y el apoyo de cientos o miles de intelectuales y profesionales, quienes le orientaron el camino a seguir. El objetivo fue alcanzado plenamente. Estos orientadores, hoy, como si nada hubiese pasado, se dan golpes de pecho y se atreven, todavía, a recomendar cambios de timón. Un país destruido es lo que Chávez, antes de morir, deja como herencia, a un grupo militar-civil incompetente, incapaz de levantar el peso de la herencia dejada.
Cuando el barco comenzó a naufragar se tomaron medidas de ahogado, por ejemplo, en un primer momento, el control cambiario, bajo el argumento de la fuga de capitales al exterior; luego, la famosa reconversión monetaria para fortalecer el signo monetario nacional ficticia o artificialmente, mediante una cirugía cosmética. El resultado de ambas medidas es lo que tenemos hoy. Una debacle económica sin salida en el corto y mediano plazo. Ante tal situación, nada mejor que acudir a un sentimiento nacional devaluado, a un nacionalismo pedestre, el de poner al descubierto un supuesto golpe de Estado que sólo existe en las mentes del golpismo venezolano en el poder y justificar, así, el crimen cometido contra el pueblo venezolano.