¿Cuánto hay de golpista y peligroso en un conjunto de ideas que la oposición viene repitiendo desde que se desencadenó la crisis?
Manuel Malaver
Puesto que el gobierno ha convertido el tema de la transición en el más importante de la política venezolana del momento, no me queda sino volver sobre sus pasos y ver cuánto hay de golpista y peligroso en un conjunto de ideas que la oposición viene repitiendo desde que se desencadenó la crisis y no pretende sino contribuir a salir de tamaño despeñadero sin traumas, ni secuelas que la profundicen.
Sin embargo, es evidente que el gobierno de Maduro, como el de Chávez en sus días, anda buscando pleitos, viendo a ver de que idea, palabra o brizna opositora se agarra para salir a hacer finta, echar físico, y demostrar que aun le quedan fuerzas, apoyos y ganas de mantenerse en el poder.
Está en su derecho, como también lo está la oposición de advertirle que, por esa vía, solo le aguarda un futuro de matones ridículos, esperpénticos y bufonescos, pues para hacerse respetar –y más aun: temer- se requiere algo más que generales pasados de peso, oradores disléxicos y guardias y policías amaestrados para no pararse ante el derramamiento de sangre.
En otras palabras, señor Maduro, que como el Idí Amín Dadá del siglo XXI lo recordará la historia (si es que lo recuerda) y a Padrino López, Cabello, Rodríguez, Istúriz, Vivas, Jaua, Arreaza y Adán Chávez como los Tonton Macoutes de un Papá Doc que no pasó siquiera por la escuela secundaria.
Falta de escolaridad que quizá explique las debilidades congénitas de la presidencia de Maduro o de un gobierno que, después de desaparecido el “el presidente eterno”, vive en un solo rezo porque no se lo lleve la próxima ráfaga de viento.
Del pánico a Leopoldo López, Antonio Ledezma y María Corina Machado, tres venezolanos que son ahora la calle, la lucha, la respuesta, la decisión de decirle la verdad al pueblo, independientemente de que sus pronósticos no sean deslumbrantes, políticamente correctos o acomodaticios.
Son los autores del espíritu de “La Transición”, plasmado en un documento cuya virtud fundamental es dotar la política opositora de una agenda principista, organizacional que, sin apartarse de los imperativos democráticos y constitucionales, no se cruce de brazos para que sea doña Tibisay Lucena, y el próximo general jefe del “Plan República”, quienes cuenten los votos y digan quién ganó y quién perdió.
“Instituciones independientes” parece leerse en todas sus líneas, pero no cedidas por un gobierno que nunca las va a ceder, sino por las luchas de un pueblo que se las imponga a través del diálogo.
Todo de lo que no quieren oír hablar los abrumadoramente perdedores de las elecciones parlamentarias de este año, del referendo revocatorio del próximo, de las presidenciales del 2019 (si es que las hay) y de cuanto evento electoral se programe, sea a nivel de gobernadores, alcaldes y juntas comunales.
Que rechazo, desaprobación y voto castigo como los que ha acumulado este gobierno -y el que lo precedió-, creo que no sucedió en ningún otro momento de la historia nacional, pues jamás se le habían perpetrado tantos y cuantiosos daños a un país de manera tan criminal, efectiva y rápida.
De ahí que, tan pronto se dio a conocer en la prensa (o mejor dicho, en un solo periódico, “El Nacional, que es el único medio impreso de circulación nacional que queda con voz independiente), el “Documento para la Transición”, Maduro y sus generales tocaron a arrebato, se pudieron en pie de guerra y se lanzaron a enfrentar y destruir al ejército enemigo.
Su primera batalla fue contra un hombre solo, el Alcalde Metropolitano, Antonio Ledezma (“el hombre más peligroso de la Cuarta” según Maduro), quien, ya mediada la tarde del jueves 19, se disponía a abandonar su oficina y dirigirse a su casa.
Fue atacado por 50 soldados, policías, o guardias nacionales armados hasta los dientes, los cuales, entraron a su despacho con una salva de disparos al aire, cayeron sobre su humanidad, lo golpearon una y otra vez y arrastraron a las patrullas, mientras dejaban a su paso un reguero de papeles, vidrios, sillas, computadoras e impresoras rotas.
A las seis se dirigía al país, en cadena de radio y televisión, el general, Idí Amín Dadá, mejor dicho, Maduro, o si prefieren, Papá Doc:
“Hemos desbaratado otra cosa conspiración, y a su jefe: la que se inició el 11 de este mes con la publicación en el diario de Miguel Henrique Otero, del “Documento para la Transición».
