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“El precario aumento del salario no resolverá el problema”

Todo indica que se evoluciona hacia una situación en la que el malestar social pudiera hacer saltar los resortes de la precaria estabilidad política que aún se respira en el país


Oscar Battaglini

Como hemos afirmado anteriormente, la pobreza social endémica es un rasgo que ha permanecido tejido a nuestra sociedad a todo lo largo de su existencia. Ello fue así durante la Colonia, en la fase post-independentista de la segunda mitad del siglo XIX, y, de manera insólita, en la era petrolera. En esto no ha habido diferencia entre nosotros y el resto de América Latina, donde la pobreza se ha constituido en el indicador básico que ha permitido definirla como la región más desigual del planeta.

La exacción depredadora practicada sistemáticamente por la monarquía española en Venezuela durante la Colonia; el régimen de la Encomienda Colonial; la esclavitud y el latifundio imperantes en las plantaciones coloniales y “republicanas”; el petróleo explotado mediante la figura económica del enclave por las trasnacionales petroleras en complicidad con el Estado y una burguesía rentística y parasitaria; el subdesarrollo y la incuria de los gobernantes que hemos tenido hasta ahora, son en su conjunto las razones fundamentales de la pobreza generalizada (económica, social, cultural, etc.) a la que ha estado sometida la inmensa mayoría de la población venezolana en el curso de la historia nacional.

Es en esa Venezuela en las que están presentes los efectos negativos de todas esas determinaciones, donde Rómulo Betancourt y su partido, AD, asumen el poder por la vía del golpe de Estado a Medina Angarita (18/10/1945) y comienzan a poner en práctica una política de claro contenido populista destinada a ganar el apoyo de los sectores populares (obreros, campesinos y menesterosos en general) mediante: 1.- La manipulación clientelar de sus necesidades más apremiantes, que eran muchas; y 2.- La estimulación e instigación perversa de los resentimientos acumulados por esos sectores durante siglos de explotación, opresión y exclusión social.

Es con ese propósito que Betancourt afirma a los pocos días de consumado el golpe de Estado contra Medina: “No edificaremos ostentosos rascacielos, pero los hombres, las mujeres y los niños venezolanos, comerán más, se vestirán más barato, pagarán menos alquileres, tendrán mejores servicios públicos, contarán con más escuelas y con más comedores escolares” (R. B, Trayectoria democrática de una revolución, T.I, Imprenta Nacional, 1948, p.9).

Bajo la guía de esos enunciados betancouristas –que sintetizan la política en cuestión- es que AD se constituye tanto en el “partido del pueblo” como en el partido hegemónico de la Venezuela contemporánea, hasta la debacle del régimen puntofijista en 1998.

Es muy importante señalar que en el curso de esos años ni uno solo de los graves problemas generados por la pobreza fueron resueltos por los gobiernos que se sucedieron en el ejercicio del poder en ese tiempo, entre otros, el desempleo y el empleo informal, el hambre, el déficit habitacional, la marginalización de un grueso sector de la población, la delincuencia juvenil, la desintegración y la promiscuidad familiar, la problemática educativa y de la salud, etc. Tanto fue así, que no constituye una exageración afirmar que las “políticas sociales” desarrolladas por esos gobiernos, antes que contribuir a resolver dichos problemas, lo que hicieron fue, literalmente, “alimentarlos” y preservarlos en función de los más perversos señalados. Los registros hechos de los niveles de pobreza alcanzados durante los gobiernos de CAP (II) y Caldera (II) lo confirman plenamente.

El chavismo, con Chávez y sin Chávez, no se diferencia sustancialmente del adequismo de factura betancourista. Su conducta y sus lógicas en el uso del poder son casi las mismas. En todo caso, las diferencias que pueden establecerse entre ambos “proyectos políticos” son de matices, que por muy importante que sean no logran o no llegan a separarlos nítidamente. No por casualidad algunos dirigentes nacionales de AD –de los que todavía quedan- han llegado a decir que las cosas que hace el chavismo en el poder, son muy parecidas a las que ellos hacían cuando les tocó gobernar. Es muy probable que esta sea una de las causas por las que muchos sectores populares, que tradicionalmente se reconocieron como adecos, no experimentaran casi ninguna dificultad a la hora de pasarse a las filas chavistas. Seguramente esta sea también una de las razones del “pase” de un número considerable de dirigentes adecos (y copeyanos) a dichas filas, en las que ahora se desempeñan como flamantes dirigentes del PSUV y como funcionarios del alto gobierno.

