Los movimientos de izquierda se han aburguesado, le agarraron el gusto al poder y ya ni su juventud se rebela
EDE
La izquierda venezolana luchó durante décadas para poder alcanzar el poder. Durante años fue marginada, sufrió torturas, muchos de sus partidos ilegalizados. Eran una especie de leprosos de la política venezolana. Cuando finalmente los grupos progresistas logran capitalizar una oportunidad invaluable, con las condiciones ideales para hacer un cambio profundo en la sociedad venezolana, caen en la trampa que nos trae hasta el país en ruinas que somos hoy. Parece que no se aprendió nada. ¿Es este un país de justicia? ¿El abuso de poder quedó erradicado? ¿Se ha acabado con las mafias? ¿Realmente somos más soberanos? ¿Existe el hombre nuevo?
La izquierda en el poder no fue valiente durante estos años, como sí demostró cuando era oposición. Se acomodó, le agarró el gusto a las prebendas, y en muchos casos hasta se nutrió de la corrupción. Todo ante el silencio cómplice de los camaradas. De ser un movimiento contestatario, irreverente, es ahora apenas un adorno, un disfraz que el militarismo usa a su antojo para ocultar su verdadero rostro. Incluso llega la izquierda a hacerse de la vista gorda con los abusos policiales, convive con los militares que antes desaparecieron a los suyos sin tan siquiera lograr justicia ahora que parecen colmar las instituciones. Un desperdicio. Y es que ni la juventud de la izquierda ha sido capaz de protestar con fuerza ni una vez en todos estos años por causas justas, que las hay, y por montones. La rebeldía desapareció. Hoy son los chamos de la derecha los que arriesgan el pellejo. El mundo al revés.