Hace minutos detuvimos al cabecilla, di órdenes de detenerlo, al Alcalde Metropolitano, Antonio Ledezma, quien conspiraba desde la madrugada del 4 de febrero del 92, cuando se opuso obstinadamente a que los tanques que dirigía nuestro glorioso comandante eterno, Hugo Chávez, tomarán Miraflores… ¡Traidor!.
Ya está encarcelado y mañana o pasado lo llevaremos a un Fiscal del Ministerio Público para que lo impute por conspirador. Entre tanto, sigue la caza de los conjurados y pronto habrá más noticias de esta nueva guerra, la que sigue a otras dos: “ la Guerra Económica” y la “Guerra contra el Contrabando”.
Y no hablaba en vano, desgraciadamente no hablaba en vano, porque el martes, sus cuerpos policiales, asesinaban a un estudiante de bachillerato, Kluiberth Roa, de 14 años, en San Cristóbal, de un tiro en la cabeza, y blanqueaban de gas lacrimógeno la ciudad como para que no contemplara tan espantoso crimen.
Pero fue inútil, ya que no solo San Cristóbal, sino Venezuela, América y el mundo saltaron de sus rutinas, viendo como volvía Maduro y sus sicarios a ensangrentar las calles del país, e iniciaba una carrera que, seguramente, lo conduciría a la represión violenta que, entre febrero y junio del año pasado, arrojó un saldo de 43 estudiantes asesinados, 400 heridos y 1000 entre torturados y encarcelados sin fórmulas de juicio.
Una lucha se ha instaurado a partir de entonces, entre el país democrático y la comunidad internacional contra Maduro (o Idí Amín Dadá o, si prefieren, Papá Doc) y sus asesinos amaestrados, para que entiendan que hablar de “revoluciones, socialismos, derecha, izquierda, nacionalismo, guerra, violencia y lucha de clases”) es sencillamente ridículo en un mundo que se aleja año luz de los paradigmas del siglo XX, y gobernar, no es tomar un fusil o una ametralladora, sino una PC, una tableta, o un celular de última generación para unirse a la producción mundial de más y mejores bienes para el desarrollo, la libertad, la democracia, el bienestar, la diversidad, y el conocimiento.
Sufren los venezolanos en este momento la peor crisis de abastecimiento de su historia, producto del empeño en imponerle un modelo de “justicia social” que lo que hace es generar más pobreza, desigualdad, desequilibrios, injusticias y todo cuanto puede contribuir, -como puede demostrarse en los casos aun vivientes de Cuba y Corea del Norte-, a que la sociedad retroceda a niveles que quedaron atrás cuando la modernidad derrotó al estado teocrático y fundamentalista de la Edad Media.
Ah, pero que es ideal para entronizar dictaduras, ya que al cimentarse en una extrema estatización de la economía, toda la sociedad, pero fundamentalmente los pobres, terminan asfixiados en la soga de un Estado que les suministra mendrugos, a cambio de que les entreguen su libertad y derechos individuales y colectivos.
El problema es que en la espiral de retrocesos que se traduce en una improductividad absoluta del sistema, también llegan a faltar los mendrugos, y el estado para poder sobrevivir, no tiene otra vía que recurrir al endeudamiento con “los imperialismos amigos”, que, al igual que los “enemigos”, proceden a exprimirle hasta el último gajo al deudor.
Así está Venezuela en este momento: sin comida, medicinas, servicios básicos, seguridad, aparato productivo interno, dólares para importar y una deuda de casi 100.000 millones de dólares con los imperialistas chinos, rusos, árabes, gringos y de cuantos tengan dólares excedentes en sus carteras financieras y accedan a prestárselos a un revolucionario llamado Maduro.
No es, sin embargo, lo peor, sino que el negarse a reconocer los extravíos de Chávez, el delirio de imponernos un sistema que solo por la vía de la extrema violencia, los paredones de fusilamiento, las cámaras de tortura y los campos de concentraciones, podría imponérsele a este o cualquier otro país, Maduro está ensangrentando a Venezuela.
El socialismo totalitario es un fracaso y lo reconocieron, Deng Xiaoping, Mijail Gorbachov, los comunistas de Europa del Este, los que sucedieron a Ho Chi Minh, lo está reconociendo Raúl Castro, y reconózcalo usted señor Maduro, usted que no tiene hazañas ni civiles ni militares que atribuirse.
Lea el “Documento para la Transición”, que no es una vía para derrocarlo, sino para que los venezolanos se reencuentren en un mundo en que sus hombres y mujeres se unan, dialoguen, trabajen y contribuyan a la obra magna de una Venezuela para todos.
Lo demás es regresar a las cavernas.