Pero lo que de manera fundamental unifica a estas dos opciones políticas son los rasgos siguientes: 1.- El hecho de que ambas se hayan presentado ante el país como la representación de supuestas revoluciones y como la encarnación –igualmente falsa- de la democracia política: la “Revolución de Octubre” de Betancourt-AD, y la “Revolución Bolivariana” de Chávez y el chavismo; la democracia liberal, y la democracia participativa y protagónica respectivamente. 2.- El hecho cierto de que esas dos opciones políticas están regidas por la engañifa populista, la demagogia y la retórica discursiva, el autoritarismo represivo y el militarismo de raíz gomecista-pérezjimenista; y la corrupción. 3.- La manipulación clientelar de los sectores sociales más empobrecidos de la sociedad venezolana para mantenerse en el poder, práctica política perversa que bajo la dominación chavista no sólo se ha exacerbado sino que ha incorporado elementos nuevos que han sido financiados generosamente por el Estado con los recursos rentísticos en su poder. Así es como el régimen chavista ha podido paliar artificialmente el estado y los índices de pobreza con los que se encontró para el momento de su arribo al poder. Fue así que, apuntalado en el socorrido discurso de la anticorrupción y la pobreza, el mecanismo de manipulación implementado por Chávez y el chavismo, lograron hacerse con la hegemonía político-electoral en el país. Esta, sin embargo, ya no es la situación existente en la actualidad. La hegemonía chavista ya no es tal; y los índices de pobreza que en 1998 afectaba al 45,8% de los hogares venezolanos, hoy afecta al 48,4% de esos hogares. Esto es, más de 3.340.000 hogares venezolanos, de los cuales 1.700.000 está en la categoría de la pobreza extrema (ver investigación de la pobreza en Venezuela adelantada por las Universidades UCV; Simón Bolívar y UCAB).

Lo señalado pone en evidencia, que los mecanismos de la manipulación clientelar del chavismo (consejos comunales, Barrio Adentro, misiones educativas, Misión Vivienda, y en general las de apoyo económico a la población de los barrios), ejercen muy poco o ningún control sobre la situación social existente; y el discurso manipulador ya no tienen el mismo poder de convencimiento que antes tuvo. Esto se explica por la sensible disminución de los recursos financieros que hasta no hace mucho eran aportados por PDVSA y el Fonden para el mantenimiento de la red clientelar del chavismo en el seno de los sectores más empobrecidos de la población venezolana

Es de prever, si nos ceñimos –tal como dicta la sana ortodoxia- a los indicadores, como en este caso lo es el Índice de Precios al Consumidor (IPC) que mide el porcentaje de incremento en los precios de la canasta básica familiar, que el paliativo de un precario y cuasi irrisorio aumento del 30% fraccionado del salario, no resolverá el problema del cada vez más disminuido poder adquisitivo del venezolano, ni el hambre que azota al los sectores más necesitados de la población, tal lo indica un estudio sobre las condiciones de vida realizado por ENCOVI, en conjunto con la USB, UCAB, y UCV, donde se revela que el 11,3% de venezolanos consume 2 o menos comidas diariamente. Por otra parte, voces autorizadas señalan que este año, la inflación alcanzará los tres dígitos e incluso rondará el 135%.

Todo indica –dada la inercia e ineficiencia del gobierno, aunadas a la caída abrupta de los precios del petróleo- que se evoluciona hacia una situación en la que las presiones generadas por la pobreza, el malestar social en general y la crisis política en desarrollo, pudieran hacer saltar los resortes de la precaria estabilidad política que aún se respira en el país.